Soy manya y socio de nacimiento. Mi viejo me anotó en Peñarol antes que en el Registro y el día que tenga un hijo voy a hacer lo mismo.

Hace cuatro meses me surgió por trabajo un viaje a Bolivia. Eran tres meses de un proyecto en Santa Cruz relacionados a mi profesión. La propuesta era buena y si bien Bolivia no parecía ser un país atractivo para trabajar, el proyecto en sí lo era. Luego de pensarlo un poco acepté y partí hacia dicho lugar con las cosas básicas: ropa, computadora, documentos, una camiseta de Peñarol y la bandera.

A medida que pasaron los días, en parte por contactos que me referenciaron desde Uruguay y por otro lado por practicar deporte, fui conociendo varios bolivianos que me fueron recomendando lugares para visitar y conocer.

Dentro de los lugares que me contaron valía la pena visitar la Montaña Huayna Potosí. Ésta es una montaña de 6088 metros de altura que suponía no tener grandes dificultades técnicas para escalarla, pero que su altura en sí mismo (y por lo tanto la falta de oxigeno) era un rival fiero para desafiar. Incluso las personas que conocí en Bolivia me habían contado que habían fallado en el intento de subirla, que había que hacerlo en al menos dos noches e intentar tener una aclimatación a la altura de al menos diez días.

Pasaban las semanas y mientras recorría el país y lugares como Samaipata y el salar de Uyuni (el salar más alto y más grande del mundo), la idea de la montaña no se me iba de la cabeza. Pasaron los 3 meses del contrato, terminé el proyecto y me fui a La Paz con la idea fija de subir la montaña como sea y una vez arriba sacarme una foto que fuera única: la bandera del manya a 6088 metros de altura. Aún no tengo idea si alguien lo hizo antes, en esa montaña o en alguna más alta, pero me parecía algo original y una pequeña muestra de este sentimiento irracional por estos colores.

Llegué a la capital y comencé a averiguar cómo hacer para escalarla. Tenía poco tiempo y la contra de que todas las agencias me hablaban de las recomendaciones de aclimatación antes mencionadas. Hice otros paseos en la ciudad y alrededores para esperar mientras me adaptaba a la altura. Fui al Lago Titicaca e hice «la ruta de la muerte» en bicicleta; dos experiencias impresionantes y con los mejores colores encima, como no podía ser de otra forma.

Pasaban los días y me tenía que volver a Uruguay. Ante el riesgo de no poder escalar opté por ir por otra agencia y el jueves 24 de agosto a las 9 de la mañana partí desde La Paz al campamento Base del Huayna Potosí a 4700 metros de altura. Como no podía ser de otra forma, llevaba los elementos básicos para todo viaje: una camiseta y la bandera del Campeón del Siglo.

Nos salteamos las recomendaciones y en vez de pasar una noche ahí para aclimatarnos y tener un corto entrenamiento sobre escalada, comenzamos directamente el camino hacia la montaña. Fueron alrededor de 5 horas caminando con un tramo final con un poco de escalada para llegar al refugio donde pasaríamos la noche: a 5300 metros de altura y ya totalmente rodeados por la nieve. “Cenamos” una sopa a las 6 de la tarde y si bien aún había luz, el cansancio y lo que nos esperaba al otro día nos hizo irnos a dormir. En realidad no pudimos pegar un ojo por la altitud y la maldita sopa hecha con hielo hervido de la montaña, que queda muy folclórico pero que tiene muchos minerales y es una bomba para el estómago.

Me levanté de la cama con un malestar impresionante y no pude ni llegar a salir del refugio antes de vomitar absolutamente todo lo que había comido. A esa altura parecía que me iba a tener que quedar, pero tenía la obsesión de sacarme la foto con la bandera en el pico de la montaña y lo iba a intentar como fuera.

A la medianoche todos nos preparamos: un último alimento, el abrigo, el equipamiento de escalada y a trepar. A la una de la mañana ya estabamos cruzando la puerta del refugio para intentar llegar a lo más alto.

El camino fue duro. Plena noche comenzando a 5300 metros de altura, mucha nieve y varios grados bajo cero con extremos de hasta menos veinte fueron los condimentos de la noche. Comencé a sentir el cansancio y el mareo por la falta de oxigeno. Era como caminar borracho. Cada paso costaba mucho, muchísimo. En el camino hablé con otro de los masoquistas que lo iba a intentar: un griego de paseo por latinoamerica se había mostrado interesado en mi capricho porque conocía a Peñarol por sus finales contra los grandes de Europa. Obviamente me inflé el pecho y más ganas me dieron de poder llegar al destino.

Fueron 6 horas de caminar y escalar en la nieve para llegar a la cumbre. En los últimos metros hay que atravesar lugares realmente peligrosos donde un paso en falso te pueden llevar a una caida mortal.

Finalmente llegamos a la cumbre. El pico no tiene más de 30 metros cuadrados y ahi, a las siete de la mañana, había varios escaladores recuperando el aire. Tomé un poco conciencia de lo que había logrado cuando al llegar al pico cada uno de los escaladores que ya estaban ahi se acercaban a felicitarte por haberlo logrado. No es para cualquiera que no esté en buen estado físico y mentalmente preparado para pasarla mal por unas cuantas horas. No pasaron ni 30 segundos y le empecé a pedir a los escaladores que estaban en la cumbre que me sacaran la foto. Varios se prendieron a la foto; de distintos países me preguntaban el por qué de la bandera y yo enloquedico explicando que era la bandera del más grande. «Ahh Peñarol», respondían algunos (en ingles obvio porque el único sudamericano era yo). Ahora solo quedaban dos cosas para hacer: cuidar la cámara más que a la vida y lograr volver al campamento base.

Llegué al campamento cerca de la una del mediodía. Fueron 24 horas distribuidas entre cinco horas iniciales de escalada, unas casi siete de “descanso” en el refugio y luego doce horas continuas entre alcanzar el pico y hacer todo el descenso. Todo el esfuerzo valió la pena. Había llevado la bandera del manya lo más alto que pude y quizás más alto que cualquier otro.

Pedro
Socio Nº111.995