31 octubre, 2020
1987: La Revista El Gráfico lo contó así
Con el título de “Peñarol de los Milagros”, la famosa revista deportiva argentina “El Gráfico” publicó la siguiente hermosa y emotiva nota de su enviado especial, el prestigioso periodista “Juvenal”, que ofrecemos como testimonio de la prensa extranjera de nuestra nueva hazaña.
“Hay sensaciones que sólo pueden ser expresadas en primera persona del singular. Es el caso de la finalísima de la Copa Libertadores que presencié el sábado en Santiago de Chile. A 224 horas del hecho, sentado en la comodidad de la redacción de “El Gráfico”, todavía estoy temblando de excitación. No puedo sacarme de adentro todo el dramatismo, toda la intensidad emocional de esa definición increíble. Y agradezco al destino haber estado del otro lado de la cordillera. Asistiendo a esa locura que se desató en cientos de uruguayos que nunca dejaron de alentar a los suyos; contemplando la desazón y la angustia que desplomaba en sus asientos a los colombianos que tampoco habían dejado de gritar ¡Dale rojos! Son esos momentos únicos, vibrantes, inolvidables, que sólo ese juego apasionante y hermoso que es el fútbol puede brindar en plenitud.
Porque todo cambió en menos de un segundo. El tiempo que tardó la pelota en partir del empeine izquierdo de Diego Aguirre y sacudir la red del arco de Falcioni. En ese instante, el reloj electrónico en lo alto del estadio señalaba que se habían jugado sin descuento, 14 minutos y 58 segundos del período final del alargue. Apenas un minuto antes, o menos, los suplentes del América, enfundados en sus buzos de color rojo intenso, pugnaban por meterse en el campo de juego a festejar la Copa que era suya, que no podía tener otro destino que una vitrina de la ciudad de Cali. Los uruguayos refugiados en sus buzos amarillos, todavía se lamentaban de la oportunidad perdida por centímetros, cuando el remate cruzado desde la izquierda por Jorge Milton Villar se fue junto al palo izquierdo de Falcioni, sin que la estirada de Ricardo Viera llegara a desviarlo hacia la red. Esa acción había paralizado todos los corazones ante la inminencia del gol uruguayo. Miré instintivamente el reloj. Marcaba 13 minutos, 49 segundos. A un minuto y medio del final ¿podía repetirse una oportunidad semejante? Me lo pregunté y me respondí que no. Que ya la suerte estaba echada. Que era el final de un hermoso sueño acariciado por ese grupo humilde y altivo, bien uruguayo, que conduce Oscar Washington Tabárez.
La lógica más pura, el razonamiento más objetivo y desapasionado, me indicaban que no podía existir en el mundo un equipo de fútbol que todavía guardara en su alma y en sus músculos, en su corazón y en sus tobillos, en su mente y en sus fibras nerviosas; ese resto de lucidez, fervor, energía, entereza y potencia capaz de producir el milagro en el escazo tiempo que faltaba. Había que penetrar una defensa que cerró muy bien todos los caminos hacia Falcioni, durante 119 minutos. Era necesario producir la maniobra profunda, certera, directa y decisiva luego de casi dos horas de lucha enconada, áspera, trabada, cortada, psicológicamente desgastante y físicamente agotadora.
No. Lo que el corazón de los uruguayos que seguían reclamando en su batir de parches, en su grito cada vez más ronco de “¡PE-ÑA-ROL! ¡PE-ÑA-ROL!” desafiaba todas las leyes de lo razonable. Era, nada más y nada menos, que un milagro.
