El 26 de octubre de 1966 Peñarol se coronaba Bicampeón del Mundo tras derrotar al poderosísimo Real Madrid en el Santiago Bernabéu. Con un marco de 50.000, los dirigidos por Roque Maspoli debían defender el 2 a 0 conseguido en Montevideo, pero en vez de resguardarse, fueron en busca de la victoria, y de esa forma se logró el categórico 2 a 0 (global 4-0).

El conjunto carbonero formó con Ladislao Mazurkiewicz, Juan Vicente Lezcano, Luis Alberto Varela, Tabaré González, Néstor Gonçalves, Omar Caetano, Julio César Abbadie, Julio César Cortés, Pedro Virgilio Rocha, Alberto Pedro Spencer, Juan Víctor Joya.

Los tantos de aquella jornada fueron anotados por Rocha de tiro penal y el gran Alberto Spencer, dos grandes ídolos de la institución.

 

Citamos a continuación la Memoria y Balance de 1966:

LA ÚLTIMA HAZAÑA
La última hazaña fue Madrid… Comenzó a asomar cuando el 12 de octubre, Peñarol derrotaba en Montevideo por dos a cero al cuadro «merengue» de Bernabéu. La esperanza de una consagración final cruzó el Atlántico y volvió en forma de canto: Y dale, dale…los peñaroles…»

La segunda consagración mundial del club de las once estrellas estaba decretada. Europa miró asombrada al gran Peñarol, al Peñarol que derrotaba al monarca europeo en su propio terreno, en su propia cancha; la misma que mostraba un récord impresionante: 20 años sin perder.

Pero Peñarol estaba en su destino…

Rocha primero y Spencer después fueron los implacables verdugos en la noche del 26 de octubre. El camino del triunfo lo abrió Pedro Rocha con gol de penal. Con total serenidad, el salteño colocó la pelota junto al primer palo, de rastrón, venciendo a Bentancourt. A los 37 minutos, Europa comenzaba a enmudecer.

Luego Alberto Spencer marcaría el segundo para Peñarol. Fue una jugada inolvidable y llena de ritmo entre Joya y Spencer, con una rúbrica genial, digna del mejor fútbol del mundo. Ya los reflectores de Chamartín iluminaban las once estrellas aurinegras.

Así fue como Europa quedó asombrada. Máspoli supo plantear el partido, cubriéndolo de todo riesgo y manteniendo las posibilidades de azotar al encumbrado adversario. Y así se hizo realidad el gran triunfo para la mejor eclosión del pueblo peñarolense, que cubrió de amarillo y negro nuestro Montevideo.

La tradición de un fútbol glorioso, de un pueblo que nació para confiar en sus campeones y unirse en el sencillo ritual de la esperanza. Ritual que tiene hoy ritmo de candombe y nos une a todos los peñarolenses en la alegría de su letra….»Y dale, dale, los peñaroles…»