En 120 años de trayectoria, sería más que ardua la tarea de elegir el mejor partido disputado por un equipo de fútbol con la gloria de Peñarol. Además, el análisis siempre incluirá la subjetividad de quien lo realiza y su posición respecto a los hechos… Para quienes tuvieron la oportunidad de presenciar, ver o escuchar partidos como la final con Cobreloa y el gol del Nando, la remontada contra River en Santiago, el gol de Diego Aguirre al América de Cali, o cinco finales intercontinentales quizás, la semifinal con Velez en 2011, sea una anécdota más en el historial de hazañas de nuestra institución.

Ahora, repasando circunstancias, fechas, contextos, antecedentes, resultados y rivales, creo que el Real Madrid 0 – Peñarol 2 de aquel 26 de octubre de 1966 es el partido más importante en la historia de nuestro club. En el emblemático Estadio Santiago Bernabéu, toda la afición merengue aplaudió de pie la vuelta olímpica de aquel equipo inolvidable. La final Intercontinental se cerraba con un contundente: Peñarol 4 – Real Madrid 0… El poder político y económico; Europa; La Liga de Campeones; los cracks; las estrellas del momento observaron cómo el trofeo quedaba en manos de los humildes.

Obviamente, una cuestión cronológica no me permitió presenciar la final que, para este simple hincha, fue -sin dudas- el hito más trascendente en cuanto a resultados obtenidos por Peñarol en más de un siglo.

Tuve la chance de ver imágenes de ambos partidos de la definición: la supremacía absoluta sobre los favoritos y candidatos; la revancha del 60′; los goles de Rocha y Spencer… la incuestionable grandeza del Padre y Decano del fútbol Uruguayo; la innegable estirpe del Campeón del Siglo XX. Mazurkiewicz; Lezcano y Varela; González, Goncálvez, Caetano; Abbadie, Cortés, Rocha, Spencer y Joya bajo las órdenes de Don Roque Gastón Máspoli; lo aprendimos de memoria…

De niño, cuando cantaba la marcha Mi Bandera, decía: «…que morir por mi bandera; la bandera de Peñarol.»; no sabía muy bien la letra del Himno; pero ya me había aprendido versos como: «La bandera amarilla y negra, engalanada con 11 estrellas…», el 7 letras, el Juntagargantas y unas cuantas alineaciones como esta última.

Un tarde más de 2010, mientras hacía mis primeras armas en un nuevo laburo, me llega -a través de un amigo, hincha y socio del club- la noticia que Peñarol jugaría con el Real Madrid por el Trofeo Bernabéu… la reacción inmediata fue chequear en la web oficial del club merengue y allí encontré la confirmación de lo que me habían adelantado.

Con el título de Campeones Sudamericanos del Siglo XX a cuestas, conociendo la historia del club y sabiendo de tantas invitaciones de los equipos grandes de América para festejar diferentes hechos, no me sorprendía que el Real Madrid nos convocara. Igualmente, sonaba a utopía la idea de ver la camiseta de Peñarol entrando a la cancha del Bernabéu.

Llamé a un gran amigo (y ex supervisor), que labura en una línea aérea y le dije: «Leo: quiero ir a ver al Manya a Madrid.» Sabiendo de mi pasión y de la seriedad con la que se lo estaba planteando, me respondió: «Si querés ir, yo te gestiono el pasaje, vos fijate cómo manejás el resto». Así empezó todo.

A los dos días, ya tenía 2 compañeros de viaje: los hermanos Ripa. El periplo fue grande. Se definieron los asuntos logísticos con anticipación y las entradas se pusieron a la venta el 10 de agosto a las 19 horas de Uruguay. Al principio, parecía imposible obtener los tickets porque el sistema sólo aceptaba tarjetas de crédito emitidas en España. La angustia crecía porque era el primer partido del rival en la temporada; presentaba sus incorporaciones; estaba Mourinho, Casillas, Ronaldo: pronóstico de estadio lleno.

El contacto constante con carboneros en la Madre Patria facilitó las acciones con asesoramiento en línea y, esa misma noche, nos fuimos a dormir con la certeza de un lugar en la Baja Norte (como en el Centenario: Ámsterdam; primer anillo).

Llegó el día de volar. El viaje incluía una escala en San Pablo y allí encontramos nuevas pruebas de la grandeza de Peñarol. Vestir una campera del club fue suficiente para que uruguayos y extranjeros nos saludaran y felicitaran por el campeonato obtenido en una nueva final frente al hijo eterno. Para el que está lejos, la pasión por los colores es la forma más tangible de acercarse al pago.

Arribamos a Madrid… el diálogo en la temida ventanilla de migraciones finalizó cuando dije: «vengo a ver Peñarol – Real Madrid… el martes, en el Bernabéu.» – “Adelante.”

De ahí en más, Peñarol copó las calles de la capital española. Era sábado y ya se veían signos de la presencia aurinegra en la ciudad. Anécdotas varias de charlas con locales, por la calle, quienes identifican con claridad y tienen más que presente la esencia y gloria de la camiseta amarilla y negra a rayas verticales.