Todo lo que había pasado en los noventa minutos de juego, técnicamente deslucidos, por momentos tediosos como espectáculo, pareció concentrarse en los últimos 15 minutos del alargue. Lo veía más entero físicamente, controlando la manija psicológica de la lucha, el cuadro de Willington Ortiz, por entonces el mejor futbolista que mejor andaba de arriba y de abajo, América había perdido dos piezas importantes con la salida en camilla de Ricardo Gareca (desgarrado a los 80 minutos) y la expulsión del paraguayo Cabañas, juntamente con el lateral José Herrera, por mutua agresión, en el minuto 74. Pero el hombre de los goles decisivos, la gran carta del triunfo uruguayo, el tenaz Diego Aguirre, seguía apretado por la marca dura y sin contemplaciones de Aponte y Espinoza. Además, lo notaba realmente cansado. Cuando un jugador se baja las medias, está a una cuarta del calambre. Y en esas condiciones, tal como se lo veía de arriba al goleador de Peñarol, es muy difícil inventar y ejecutar una jugada decisiva. Un rato antes Aguirre se había perfilado para rematar de izquierda. Se demoró esa décima de segundo suficiente para que el defensor alcanzara a pellizcarla al corner.
Además desde el banco del América siguió la triquiñuela inesperada, una actitud tramposa que ponía más piedras en el camino de la hazaña aurinegra: con intervalo de medio minuto o menos, tiraban a la cancha una pelota extra para que hubiera en el campo dos balones y se produjera la interrupción del partido. El autor de esa deslealtad fue especialmente el expulsado Cabañas. Cada vez que el bravo Obdulio Trasante pescaba una de esas pelotas intrusas, las devolvía con rabia a las tribunas. Al ratito, había otra pelota sobrante en la cancha. Era para destrozarle los nervios a cualquiera. Pero los jugadores uruguayos no acusaron el impacto. Mientras Trasante las devolvía como para que no aparecieran más, sus compañeros seguían pensando, con tozuda insistencia, con admirable fijación, en la red de Falcioni.
Ya no quedaba tiempo para nada. Jorge Goncálvez, usualmente back central, ingresado por el lesionado José Perdomo, había recibido un golpe muy feo de Cabañas en la boca. Pero seguía empujando. Aguirre sentía que debajo de su ojo derecho, el puñetazo del mismo Cabañas iba aumentando el dolor del hematoma. Pero seguía buscando. Hasta que llegó el milagro faltando apenas dos segundos para bajar el telón. El cabezazo de Viera, toque adentro de Villar, la filtración por la izquierda de Aguirre dejando en el camino a los marcadores centrales del América, el medo giro y el zurdazo clásico, cruzado, a media altura, buscando el palo más lejano. Toda la vibración, la belleza, el fútbol en su máximo esplendor que habíamos esperado en vano durante 119 minutos estaba ahí. En esa red que se sacudía a espaldas de Falcioni. En la explosión inenarrable del gol. En el maravilloso festejo de la victoria.
A 24 horas de ese momento, repaso lo ocurrido, vuelvo a vivirlo y reafirmo el concepto inicial: el fútbol es único. Pero a la sentencia le falta un cierre que la perfeccione y le otorgue justicia: Peñarol también es único.
Quien es el niño de la foto? Se que es conocido actualmente
Es muy emotivo y fluyen historias que recuerdan momentos ,únicos, lo que yo recuerdo de ese logro irrepetible ,estaba en un momento fantástico de mi vida jugando al fútbol como todo niño en Uruguay ,tenía 8 años y se formó un gran equipo en la categoría 79 de Club Corcega y la mayoría éramos de Peñarol ,nunca se me podrá borrar la imagen de todos corriendo de tras de la pelota el día siguiente de que nuestro Querido Peñarol se consagró Campeón, y para terminar de completar el momento de felicidad , le Dije a mi viejo !papá me llevas a Cortarme el pelo al Club ? No era x mi pelo solo Quería ver el Gráfico este mismo que esta en la portada porque sabía que el peluquero del Club !Juan Ferreira! Av Bolivia ,siempre los Compraba y era un deleite ver las Fotos de esta revista .
