El 27 de noviembre de 2016, debía disputarse en el Estadio Centenario, el clásico correspondiente al Campeonato Uruguayo Especial. Incidentes entre la parcialidad de Peñarol y la policía lo impidieron. Después de algunas idas y vueltas en la Asociación Uruguaya de Fútbol, los 3 puntos le fueron otorgados a Nacional. Tres años después, te contamos todo lo que pasó, en la palabra de sus protagonistas: hinchas, dirigentes y jugadores.

El clima previo al clásico estaba lejos de ser el ideal. El 28 de setiembre, en la madrugada, y mientras los simpatizantes de Peñarol festejaban el 125º aniversario de la institución, parciales de Nacional se trasladaron en cuatro autos hasta la ciudad de Santa Lucía, baleando cobardemente a dos hinchas aurinegros. Uno de ellos, Hernán Fiorito, falleció en la noche del 4 de noviembre. Por otra parte, el 23 de octubre, por la fecha 9 del Campeonato Uruguayo, Rampla Juniors vencía a Peñarol 1 a 0 cuando el partido tuvo que ser suspendido, debido a que se registró un herido de bala en uno de los baños de la Tribuna Ámsterdam, destinada a los hinchas carboneros.

Con estos lamentables antecedentes, sumado a la pésima campaña de Peñarol en el torneo, que ambos equipos habían perdido en la fecha anterior y el bajo nivel en general del campeonato; no había muchos argumentos para que la gente se acerque al coloso de cemento. Como agregado, entre idas y vueltas, la Tribuna Olímpica se habilitó recién el viernes 25, dos días antes del partido, colocándose solamente unas 500 entradas en dicha localidad.

Llegado el día del partido, desde temprano ya se pudo ver una actitud malintencionada por parte de los organismos de seguridad. Los hinchas de Peñarol, como se acostumbraba en este tipo de encuentros, se reunieron en el Palacio Peñarol Cr. Gastón Güelfi en la previa al cotejo, para trasladarse caminando hasta el Estadio Centenario. Así lo narra Joaquín, un hincha de Peñarol: “Fui al Palacio Peñarol con unos amigos, pero llegamos 15’ tarde y la caravana arrancó sin nosotros; iríamos 5 o 6 cuadras atrás del grueso de la gente. En un momento, la caravana arranca para el lado de 18 de Julio. Nosotros íbamos por la Plaza Seregni, vimos como de un par de camiones de la Guardia Republicana – de los todoterreno grandes – se bajan 20 o más uniformados y empiezan a trotar en formación, en persecución de la gente que iba agrupada, cuando no se había registrado ningún incidente. En un momento alcanzamos lo que quedaba de la caravana, a la altura del túnel de 8 de Octubre; ya se habían generado enfrentamientos con la policía, que había ido en busca de eso mismo, y había gente corriendo para todos lados. Llegando al Velódromo, mientras caminábamos tranquilos, la policía nos paró contra la Pista de Atletismo y nos revisaron como si estuviéramos entrando a la tribuna. Antes, entre el Obelisco y la Pista de Atletismo, se veían motos de la policía por todos lados, persiguiendo, golpeando y deteniendo hinchas de Peñarol al azar, sin ningún motivo aparente”. 

Otros relatos recogidos y registros fotográficos, indican que en la zona de la Plaza Seregni, la policía detenía hinchas a punta de pistola, sin que estos hayan generado incidente alguno.

