¿Usted se acuerda de la definición del Quinquenio? Dónde estaba, cuándo pensó que se nos podía escapar, con quién miró el último partido, a quién abrazó en el último gol. Se acuerda si le agradeció a Dios, o a su padre por hacerlo de Peñarol, a su tío por llevarlo a la cancha, a Gregorio Pérez por guiar al equipo o a Pablo Bengoechea por pegarle tan bien a la pelota. ¿Se acuerda que gritó mirando al cielo cuando terminó el último partido?

Más allá de los detalles, muchos recordarán momentos particulares que los hayan hecho sentirse parte de esa gesta histórica, que 25 años después todavía se relata con nostalgia.

Porque Gregorio Pérez fue el guía y Pablo Bengoechea el abanderado, los dos símbolos del Quinquenio, sí. José Pedro Damiani fue el líder, el jefe que defendió al club y al equipo de todos los factores externos y extra futbolísticos, sí. Pero Jorge Fossati también dejó su impronta, siendo el único otro técnico que lideró al equipo para ganar un campeonato. El Caballo José Enrique De Los Santos, el Bola Robert Lima o el Canario Nelson Olveira, por ejemplo, dejaron su huella por ser de los pocos que estuvieron desde el principio hasta el final. Nicolás Rotundo, Martín Rodríguez o el Pelusa Federico Magallanes, por ejemplo, se pueden jactar de haber debutado en primera división en Peñarol en esa época. El Popy Claudio Flores de haber debutado en primera en Peñarol, en un clásico y haberlo ganado siendo figura. Antonio Pacheco de ser goleador histórico de las formativas del club al momento de debutar, la joyita de la casa. El Caballo De Los Santos de hacer el primer gol de la era Gregorio en un amistoso de pretemporada contra Lanús, y se acuerda de cada detalle.
El Negro Darío Silva de hacer el primer gol oficial del Quinquenio, a los 71 minutos de la segunda fecha del campeonato del ‘93, contra Danubio, y también de ser el máximo goleador en un campeonato, con 18 goles en el ‘94. Bengoechea, por supuesto, de ser el máximo goleador de Peñarol en los cinco años, con 48 gritos. El Chueco José Perdomo de haber sido el primer capitán, y Diego Dorta o el Tano Nelson Gutiérrez, por ejemplo, de haber lucido la cinta de capitán y de ser referentes de los planteles que conformaron, como el Pato Carlos Aguilera o el Vasco Óscar Aguirregaray, que además puede presumir haber terminado un clásico en el arco porque expulsaron al golero cuando ya no había más cambios, y ganarlo. El Marujo Marcelo Otero o el Lucho Romero dejaron su marca en las redes rivales por hacer una cantidad bárbara de goles, y algunos muy importantes, como también el Negro Washington Tais, Serafín García o el propio “Mucama” Juan Carlos de Lima, que tiene reservadas unas líneas importantes de este mismo capítulo de 1997. Como también dejaron su huella y tendrán, aunque sea mínima, alguna anécdota para contar cada uno de los futbolistas que pasó por alguno de los planteles, como cada integrante de los cuerpos técnicos, como cada dirigente y cada trabajador de club, como cada socio y como cada manya que estuvo ahí.

Algunos se jactarán de haber estado todos los partidos del Quinquenio en la tribuna; algunos de las cábalas que cumplieron para que Peñarol gane partidos imposibles, y sigan aferrados al “creer o reventar”; y, como el hincha que llevó a Fossati a reunirse con Damiani para firmar el contrato, algunos otros contarán con orgullo cuando colaboraron de alguna forma con el club de sus amores.

Pero también estará el recuerdo latente de los otros. Los que jugaron contra el Peñarol del Quinquenio, o los que lo vieron jugar. Los que perdieron y los que le ganaron. Los que lo hicieron tambalear en la tabla. El delantero que le hizo un gol y el golero que le atajó alguna pelota a Bengoechea, Darío Silva o Lucho Romero, o que mantuvo el arco en cero en algún partido. También estará el recuerdo del árbitro que dirigió algún clásico inolvidable o alguna final, que vio a ese Peñarol desde adentro de la cancha. Y el alcanzapelotas que miró algún partido en zona VIP, y el niño que entró como mascota.