Momentos unícos ,Peñarol Siempre Peñarol
Estaba en un hotel en RG sur de Brasil. No lo pasaban por TV, entonces la única opción para intentar apaciguar los nervios provocados por la ansiedad al no saber como vamos., justamente hoy «Final de la libertadores» era la radio, ese aparato multifunción de mesita de luz, que muestra la hora, es despertador y radio, si radio, el vínculo único , era agua en el desierto. Recorrí el dial de lado a lado buscando el relato sagrado… increíblemente encontré el relato de una radio chilena que para aumentar mi deseperada y frustrante posibilidad de sentir una minúscula emoción la señal iba y venía. Pude deducir sin tener plena certeza del empate a cero, que obviamente nos dejaba sin gloria… la onda volvió con un grito profundo de gooool. No lo sabía, pero mi corazón supo que ese grito eufórico de una voz extranjera gritando un gol ajeno era la gloria del más grande. Desenfrenado salí a la ventana de mi habitación de hotel y gritaba gol gol gol gooool locamente. Luego de mi transe emocional la gente que pasaba abajo por la calle miraba mi locura desencajada con desconcierto. Tenía 20 años, ya habia vivido este sentir hace cinco años y por partida doble, libertadores e Intercontinental, pero nunca será igualada a esta emoción a dos segundos del pito final.
Yo tenía solo 5 años cuando Peñarol logró esa copa. Hace el gol Aguirre y literalmente mi padre parte de un piñaso una mesa de madera en la q encima estaba la tele. Yo casi ni supe lo q estaba sucediendo,pero enseguida cae un amigo de mi viejo y salieron juntos a festejar en las calles de mi ciudad Tarariras, Colonia. Es increíble lo q genera Peñarol,cosas q ningún otro club del mundo podría causar. Hoy tengo 38,y mi recuerdo viene a mi mente con mayor claridad,xq Peñarol es único, incomparable.
VIVO EN TORONTO. aquel partido lo vimos los manyas en pantalla grande en un Centro Comunitario llamado Downsview Arena de la Avenida Wilson casi Jane Street.- Hubieron otros lugares pero yo lo mire alli y casi m muero.-\
La alegria fue tan grande que uno se queda sin palabras aun cuando estaba rodeado de manyas como yo.-
Los colombianos e segundo chico del alargue lo hicieron como ellos son a veces demasiado creidos y provocadores.-
Encendieron las RADIOLAS (como dicen ellos ) y bailaban cumbias ballenatos paseos de todo hasta que vino el gol de la FIERA,alli murieron.-
Pah se me caén las lágrimas que lo parió…tenía 7 años mí viejo faltando 5 minutos se fue a rezar al baño. Yo no entendía nada lo que era una final de copa libertadores. Cuando la fiera la mando a guardar como grite ese gol y nos abrazamos como locos con mí viejo.
Las calles todo el mundo festejando que lindos recuerdos…
«Peñarol de los milagros»
Orgulloso ser hincha carbonero
Qlp! Estoy llorando…al leer se me vienen tantos recuerdos de ese día, lo digo siempre estuve a nada de enloquecer de alegría. Lo miré solo en mi casa, nadie de mi familia me aguantaba, hice un surco frente a la tv. Literalmente al momento del gol me caí como desmayado, no podía creer, prendo la radio para confirmar y salgo corriendo para la calle como loco gritando Peñarol campeón!!! No sé cuánto corri, sé que termine en la casa de una tía fanática Manya, en la caravana y volví al otro día a mi casa…..me retó mi madre porque me fui y dejé la puerta abierta. Siempre Peñarol!!!
Cómo escribió un correligionario hace unos meses, leo este artículo de Juvenal y me pongo a llorar, vi ese partido con 11 años! Fue la última gran hazaña, el recuerdo es muy vívido e intenso, el America era un cuadrazo, duro, copero, mañero. El plantel de Peñarol promediaba 21 años, y no me olvido lo que fue el partido de vuelta en el Estadio con gol del Bomba. Gracias Diego! Gracias Peñarol por esto y tantas cosas más!!!