Mauricio, otro parcial mirasol, nos cuenta lo vivido desde su óptica: «En ese clásico, el ambiente fue diferente desde un principio. La presencia policial fue otra, habían decenas de efectivos con actitud amenazante en todas las esquinas del Palacio Peñarol. Los hinchas estábamos en la misma tónica de siempre: cantando y saltando en la única cuadra que no había puestos de la feria Tristán Narvaja. A pesar de lo mencionado, todo transcurrió con normalidad hasta la hora de salir caminando. El camino era el mismo de siempre: seguir por Galicia hasta República, para agarrar rumbo al Centro y llegar a 18 de Julio. Pero después de hacer algunas cuadras, nos percatamos que, 300 metros atrás, la Guardia Republicana seguía el paso de la caravana en posición de choque: escudos y palos arriba. Si bien me pareció exagerado y bastante provocador, estar acostumbrado a los prejuicios que padecemos muchas veces los hinchas de Peñarol me hizo pensar que era solamente un operativo policial desmedido. En pocos minutos, los 300 metros se convirtieron en 200, y después en 100. Cuando la distancia se acortó, y casi de un momento a otro, empezaron a sonar las explosiones de las balas de goma y los gases lacrimógenos. En ese momento, a lo único que atinas es a salir corriendo para cualquier lado y así fue, algunos en una dirección y otros en otra. Puedo asegurar que no existió ningún motivo ni advertencia alguna para tal represión de la policía. Con el grueso de la caravana ya disuelta, la policía -al grito de “los vamos a quemar”- se dedicó a detener hinchas al azar en 18 de Julio. En la volada, hasta se llevaron demorados a civiles que circulaban por la avenida y que poco tenían que ver con el clásico. Por esos minutos, alcanzaba con que divisaran distintivos de Peñarol para salir a perseguirlos en las motos y apuntarles con sus armas. Lo puedo contar con total propiedad porque lo viví, desde un principio y hasta el final, porque fui amenazado y detenido de forma aleatoria y vi como decenas de hinchas de Peñarol pasaban por lo mismo, más de una hora antes de que se registraran los lamentables incidentes en la Tribuna Ámsterdam. Lo que pasó adentro del Estadio Centenario es repudiable y para nada justificable, pero ese día, la verdadera “asonada” fue de la policía, que persiguió y detuvo hinchas de Peñarol sin fundamentos (incluso llegando a inventar acusaciones), probablemente siguiendo órdenes que vinieron de arriba. ¿Los motivos? No los sé. Quizás necesitaban una justificación para intervenir en la hinchada. Quizás para incorporar las cámaras de identificación facial. Quizás por problemas entre el gobierno y la directiva o la comisión de seguridad de Peñarol. Quizás fue un poco de cada cosa. Lo que sí puedo asegurar, es que los métodos que utilizaron para imponerse, realmente asustan».

El ambiente estaba enrarecido, y había sido provocado por quienes deben imponer el orden. Mientras tanto, en el Centenario, también comenzaron a percibirse señales raras. Del lado de los tricolores, los hinchas fueron autorizados para ingresar banderas largas, banderas de palo, paraguas y bengalas de humo. A su vez, podía verse en la Tribuna Colombes, una bandera en apoyo a los asesinos de Hernán Fiorito, quienes se encontraban encarcelados.

Por el lado de Peñarol, no solo fueron perseguidos, golpeados y detenidos sus hinchas por parte de las fuerzas del orden en los alrededores del Centenario, sino que tampoco se pudo ingresar todo lo destinado a la fiesta en las tribunas y, apenas se aproximaron a los puntos de acceso, fueron detenidos y llevados a la comisaría todos los encargados de llevar a cabo el recibimiento y el colorido, además de los distintos referentes de la hinchada.

Martín, uno de los primeros detenidos de aquella tarde, también nos compartió su historia: «Fui temprano al Estadio para ayudar a entrar las cosas de la fiesta en la tribuna. La policía detuvo en el ingreso a varios de nosotros, sin justificativo alguno, y nos metió a patadas en el culo a algunas de las camionetas que tenían destinadas para eso. Cuando nos amontonaron a todos y eramos casi 20 en una Hyundai H1, nos trasladaron a una camioneta más grande que estaba apostada en el Velódromo. Ya tenían preparado especialmente un ómnibus para llevarse hinchas detenidos, nunca lo había visto. En otro bondi había una especie de oficina, donde tenían las cámaras de fotos; y estaban todos los de Investigación adentro. Empezaron a caer camionetas y patrulleros de varios lados, con detenidos. Iban levantando gente en el camino y la llevaban a los ómnibus que tenían estacionados ahí en la vuelta; y de ahí te mandaban a Investigación y a la comisaría. En uno de esos bondis había un pibe de short y camiseta negra, que estaba a las puteadas con los policías. Cuando le pregunté que le había pasado, me dijo ‘yo ni siquiera estoy yendo al partido, salí a correr por el Parque Batlle y me pidieron los documentos. Vivo acá a 3 cuadras, ¿para qué voy a salir a correr con documentos? Me están llevando detenido por salir a correr. Yo no tengo nada que ver con el clásico, ni siquiera me importa el fútbol’. El pobre pibe estaba de short y championes de correr, remera dri-fit y solo tenía el celular y la llave de la casa; pero lo mandaron para adentro igual. Ya tenían preparado el circuito de que cada vez que levantaran gente en los patrulleros, los dejaran ahí en los ómnibus. Ahí es cuando te das cuenta de que estaba todo armado de antemano».

