El extremo, puntero o, como todavía le dice Kesman, el wing. El que juega por afuera, el delantero de banda, el ala del equipo. Los manyas más jóvenes pensarán enseguida en Rossi, en Facu Torres, algunos en Canobbio, Pellistri o en Brian Rodríguez. Otros pensaremos en nuestro querido Lolo Estoyanoff y otros, más veteranos, en el Pato Aguilera. Pero de las alas que quiero hablar hoy son las del Peñarol del principio del Quinquenio, más precisamente del campeonato de 1994, que no precisamente jugaban de wings.

—¿Sabías que, entre los goleadores de cada campeonato del Quinquenio, sos el que hizo más goles en un campeonato?

—Mirá… No sabía. Y eso que el Profe no me dejaba patear los tiros libres —responde, entre risas, Darío Silva.

El «Negro» hizo 18 goles en el Campeonato Urugayo del ‘94. Llegó a Peñarol en febrero del ‘93, con 20 años y a pedido del técnico, Gregorio Pérez, que recién había asumido. Junto a él y todas las altas más y menos impactantes que tuvo el aurinegro en aquel período de pases que marcó el inicio del segundo quinquenio de oro del club, con 21 años y también a pedido del DT, llegó otro puntero rápido, escurridizo y goleador: «Marujo» Otero, que en el mismo año festejó 14 veces.

Sin embargo, previo a todos esos goles, el plantel que hacía unas semanas había sido campeón uruguayo después de varios años sin alegrías, tuvo su crisis. En la Liguilla pre Libertadores, que en esa época se disputaba al enero siguiente de terminado el campeonato, Peñarol no solo perdió el clásico, sino que quedó tercero y afuera de la Copa Libertadores de América, clasificando así a la Copa Conmebol. Un golpe duro que incluso puso en duda la continuidad del técnico, pero que el contador Damiani no tardó en descartar. “Hay Gregorio para rato”, dijo públicamente el presidente y marcó el comienzo de la nueva campaña.

La temporada inició con un cambio estructural impulsado, entre otros actores, por el propio Damiani. El campeonato dejaría atrás el formato a dos ruedas para pasar a dos torneos cortos: Apertura y Clausura. El «Tano» Gutiérrez comenzaría la temporada como capitán tras la partida del «Chueco» Perdomo, la “bomba” del mercado sería el «Vasco» Aguirregaray, campeón de todo con Nacional y amigo de Bengoechea, pero el plantel terminaría de conformarse apostando por las formativas del club: Martín García, Nicolás Rotundo, «Pelusa» Magallanes y el «Tony» Pacheco, entre algunos otros.

Dos derrotas en los primeros tres partidos caldearon el ambiente puertas afuera y adentro. En un año electoral, el cuerpo técnico y el presidente todavía pagaban los platos rotos por no haber ido a la Libertadores y por aún no levantar cabeza. Pero, como indican Inzaurralde y Señorans en el libro «Quinquenio. La historia por sus protagonistas», los triunfos y las derrotas marcaban el talante de los dirigentes, jugadores e hinchas de Peñarol. Y como el talante de aquel plantel era inquebrantable, aparecieron sus figuras.

Los wings

El «Negro» (Darío Silva) fue el mejor compañero de ataque que tuve en mi carrera. Era fácil jugar con él porque nos conocíamos muy bien. No dábamos ninguna (pelota) por perdida y, si la cagabas, sabías que el otro te respaldaba”, recuerda «Marujo» Otero.

Darío Silva y Marcelo Otero llegaron juntos a Peñarol al principio del año y la temporada anterior «Marujo» venía de ser campeón de la B con Rampla Jr. siendo figura, y Silva venía de serlo en Defensor Sp.; los dos se ganaron su lugar en el once titular de Peñarol apenas aterrizaron en Los Aromos. “Al principio –cuenta Otero– jugábamos con tres arriba, Cedrés era el 9 y el «Negro» y yo jugábamos por las puntas, pero éramos libres (en todo el frente de ataque)”.

Compartieron delantera con Cedrés, Magallanes, Pacheco, «Pato» Aguilera, «Lucho» Romero y otros cuantos más. A veces con un 9 y ellos por las bandas, a veces Silva de 9 más otro puntero, otras tantas veces ellos dos solos, como dupla ofensiva, con un enganche atrás que podía ser el «Tony» o Bengoechea.

“‘Vos tiranosla’, les decíamos al resto, ‘que nosotros la corremos’. Peleábamos todos los pelotazos como si fuera el último, eso era algo que nos caracterizaba. Después teníamos a Pablo, que no tiraba pelotazos, sino pases, y era todo mucho más fácil”, relata el «Tren» Otero, como le decía el periodismo.

Porfiado y peleador

Y las figuras aparecieron, y las victorias llegaron. La cuota goleadora de Otero y/o Silva estuvo presente en 10 de los 12 partidos del Apertura. La clase de Bengoechea, el ímpetu de los más jóvenes, la experiencia del «Tano» Gutiérrez y del «Vasco» Aguirregaray en el fondo, el temple del entrenador, el aguante de la hinchada y el carácter del plantel en general revirtieron el comienzo en falso del entonces campeón uruguayo.