Y también estará el recuerdo de los de Nacional, que también estuvieron ahí, en un rol protagónico ante el Peñarol del Quinquenio, pero que es probable que no lo quieran tener tan presente como el resto de los anteriores.

Quién no hubiera querido estar ahí, si hasta uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol mundial y probablemente el más icónico de todos, Maradona, quiso tener su capítulo en el Quinquenio de Peñarol, cuando a sus 36 años manifestó en radios argentinas sus ganas de “salir con la camiseta de Peñarol en el Estadio Centenario” y se declaró “hincha de Peñarol hasta la muerte”. Buscó casa en Carrasco y manifestó públicamente que su llegada para cerrar el pentacampeonato y jugar la Copa Libertadores con el club era un hecho, pero algunos desencuentros al final de las negociaciones impidieron lo que hubiera sido un fichaje histórico.

Cómo no sentirse orgulloso de haber estado presente, de la manera que sea, en una época en la que Peñarol fue tan Peñarol y ganó como su historia lo rige: ante la adversidad, con el empuje de su hinchada y el peso de su camiseta, a lo Peñarol.

Porque “al hincha de Peñarol le gusta ganar no importa cómo, es una realidad que sigue vigente indiferentemente que pasen las generaciones”, dice Gregorio, y resalta que ese Peñarol, el del Quinquenio, “por momentos era un equipo arrollador, es cierto, porque tenía un plantel muy bueno. Pero sobre todo tenía una gran madurez y estaba preparado para enfrentar momentos duros, que por momentos también los hubo”.

El que falta

Gregorio volvió de Italia para dirigir a su equipo junto al preparador físico Gonzalo Barreiro y su delantero predilecto, Lucho Romero. Su ayudante técnico, Alejandro Botelli, se había quedado a cargo de la tercera división y del primer equipo en la Liguilla del ‘96, cuando el cargo fue acéfalo tras la salida de Fossati después de salir campeón.

El entorno del club estaba alborotado por razones obvias. El equipo cuatro veces campeón mantenía su base sólida de futbolistas, volvía el DT con el que todo empezó, el nueve goleador, se reforzó con algunos fichajes puntuales, como Marcelo Zalayeta, Serafín García, Jorge “Tito” Gonçalves, Juan Carlos De Lima, entre algunos otros. Si 12 meses atrás los hinchas soñaban con el Quinquenio, ese año la euforia era incontenible porque parecía que nada podía salir mal.

Finalmente, aquel equipo comenzaba la temporada con todo para hacer historia. Al haber clasificado a la Copa Libertadores junto a Nacional, el sorteo los ubicaría en el mismo grupo, lo que dispuso dos clásicos a principio de temporada, el primero incluso antes de comenzar el Torneo Apertura. El 27 de febrero Peñarol y Nacional disputaron el primer partido oficial del año por la competencia más importante a nivel continental, que con goles de Romero, dos de Bengoechea y otro de Zalayeta los aurinegros golearon a su rival 4 a 1. Para la cuarta fecha de la primera fase, Peñarol ya había conseguido la clasificación a la siguiente ronda (clasificaban tres del grupo de cuatro cuadros), pero no pudo repetir lo de semanas atrás y el segundo clásico del año fue para Nacional, que ganó 2 a 0, pero no le impidió al Carbonero terminar el grupo como líder.

Semanas después se disputó el tercer clásico del año, esta vez por el Apertura, que los dos equipos grandes peleaban cabeza a cabeza por la primera posición y para el que aparecieron dos verdugos clásicos carboneros para sellar la victoria 2 a 0: Pacheco y Bengoechea. En los primeros tres clásicos de ocho que se jugarían ese año, dos fueron para el Manya y uno para los albos.