El lunes 23 de agosto no fue un día más. Estaba prevista una reunión organizada por Los Manyas de Madrid en Casa de Campo, el parque que se encuentra en la estación El Lago. Hacia allí fuimos, a la hora prevista. Segundos después de asomar del metro, el sonido de los bombos nos indicó el camino. Ahí nos encontramos con otros dos carboneros que habían cruzado el océano para ver el partido. Además de los elementos de percusión, cargaban con dos valijas (con trapos) y dos mochilas (con la ropa). Así somos.

Minutos después, empezaron a llegar los locatarios: Carbito, el Rifle, Tongas, Tincho, Alvarito, Alexis, Joaquín, Leo, Diego, Tururú… gran comunión. Como si nos conociéramos de siempre. La camiseta de Peñarol genera estas cosas: una hermandad más fuerte que cualquier distancia o diferencia. Alguna bebida típica del verano español que empezó a circular y las primeras canciones comenzaron a retumbar a lo largo y ancho del predio.

De ahí en más, 48 horas que -ninguno de los que ahí estuvimos- jamás podremos olvidar. Nos subimos en los autos de los anfitriones y nos dirigimos en caravana hacia la Ciudad Deportiva del Real Madrid. Hubo que remar para convencer al guardia para que nos habilitara el paso. Llegamos al final del entrenamiento. Colgamos los trapos y empezamos a alentar. Entrevistas varias a los representantes manyas del exterior y una frase que llegó a Montevideo en los informativos centrales: «Galli: vos con Deportivo Merlo; yo, Real Madrid… matate! chauuu!»

Una vez terminó la práctica, el Tony, Egidio, el Vasquito y Alonso enfilaron hacia donde estábamos los hinchas y, así, el resto del plantel se acercó hasta la calle para saludar a los carboneros que allí estábamos. Fotos y autógrafos por doquier. El plantel, sorprendido y agradecido.

Al otro día, en un acto que se realizó en el hotel donde estaba alojada la delegación, se oficializaron las Peñas: Los Manyas de Madrid y la Peña Manya de Barcelona «Alberto Spencer». La emoción de los artífices de dichos proyectos es uno de los mejores recuerdos del viaje.

Una vez terminado ese evento, el punto de reunión era la Plaza de Castilla. Tremenda fiesta en dos colores. La presencia de la gallina más grande del mundo y todo el carnaval que caracteriza a la hinchada más popular del Uruguay. Los españoles paraban a sacarse fotos. De ahí, caminando al estadio, donde esperaban más carboneros. No hay foto ni video que pueda resumir lo que fue la caravana hasta el Bernabéu: era estar en Ricaldoni: bombos, redoblantes, tamboriles, banderas con mástil, trapos, pirotecnia y eso se trasladó para adentro del estadio: miles de peñarolenses demostrando su pasión y fidelidad en un templo del fútbol mundial.

Los madrilistas no podían creer lo que estaban viendo. La tribuna Norte copada por el amarillo y negro. Los balcones absolutamente cubiertos con trapos de Peñarol y, en la segunda bandeja, una barra de uruguayos que hacía que Peñarol fuera local. En la transmisión se pudo sentir con claridad al Pueblo Carbonero alentando y dejando atónitos a propios y extraños. Más de 3000 manyas le dimos color a un estadio colmado por hinchas del Real.

El partido quedó en segundo plano. Igualmente, ver a Peñarol plantarse ante uno de los equipos más poderosos del mundo es haber cumplido otro sueño. Porque supe aplaudir cuando Albín marcó a Cristiano Ronaldo; Guille Rodríguez desparramó a Higuaín, Egidio trancó a Özil, el Pato Sosa anticipó a Xabi Alonso o, también, cuando el genio de Pacheco mostró su talento ante Ramos, Marcelo, Carvalho y Casillas.

Estuve ahí; lloré cuando el equipo asomó por el túnel; grité “¡Peñarol carajo, nomá!” cuando arrancó el partido; canté más fuerte cuando nos hicieron el gol y así pude vivir lo que tantas veces me contaron: Peñarol, un grande del fútbol mundial; mostrando su esencia y haciéndose respetar en todas las canchas y ante todos los rivales.

Lo amistoso del partido y el resultado, son cuestiones anécdóticas. Si, para mí, que tengo a Peñarol todos los fines de semana, fue algo inolvidable, imaginen la huella que habrá dejado en quienes sufren con cada partido a través de Internet, como si estuvieran en la tribuna.

A 2 años de aquellos días, a ellos les dedico todas y cada una de estas líneas. Porque supieron recibirme en «su casa» y ofrecerme todo lo que tuvieron a su alcance; y, al día de hoy, mantenemos el contacto gracias a este sentimiento que acorta distancias y une desconocidos como si fueran hermanos.

Gracias Peñarol. Gracias a todos los que lo hicieron posible.

Salud, Padre, Decano y Campeón del Siglo XX.