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Diego Forlán se aburrió de Peñarol.

Y está bien.

Me jode, pero lo entiendo; y no me perdono ser culpable de la irritación que lo llevó a tomar la decisión de irse.

No importa el grado de influencia que hayan tenido el presidente, los técnicos o el periodismo. Este es El Sitio del Pueblo y lo leemos y retro-alimentamos los hinchas de a pie, que debemos asumir nuestra cuota parte de responsabilidad. Para aprender a valorar.

Es tarde, pero tenemos que hacer una autocrítica, tal como él en las conferencias; fundamentalmente, en la última.

Este Señor Deportista fue, entre otras cosas: el mejor jugador y goleador de un Mundial, 2 veces Bota de Oro en Europa y Campeón de América con la Selección Uruguaya. Jugó en el Manchester United, Inter de Milán, Villarreal y Atlético Madrid, por nombrar algunos equipos en los que compartió vestuario con cracks de su talla.

Un día, meses más, meses menos (es opinable), decidió venir al equipo que es hincha para cumplir un sueño propio y el de su familia. En ese momento, todos sabíamos que un ‘Clase A’ llegaría a Peñarol. Y hasta ahí llevamos nuestras expectativas. La dimensión y trayectoria lo ameritaba. Él quería vestirse con la rayada y salir campeón; nosotros, como cada año, nos ilusionábamos con ganar todo (aunque supiéramos que las posibilidades eran escasas).

Forlán no vino a ocupar ni rellenar el lugar de nadie. Sin prometer ni poner plazos (que para algunos se extienden demasiado y para otros nunca se cumplen), en las mejores condiciones que sus 36/37 años le permitieron, pegó la vuelta en un momento deportivo complicado para Peñarol.

¿El Estadio lo motivó? Tal vez, sí. Pero debía ganar; porque somos el Campeón del Siglo XX por las Copas que están en las vitrinas, no por hacer obras civiles.

Firmó rodeado de luces y llegó -casi- solo a la Posta del Lago para ponerse a la orden del Club y hacer la pretemporada junto a sus compañeros. Sin condiciones ni aires de divo, entrenó ahí, en Los Aromos y por su cuenta. Nunca se lesionó. No es un detalle menor.

Jugó, bien o mal, mejor o peor. Alternó grandes actuaciones con algunas bastante flojas. Pero jamás se escondió, no caminó la cancha ni fue para atrás. No esquivó la pelota ni los micrófonos. Asumió su rol de referente a pesar de ser su primer año en el Club, cuando bien podría haber delegado esa difícil tarea en el capitán o jugadores con varios años y pasajes por la institución.

Yo también pretendía que marcara y metiera como Nández o Novick y, a la vez, que hiciera los goles que no metían todos los demás delanteros que estaban o llegaron a Peñarol… Sin notar que, quizás, se trataba de una injusticia hacia uno de los 2 jugadores de fútbol con jerarquía del plantel.

Todos queríamos ver al Forlán de 2010, sin tener presente que pasaron casi 6 años.

Fue campeón del Apertura y se comió un cambio de técnico durante la pretemporada, a semanas de empezar la Libertadores, en el medio el Campeonato Uruguayo y al primer tercio de su contrato. Por si fuera poco con esa determinación nociva para cualquier proyecto, Marcelo Zalayeta, el otro de su nivel, tomó la decisión de retirarse del fútbol cuando vio lo sucedido con Bengoechea. Y la mochila sumó kilos.

Había que demostrar. Forlán, con su apellido y todo lo antedicho, podría haberse quedado en Montevideo pero se fue a Lima con los compañeros y vio el nacimiento de su primer hijo por Skype. Lo pusimos alguna vez en la balanza antes de condenarlo por tirar 10 pelotas al alambrado? No sé. Lo dudo. La Copa fue nefasta. 2 puntos en 15, mientras tuvimos chance. El rendimiento del 10 fue parejo con el de los demás. Pero, a la hora de buscar un chivo expiatorio, le tocaron y tocamos las fibras, sin considerar que a Los Aromos van más de 30 profesionales y el nuevo técnico estuvo meses sin saber a qué jugar o a quién poner.

Sólo quedaba el Uruguayo. Había que ganar el clásico y el Clausura (o la Anual) y asegurar el campeonato 50.

Lo primero no se dio. Lo segundo tampoco. Pero lo tercero y más importante, sí.

En este lapso, el jugador más trascendente del Uruguay en los últimos 15 o 20 años, se tuvo que sentar en el banco de suplentes, perchar y volver a entrenar sin chistar; jugar 15′ y motivarse peleando el puesto con colegas que deben admirarlo; compartir vestuario con compañeros que -deliberadamente- no daban todo de sí mismos (esto va por mi cuenta) por conflictos o intereses particulares… integrar más de una decena de alineaciones diferentes y hacerse cargo de lo que todos veíamos que se plasmaba en la cancha.

Llegamos a la definición. Diego Forlán jugó 120 minutos, participó de la mayoría de las situaciones ofensivas de peligro, tiró el centro del 2-1 y se fue para su casa con la medalla, recordando los más de 30 partidos con la amarilla y negra, siendo el jugador de campo con más minutos, goleador y máximo ‘asistidor’ del equipo. Pero también que nos tuvo que soportar diciendo esto o aquello de sus acciones u omisiones, sin saber cuánto pesaban esas palabras en las ganas de seguir mostrando su clase y enseñándole a los pibes el camino indicado para triunfar.

Dos días después, nos dio otra demostración de categoría, valores y códigos diciendo lo que siente y tomando la decisión que entiende es la correcta; sin poner al Club de rehén ni buscar culpables a los que exponer en la hoguera de la opinión pública. Lo justo y necesario.

Vino para ser campeón con Peñarol. Cumplió su sueño y se va como el crack que es.

Gracias y perdón, Diego. Te vamos a extrañar.