A pesar de hacer un aceptable campeonato y con victorias importantes, los de Gregorio se quedaron sin el torneo corto del primer semestre cuatro puntos abajo de su rival, que fue el campeón, y con varios equipos apretados en puntos en la tabla de posiciones: Nacional 25, River 22, Peñarol 21, Defensor Sp. 20 y Liverpool 19.

En el plano internacional Peñarol pasó el cruce de octavos de final por una definición por penales frente a los colombianos de Millonarios en el Centenario. Pero no tuvo la misma suerte con Racing, que tras ganar 1 a 0 de local y perder por el mismo resultado de visitante, quedó eliminado de la Copa Libertadores 1997 por definición por penales en el Cilindro de Avellaneda.

Sin embargo, la competencia internacional no iba a terminar con esa eliminación, ya que todavía quedaba la Supercopa Sudamericana, el campeonato que enfrentaba a todos los clubes campeones de América y que se disputó entre 1988 y ese año ‘97, que sería la última edición.

Los dos grandes de Uruguay debieron jugar una fase preliminar en un grupo de tres equipos que definiría dos clasificados para la fase de grupos del torneo. Por segunda ocasión en el mismo año carboneros y tricolores se veían las caras a nivel internacional en una fase de grupos que compartieron con Vasco da Gama de Brasil. Entonces, más allá de la mayor o menor motivación que suponía la Supercopa, la obligación de pasar de fase estuvo marcada por ganarle al clásico rival.

Con goles de Juan Carlos de Lima y el Caballo De Los Santos para Peñarol, y de S. Fernández y W. Rodríguez para Nacional, los grandes empataron el cuarto clásico del año. Tres semanas después y por la clasificación se jugó el quinto, que un gol tempranero del siempre protagonista en clásicos Vasco Aguirregaray, que después se iría expulsado, y otro sobre el final del Gaucho Gonzalo De Los Santos marcarían el 2 a 1 final, la victoria y la clasificación para los aurinegros.

Más allá de los clásicos ganados y de las altísimas revoluciones con las que el equipo convivía, los resultados no se dieron como todos esperaban hasta ese momento. Principalmente porque el Campeonato Uruguayo, el objetivo número uno en la búsqueda del ansiado Quinquenio, había que pelearlo desde atrás.

Para hacer historia no hay margen de error

Problemas con la selección uruguaya, la AUF, los arbitrajes, la prensa, el bullicio y la presión de ganar generaron un clima tenso de cara al comienzo del Clausura para Peñarol. Para la primera fecha, en una medida de protesta, el contador Damiani decidió llevar a Rampla a jugar a Las Acacias, pero tras un empate que no se rompía, el nerviosismo del otro lado del alambrado hizo que el juez suspendiera el partido por falta de garantías, y que posteriormente adjudicara los puntos al visitante.

“Nosotros no tenemos la manía de persecución, pero nadie va a negar que el ambiente está raro”, declararía Damiani posterior a la resolución, y entre polémicas y otros cruces el Círculo de Periodistas Deportivos determinó cortar relaciones con el presidente de Peñarol. Pero los problemas con el entorno y los agentes externos al club terminarían por unir más a los de adentro. “El plantel, en apoyo al presidente, decidió no hablar más con la prensa hasta que se solucione el problema”, cuenta Gregorio.

El Consejo Directivo del club publicó un comunicado que sostenía esa resolución de tanto jugadores, cuerpo técnico y funcionarios, y señalaba como única persona legitimada para hablar con la prensa en nombre de Peñarol al presidente José Pedro Damiani. En un acuerdo del contador con la emisora CX 10 Radio Continental, se comenzó a emitir Peñarol Verdad, un informativo oficial del club. Toda esa situación terminó por unir al club puertas adentro, tal como lo reconoció el gerente deportivo Jorge Pasculli para el libro Quinquenio (Inzaurralde y Señorans, 2017).