La reacción a todas estas provocaciones, fue tan previsible como lamentable e injustificable. El personal de recaudación fue agredido, retirándose del lugar, y el Ministerio del Interior dio la orden de clausurar las puertas de la Tribuna Ámsterdam, impidiendo el acceso de los hinchas de Peñarol que aún continuaban afuera. Mientras tanto, dentro del Estadio, algunos puestos de bebida fueron saqueados; y una garrafa de 13 kilos, ahora tristemente célebre, fue lanzada desde lo más alto de la tribuna contra los uniformados que se aglomeraban en los accesos.

Otra situación muy recordada, es una foto de algunos jóvenes tomando latas de Coca Cola, que habían sido robadas de los puestos de venta y repartidas por toda la tribuna. Los participantes de la imagen fueron detenidos y procesados. Branco, uno de los implicados, nos contó con pelos y señales todo lo que pasó, que deja en evidencia el ensañamiento del Ministerio del Interior con Peñarol, en los eventos de ese día y en todo lo que pasó después: “Me encantaría haber estado presente en el último clásico (Clausura 2019), pero ya no se puede. Estoy en la lista negra, no sé por cuánto tiempo. Llamo a la AUF y no tienen idea. Ese día de la garrafa, no hubo quien no tomara un agua o una Coca Cola, nosotros también lo hicimos. Después, como todos saben, se hizo viral la foto. Estando todavía en la tribuna, nuestros amigos nos comentaban lo sucedido, y nos escribían desde Salto por el mismo tema. Como no se jugó el partido, volvimos para nuestras casas. Al arribar a nuestra ciudad, nos esperaba un operativo tremendo; nombraron a todos los que aparecíamos en la foto y nos hicieron bajar. Nos hicieron saber que nos habíamos metido en un lío tremendo, y que lo más probable era que a la mañana siguiente nos llamaran a declarar. Dicho y hecho, a las 9 AM del día posterior, nos llevaron uno por uno a la jefatura y nos comunicaron que tenían que trasladarnos a Montevideo, porque el incidente había sucedido ahí. A partir de ese momento quedamos incomunicados. Primero nos llevaron a la cárcel de Salto, y estaba toda la prensa del departamento. Hicieron un circo de nuestra situación. Ya en Montevideo, nos llevan a Inteligencia, nos toman los datos, nos interrogan y al otro día ya pasamos a juzgado. No sabíamos qué pasaba afuera, nos preocupaba más que nada por nuestras familias, yo tengo una hija. Todos nos comentaban que nuestro tema no era grave, y que no íbamos a quedar detenidos, mismo el móvil de la policía que nos trasladó desde Salto. En el juzgado había un montón de gente de Peñarol que había sido detenida la tarde anterior. Todos declaraban y se iban. La única vez que había pisado una comisaría había sido para denunciar que me habían robado la bicicleta en mi época liceal. Si mal no recuerdo, al principio del día había 260 detenidos de Peñarol, y fueron quedando en libertad hasta que quedamos 10 – 12, incluídos nosotros. Nos tocó declarar y nos preguntaron si habíamos tomado agua, si habíamos tomado Coca Cola, si las habíamos robado. Nosotros no robamos nada, las fundas estaban tiradas en toda la Ámsterdam. No intervinimos en los saqueos, ni atacamos a nadie. Realmente esperábamos quedar en libertad ese mismo día, pero la situación parecía ponerse cada vez más tensa. Más allá de que la propia gente de Inteligencia nos tranquilizaba y nos decía que no iba a pasar nada, había algo que no nos cerraba. De costado, vimos y escuchamos cómo en un momento le llegó un mensaje a uno de ellos, y ya dejaron de decirnos que íbamos a quedar en libertad. Hasta a ellos les afectó la noticia. Nos comentaron que ya estaba la comunicación de que había 6 o 7 procesados por los incidentes en el clásico, entramos a contar y era la cantidad justa de personas que estábamos ahí; no podíamos creer. Con mi novia, que era otra de las procesadas, quedamos en estado de shock. No sabíamos qué hacer, no sabíamos qué pasaba afuera, si nuestras familias sabían ya. Mi hija más que nada, que era lo único que tenía en mente. Ahí mismo nos dieron la sentencia. Cada vez que veo la tele y aparece el juez y el ministro Bonomi, me da una impotencia y una bronca bárbara. Cuando hablo del tema me pasa lo mismo, hacía tiempo que no lo hacía. Nos llevaron a Cárcel Central, y a las chicas a la Cárcel de Mujeres. Un policía era de Salto, y le dimos los números de teléfono de nuestros padres, para avisarles que estábamos bien. Ahí comienza todo. Estuvimos 5 días en Cárcel Central, mis padres tuvieron que mover cielo y tierra para conseguir una autorización y poder visitarme. Los padres de mis amigos no pudieron hacerlo. Ahí nos comunicaron que nos iban a trasladar a Fray Bentos, a la cárcel de Cañitas, y nos tranquilizamos un poco. Allí estuvimos 9 días. El encargado de la cárcel era de Peñarol, y habíamos coincidido en algunos partidos. Yo desde los 15 años viajaba a ver a Peñarol a todas las fechas y al exterior. Ahí mismo en la cárcel nos comentaban que era insólito que hayamos caído en ‘cana’ por tomar una lata de Coca Cola. El mayor miedo que teníamos era pasar las fiestas encerrados, me preocupaba muchísimo no pasar las fiestas con mi hija. Por suerte el 13 o 14 de diciembre nos comunicaron que teníamos la libertad, fue una alegría enorme. En cuanto a lo familiar, fue un golpe duro para mi familia, nunca pensamos que fuera a pasar algo así. Estoy agradecido con la gente que nos conoce, de acá del interior, durante los 14 días estuvieron acompañando a mi familia. Amigos, conocidos, padres de amigos, estuvieron las 24 horas del día involucrados con la situación. Mi viejo trabaja en un taller mecánico, y llegaba gente de todos lados para ponerse a las órdenes. Para mi hija fue muy difícil, mis padres le explicaron lo sucedido y ella lo entendió perfectamente. Como todo niño, se puso mal por su padre, y más al ver a los abuelos que no se sentían bien. Hasta el día de hoy le agradezco a toda la gente que estuvo presente. Le agradezco especialmente a mi amigo Brahian, que es como un hermano para mí, que siempre estuvo. Mientras estuve en la Central me enviaba cosas, y cuando pasé a Fray Bentos me fue a visitar desde la capital. Lo mismo mis tíos y mi prima Sofía, que fueron a visitarme a Montevideo y a Fray Bentos desde Salto. Cuando salí, lo primero que hice fue pedirles disculpas a mis viejos y a mi hija, habíamos cometido un error. Lo mismo hice en mi laburo. Nunca tuve un problema con nadie desde ahí. Sólo espero ese día de poder volver a la cancha con mis amigos, mi hija, mi novia y la familia carbonera. Me quedo con los buenos recuerdos siempre. Todos cometemos errores, y de los errores se aprende. Viva siempre Peñarol”.

Por otra parte, desde la Tribuna Colombes se escuchaban cánticos festejando las corridas de la policía a los miles de parciales aurinegros que se encontraban afuera del Estadio que, con entrada en mano y sin haber generado ningún disturbio, no pudieron ingresar nunca al recinto. Primero fueron arrinconados por los policías motorizados, y cuando estuvieron todos juntos en un mismo lugar, sufrieron una represión brutal.

Luego de unos minutos de incertidumbre, se dio lo esperado, y el encuentro fue suspendido. El plantel de Nacional hizo aparición en el talud de la Tribuna Colombes, cantando y festejando con sus hinchas, sin tomar en cuenta que los ánimos y la situación no eran los más adecuados.

Así recuerda Alex Silva, jugador de aquel plantel de Peñarol, lo sucedido aquel día: “No nos importaba el lugar, ni la posición en la que estábamos: queríamos jugar y ganar el clásico. Es el partido más especial, y más cuando sos hincha de tu equipo, como me pasa a mí. Nos enteramos de la suspensión 5’ antes de entrar a la cancha, que entró (Jorge) Barrera, creo, al vestuario y dijo que no se jugaba. Una tristeza muy grande para todos, y para mí en particular, porque era mi primer clásico y tenía mucha ilusión de jugarlo. Nos fuimos muy tristes ese día. El festejo de los jugadores de Nacional en el talud nos generó un enojo terrible. Sentimos que nos estaban faltando el respeto, por todo lo que estaba pasando en ese momento. La mejor manera de calmar las aguas era que ambos equipos se fueran, y dejar que los que tenían que encargarse del afuera, lo hagan. En ese momento de enojo y calentura, nosotros queríamos salir con nuestra tribuna también. Finalmente decidimos no hacerlo, para evitar cualquier problema que pudiera generarse. Creo que el clásico debió jugarse otro día, lo que pasó estuvo por fuera de nosotros; y nosotros lo queríamos jugar sí o sí”.

Se justificó el accionar policial en base a una supuesta “asonada” que se iba a perpetrar en la Tribuna Ámsterdam. Fuera real o no, si la idea era desarticularla, la forma de actuar elegida fue la más dañina para el espectáculo y para todos sus asistentes. Algunos finales son bastante anunciados, y la suspensión de este partido fue uno de ellos, por cómo se manejó la situación desde un principio. Si la barra de Nacional, con un asesinato a cuestas, recibía el mismo trato lamentable en vez de gozar de total libertad e impunidad en su participación en el clásico, el final probablemente hubiera sido el mismo.

Con el partido suspendido, la batalla pasaba a disputarse en la Asociación Uruguaya de Fútbol.

Wilmar Valdez, con sus declaraciones, dejaba por fuera de lo ocurrido a ambos clubes: “Cuando hay una situación tan especial a todos nos sorprende, en virtud que se había hecho un operativo importante. Los clubes habían tomado sus medidas” (El Observador online, 28/11/2016), mientras Juan Pedro Damiani, presidente aurinegro, intentaba ganar apoyo “en su postura de jugar el partido y no perderlo en los escritorios (…) Se comunicó con Wanderers, Danubio y Liverpool, quienes apoyaron la intención del titular carbonero» (El Observador online, 28/11/2016).

Rodolfo Catino, actual vicepresidente del club, y por aquel entonces presidente de las Divisiones Formativas, nos comentó: “Desde el primer momento Nacional no quiso jugar el clásico. Ya en el Centenario, ellos querían que se suspendiera el partido, con la clara intención de ganarlo en los escritorios, cosa que después ocurrió. Nosotros presionamos lo más que pudimos en ese momento, al punto de que los jueces primero dijeron que no se jugaba y luego de nuestra presión, dijeron que iban a esperar a ver qué decía la policía. Recuerdo que hubo una discusión muy acalorada en el vestuario de los jueces, entre varios dirigentes de Nacional y nosotros. Ahí llegó la policía y dio el cierre definitivo del espectáculo. Luego fuimos a la AUF, a tratar de dar vuelta lo que sabíamos era inevitable, ya que las reglas eran claras. Ellos por su parte, hicieron todo lo posible para que les den el partido por ganado”.

Desde ese día, es común escuchar a la hinchada tricolor saltando al grito de “el que no salta abandonó”, a pesar de que su club tiene seis fugas clásicas en el currículum (1906 x2, 1918, 1926, 1949 y 1971), y de que lo planteado es una incoherencia total. Si hubo una institución que no quiso disputar nunca el partido, esa fue Nacional.

El Ministerio del Interior primero, y la Asociación Uruguaya de Fútbol después, con la presión de los tricolores, decidieron el ganador del encuentro. No hubo tal abandono. Hinchas, jugadores y directivos de Peñarol, querían jugar el clásico a toda costa.

Nacional, en cambio, no aceptó ninguna de las propuestas planteadas por Peñarol para que pudiera disputarse el cotejo y prefirió ganar los puntos en el escritorio; mientras que su hinchada festejó y vitoreó una cruda represión policial, que repartió palazos a mansalva a cualquiera que portara una camiseta amarilla y negra.

No quisieron jugar, pidieron la suspensión, y se vio a toda su gente festejando la represión.

Y de eso, no se vuelve.