El lamentable fallecimiento de un hincha de Nacional en un enfrentamiento entre barras previo al clásico del Apertura manchó la consagración del primer torneo corto de la historia del Campeonato Uruguayo, que se lo terminó llevando Defensor porque a los dos grandes los penaron con cuatro puntos, dejando a Peñarol tres abajo del campeón. Aunque, en desacuerdo con un fallo que demoró y le pareció injusto, el contador Damiani pagó al plantel los premios por el primer lugar, a “un campeón genuino y no de biblioteca”, como declaró en aquel entonces.

En la lucha por el Clausura y el bicampeonato, al equipo otra vez le tocó remar desde atrás. La rebeldía y unión de aquel equipo lo volvieron muchas veces demoledor, llevándose varias goleadas a favor en el desarrollo del campeonato. A Danubio le ganó 4 a 0 y 6 a 1, a Basáñez 5 a 0 y 3 a 0, y a Bella Vista 4 a 0 las dos veces: Otero les hizo tres en el Apertura y Darío Silva tres en el Clausura. Fue el único hattrick de Otero, pero no de Darío Silva, que también le hizo tres a Rampla. A Nacional, las dos veces 2 a 1.

El primer Peñarol–Nacional del año fue el debut clásico del máximo ganador de la historia de nuestro fútbol: el «Tony» Pacheco. Y, como no podía ser de otra manera, debutó ganando con un gol y medio de Darío Silva, porque el segundo se lo dieron en contra al defensa albo Daniel Revelez, después de un centro de Otero.

El segundo Peñarol–Nacional del año se ganó con doblete de «Marujo». El primer gol vino después de dos cabezazos en el área: el primero (la asistencia) de Darío Silva y el segundo de Otero, que la mandó a las redes del arco de la Ámsterdam. “El segundo fue faltando poco, después de terrible jugada que hicimos con el «Pato» y el «Gallego» Martínez. Salí corriendo para el córner de la América y la Colombes porque ahí estaba mi familia”, recuerda «Marujo». En ese clásico Peñarol fue visitante y sus hinchas fueron a la Tribuna Colombes.

“Peñarol y Nacional son dos equipos muy grandes. Es el Real Madrid–Barcelona, el Milan–Inter. Haber llegado a jugar un partido de esas características y haber marcado goles se guarda para siempre, aunque uno lo dimensiona después, de viejo”, dice «el Poeta del Olimar» Darío Silva, como le decían en los medios. “Lamentablemente terminan”, agrega en relación a lo tanto que los disfrutaba y lo rápido que se le pasaban dentro de la cancha.

El carbonero fue el mejor equipo de ese campeonato. Se quedó con el Clausura en la última fecha, tras una victoria 3 a 1 a Central Español en la que, extrañamente, no marcó ninguno de los alas. Peñarol terminó el año con 38 puntos obtenidos en cancha (los partidos ganados todavía valían 2), 19 partidos ganados, 5 perdidos, 18 goles en contra (arco menos vencido junto a Defensor) y 62 goles a favor, de los que 31 –la mitad –hizo la dupla de ataque.

Pero el fallo por la quita de puntos en el Apertura emparejó al aurinegro y al violeta en las finales para decidir al campeón uruguayo versión 1994. Peñarol le había ganado a Defensor los dos partidos del campeonato –4 a 2 y 3 a 1 –, pero no lo pudo vencer en las primeras dos finales, que terminaron ambas en empate 1 a 1. En la última de esas, Gregorio sacó a Otero y tuvieron un entredicho que hasta ahora no lo cuentan ninguno de los dos, según «Marujo».

El puntero goleador tuvo su penitencia y se quedó afuera de la última final, que encima fue agónica. Defensor se fue ganando al entretiempo y el empate no llegó hasta faltando 15 minutos, cuando el volante Danilo Baltierra, que había entrado desde el banco, metió una pelota entreverada en el segundo palo y llevó la calma al Centenario.

El final del capítulo, como tenía que ser, lo puso el goleador del equipo, del campeonato y el máximo goleador de todos los campeonatos del Quinquenio. “El gol más esperado, sabía que lo iba a hacer, pero se me hizo esperar hasta el último minuto de las tres finales”, recuerda Darío Silva. Tras un centro de zurda de Tais, el 9 le ganó la posición al zaguero violeta en el segundo palo del arco de la Colombes y metió el cabezazo que desató el delirio en el Estadio.

“Gregorio no festejó en la cancha –recuerda Otero –vino enseguida al vestuario y me abrazó, algo por lo que siempre le voy a estar agradecido. Ganamos porque teníamos un grupo unido, con hambre de gloria y tirábamos todos para el mismo lado”. Y ya lo ve, Peñarol es campeón otra vez.

La temporada, sin embargo, terminó en diciembre porque el aurinegro llegó a la final de la Copa Conmebol, que disputó con San Pablo de Brasil. La final de ida fue para los brasileros, que ganaron con un contundente 6 a 1, y la de vuelta se jugó en un Centenario pintado de amarillo y negro. Fue victoria para el carbonero por 3 a 0, pero no le alcanzó. El campeón uruguayo se despidió del año y de sus hinchas entre el grito de «Peñarol, Peñarol, dale Peñaroool», que retumbó en todo el Parque Batlle.

Este artículo es el segundo de una serie que continuaremos publicando durante las próximas semanas, en conmemoración a los 25 años de la gesta del segundo quinquenio de oro de Peñarol.

En este segundo capítulo, repasamos el Campeonato Uruguayo de 1994, el segundo de los cinco, con testimonios exclusivos de los dos máximos goleadores de aquel año: Marcelo “Marujo” Otero y Darío Silva.

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