Pero además de lo que ocurría a nivel institucional, en lo estrictamente deportivo Peñarol también era un sube y baja emocional. El comienzo del Clausura fue intermitente: dos goleadas en las primeras cinco fechas marcaban el talante de aquel equipo, pero los puntos perdidos con Rampla más dos empates contra Racing y Wanderers no permitían que levantara cabeza, y el punto de inflexión llegó en la sexta fecha. Un gol de Gustavo Biscayzacú en el minuto 90 determinó la victoria de Defensor (equipo en la pelea por el título) sobre el Carbonero 3 a 2 y la posibilidad real de que el sueño del Quinquenio termine por frustrarse.

A cinco fechas para que termine el torneo, ya no había margen de error. Peñarol tenía que ganar todos los partidos si quería aspirar, al menos, a quedarse con la tabla anual en miras de conseguir un lugar en la definición del Uruguayo, porque el Apertura había sido de Nacional y el Clausura sería difícil que se le escape a Defensor.

“Renunciamos a la actividad internacional. Llevamos un equipo suplente a Colombia a jugar contra el Atlético Nacional (y luego a Argentina a jugar contra Estudiantes de La Plata) y los titulares se quedaron en Montevideo, trabajando con el profe Barreiro. Solo Zalayeta viajó de los que jugaban habitualmente”, relata Gregorio sobre una de las decisiones que debió tomar para afrontar aquella definición de campeonato.

Como había dicho el Pato Aguilera un año antes, “Peñarol juega mejor cuando tiene menos posibilidades de ganar”. Un doblete de De Lima y otro de Pacheco pusieron la primera victoria para encaminar la remontada. Un gol de Bengoechea de penal y otro de De Lima pusieron la segunda, frente a Danubio el 28 de setiembre, cumpleaños 106, para seguir en disputa previo a un parate de tres semanas que sirvió para preparar un nuevo clásico, el sexto del año.

“Llegamos al cruce de 8 de Octubre y Centenario, y el ómnibus, un Cutcsa pintado de amarillo y negro, tuvo que parar y un grupo de hinchas de Nacional empezaron a tirarnos piedras –recuerda Gregorio – Me bajé y atrás mío se bajó Zalayeta, el Vasco y otros más. Fue una inyección anímica, queríamos que empiece el partido ya. Son cosas que se sienten por estar vinculado y tener ese afecto al club”.

“Entramos ganando 1 a 0”, contaron los propios protagonistas en esa anécdota que tantas veces escuchamos. Sin embargo, el primer tiempo terminó 3 a 2 a favor de Nacional. Al principio del segundo tiempo el Tito Gonçalves puso el empate y a los 18 minutos Gregorio puso a Juan Carlos De Lima, que venía haciendo goles en los últimos partidos, por el Pato Aguilera. Tres minutos después de ingresar, hizo el cuarto y el Manya daba vuelta un clásico fundamental para seguir en la pelea.

Pero la victoria clásica no allanó el camino al campeonato, porque a falta de dos fechas era necesario que Defensor (arriba en la tabla anual) pierda un partido. En la penúltima fecha, contra Cerro, se cumplieron los 90 minutos con empate a tres y la hazaña, otra vez, parecía escaparse, pero a los 90 + 1 apareció el que entró para hacer el cuarto, como dijo el contador Damiani, “Mucama” De Lima, el cuentagotas de los últimos partidos para darle la victoria al Carbonero.

Y en esa penúltima fecha del Clausura se dio otro imposible en el partido entre Defensor y Nacional en el Centenario. Los tricolores, ya sin chances en el Clausura ni en la Anual, ganaron el partido por la mínima diferencia con el recordado gol de Juan Ramón Carrasco faltando tres minutos para que terminara. Peñarol alcanzó a Defensor y se metía en las finales por el Campeonato Uruguayo.

El Carbonero y el Violeta ganaron sus respectivos partidos de la última fecha y no hubo cambios en las clasificaciones. Defensor se coronó campeón del Torneo Clausura; Peñarol de la tabla anual con los mismos puntos que Defensor, pero con una diferencia de goles de +25 contra +16 del segundo; y Nacional ya tenía su plaza asegurada en las finales desde la obtención del Torneo Apertura. Así las cosas, Peñarol y Nacional debían jugar una semifinal y definir el campeonato con Defensor, que esperaba en la final.

