En febrero de este año tuve la suerte de poder viajar a Iquique para ver a Peñarol por la Copa Libertadores. Esa vez viajamos en un ómnibus contratado. Por un tema de costos no podíamos viajar en avión y tuvimos que meter más de 100 horas en bondi para ir y volver de Iquique.

A uno le despierta una pasión por viajar a ver a Peñarol y por viajar en bondi. No se hace mucho drama por estar horas y horas viajando. Por eso, con un amigo viajamos a Guayaquil en bondi, haciendo diferentes escalas para poder llegar a aquella ciudad.

La idea del viaje en ómnibus empezó con un hermano de cancha, Juan, con el que compartimos más de diez viajes al exterior con el carbonero y, desde hacía un tiempo, teníamos ganas de meter un viaje largo. Un viaje con el que pudieramos recorrer y conocer parte de América e ir en ómnibus como siempre viajamos. Todo arrancó un 22 de diciembre cuando estaba laburando y escuchando el sorteo de la Copa Libertadores por la radio. Apenas tocó Emelec de Guayaquil lo llamé y le dije «nos vamos a Ecuador como sea».

Porto Alegre (Brasil)

Desde ese momento nos movimos por los pasaportes, ahorrar plata, conseguir la licencia en el trabajo, y estudiar los horarios y días de bondis según las escalas. En medio de este estudio de cómo ir a Guayaquil nos fuimos a Iquique. Ese viaje acortó un poco la espera. Se vinieron los días y al fin llegó el miércoles 27 de marzo, día en el que arrancaba el viaje.

Ese día me tocó laburar así que ya me fui con la mochila pronta al trabajo. Esa mañana me costó mucho concentrarme porque uno ya tenía la ansiedad de viajar y salir en esta odisea carbonera. A las dos de la tarde salía el primero de los tantos ómnibus que nos tendríamos que tomar. Se hizo la una y media y largué todo y me tomé un taxi directo a Tres Cruces. Ahí me esperaba mi amigo Juan que llegaba sobre la hora también desde Malvín hasta la terminal.

Ese viaje en taxi se hizo eterno parando en todos los semáforos. Se venía la hora y no llegaba, dos menos cinco me bajé en la puerta de la terminal y fui rajando a sacar los pasajes. Cuando llegué ya estaba saliendo el bondi y quedaban los últimos dos pasajes. Nos advirtieron de que se estaba yendo el bus, salimos como locos a la plataforma y el bondi ya estaba prácticamente en la calle. Salimos corriendo atrás del bondi con mi amigo entre los autos hasta llegar a un semáforo y lo paramos. No nos quería dejar subir el chofer. Nos pusimos como locos a golpear los vidrios hasta que logramos que nos abriera la puerta, entramos sin preguntar nada y callados rumbo al fondo. Así comenzaba este viaje eterno hacia Guayaquil.

Viaje Porto Alegre-San Pablo

Por la noche llegamos a Rivera. Teníamos pensado ir de la terminal de Santana do Livramento a Porto Alegre y de ahí a San Pablo donde sabíamos que salían ómnibus directos a Guayaquil. Viajamos a Porto Alegre en una compañía que se llama Ouro e Prata por 60 reales. A la mañana siguiente nos dejó en la terminal, nos bajamos a eso de las 9 de la mañana y a las 11 salió el próximo ómnibus a San Pablo. En el mismo ómnibus venía un uruguayo que vivía ahí, obviamente era hincha de Peñarol. Nos ayudó bastante y nos dijo dónde era la parte de ómnibus internacionales en la terminal de San Pablo, que es una de las más grandes de Brasil.

Terminal de San Pablo

Llegamos el viernes por la mañana a San Pablo, luego de dar varias vueltas por la terminal nos dimos cuenta que todas las compañías estaban cerradas por ser Viernes Santo y casi ningún ómnibus salía. Preguntamos a un par de locales pero nadie sabía nada. Solo una compañía podía salir pero desde una terminal más chica a 15 minutos de ahí. Fuimos a buscar el taxi, nos llamó la atención que cuando lo vimos era un auto común sin tablero que contara las fichas ni ningún pegotín que indicara que era un taxi. Nos pidió 4o reales y accedimos al no tener «otra opción». En el camino nos habló mucho de fútbol y de su equipo Corinthians.

Al momento de descargar las mochilas veo que mi amigo y el tachero empezaron a discutir fuerte y de repente Juan le tiró unas piñas. Yo no entendía nada. El tachero nos quería cobrar 150 reales porque «sino no van a ningún lado» y con un brazo le quería sacar la billetera. Se empezó a arrimar mucha gente pero enseguida cayó un guardia y aflojó, aceleró y se fue. A nosotros nos tomaron los datos, nos revisaron y al rato nos dejaron entrar a la Rodoviaria con la mala noticia de que la única compañía que hacía esos viajes era el Internacional Ormeno y también estaba cerrado.

Nuevamente se nos vino el viaje abajo. Parecía que había algo que no quería que fuéramos. Nos sentamos en un banco pensando qué hacer cuando en una de esas se nos cruzan dos bolivianos y de ahí nomás se nos ocurrió ir hasta Bolivia, donde podían haber frecuencias a Guayaquil, o por lo menos algo que nos acercara. Ellos nos recomendaron que fuéramos al Estado de Mato Grosso, a la frontera de Corumbe que une Brasil y Bolivia, y que de ahí tomáramos un ómnibus hasta Santa Cruz de la Sierra y otro a la Paz.

Jugados al todo o nada sacamos pasajes a Corumbe y el viernes al mediodía partimos a la frontera. Era un viaje de 18 horas con escala en Campo Grande. El bondi iba prácticamente vacío pero Peñarol tiene esas cosas, entre los diez pasajeros había una veterana, se llamaba Ilda, era uruguaya y obviamente de Peñarol, con toda su familia en Campo Grande.

Salida de Brasil

Pasamos todo el viernes arriba del ómnibus, en la noche paramos en Pantanal, una cuidad metida en la selva, para comer algo y de ahí llegar a la frontera. El sábado, luego de hacer los trámites en la salida de Brasil, nos hicieron tremendo drama y hasta nos querían sacar plata por haber salido de Uruguay por Rivera. Después de idas y vueltas nos dejaron pasar e hicimos los trámites en migraciones de Bolivia donde tampoco nos trataron muy bien y de mala gana nos sellaron el pasaporte. No te pierdas la segunda parte…

Felipe De Sio – Lezica
Socio Nº135.051
Juan Albano