La pasta para la definición

¿Le daba a aquel plantel de Peñarol para seguir con ese nivel de concentración, sin margen para equivocarse desde hacía varios partidos, para ganar lo que faltaba y consagrarse con el Quinquenio? No era tarea fácil. Pero ¿quién de entre Nacional y Defensor sería el que se le podía plantar a Peñarol y dejarlo sin campeonato ni Quinquenio, con el ímpetu que traía ese equipo?

Según Gregorio, las finales las manejaron “con mucha mesura” y bajaron las cargas de trabajo porque “no pesaba solo el desgaste físico del año, sino también había mucho desgaste psicológico”. En efecto, Peñarol ganaba, pero hacía tiempo que bajo la presión de “perderlo todo”, porque no era solo un campeonato, sino una gesta histórica que había empezado cinco años atrás. Era la oportunidad de hacer historia o no.

La semifinal fue el 5 de noviembre del ‘97 en el Estadio Centenario, con casi 70 mil personas en las tribunas, la mayoría de Peñarol. Era el séptimo clásico del año: Peñarol había ganado cuatro, Nacional uno y habían empatado otro. El último Peñarol lo había dado vuelta tras ir perdiendo 3 a 1, cuando nada más que un empate lo hubiera dejado afuera de la pelea por el título y el pentacampeonato.

Otra vez, Nacional se fue ganando 1 a 0 al descanso, y al minuto del complemento hizo el segundo. 2 a 0. ¿Sería posible que se terminara la ilusión ahí, en manos del clásico rival? Gregorio sacó a Serafín García para poner a Zalayeta, porque había que hacerla entrar y darlo vuelta, y a los cinco minutos Tucu Tucu hizo el descuento. El impulso de la hinchada y de los jugadores metieron a Nacional en su cancha, en su área y luego en su arco. Lo que parecía imposible otra vez, pasó otra vez. Dos minutos antes de ser sustituido, Lucho Romero marcó el empate 2 a 2, y entró “Mucama”, el nuevo verdugo, pero esta vez no hizo el cuarto. A los 32 minutos del segundo tiempo De Lima puso el 3 a 2 y Peñarol ganó y se clasificó a la final, dando vuelta un clásico, otra vez en menos de un mes, con desventaja de dos goles.

“Había una gran compenetración. Yo concentraba 16 y se quedaba todo el plantel: lesionados, suspendidos y los que quedaban afuera de la convocatoria”, recuerda el DT.

Entonces, ¿era Defensor el que se interpondría entre Peñarol y el Quinquenio?

Una patriada de Serafín García, que dejó a tres rivales por el camino y que terminó con un zapatazo desde el vértice del área y se coló en el ángulo del segundo palo, le dio el triunfo a Peñarol en la primera final, y ya no había nadie que pudiera opacar la fiesta.

“Había muchos jóvenes, pero teníamos una gran madurez. El plantel estaba convencido de que era difícil perder, porque portamos una camiseta con una gran historia detrás, que nos hizo vivir momentos muy lindos”, expresa Gregorio, el guía de aquellos ídolos.

25 años atrás en el Estadio Centenario pintado de oro y carbón, Peñarol le ganó a Defensor Sp. la última final del Campeonato Uruguayo de 1997 y del segundo Quinquenio de oro por 3 a 0, con goles de Pablo Bengoechea, Antonio Pacheco y Marcelo De Souza. Y al final nada ni nadie pudo interponerse ante aquel equipo, destinado a hacer historia.

Este artículo es el último de una serie que hemos publicado durante las últimas semanas, en conmemoración a los 25 años de la gesta del segundo quinquenio de oro de Peñarol.

En este quinto capítulo, repasamos el Campeonato Uruguayo de 1997 y por ende la concresión del Quinquenio de Oro.

Leé el resto de las notas acá: