Ahora sí, Medellín, después de imprevistas 12 horas de viaje para hacer 250 kms., y la sorpresa total: es increíble la calidez de su gente y la calidad urbana en general, bien llamada «Ciudad Jardín».

Me tocó llegar en un bus «semipirata» sentado en el suelo 7 horas, porque no había otra cosa por ser domingo final de vacaciones, y ser copiloto-GPS porque el chofer no tenía ni idea cómo encontrar la terminal. Pregunté a un taxista, que después se encargó de seguirnos unas cuadras para que no nos perdiéramos. Todo contacto con los medellinenses fué así, por ahora al menos. También con la gente del Nacional, en la calle y en su sede, donde debí acreditarme como único «periodista» uruguayo hasta el momento.

Pero empieza a mandar el fútbol, el partido se acerca y los colores tiran para que empiece a no importar si los puntos duelen o no. Es Peñarol, y como si eso no alcanzara, la forma en que me recibieron y me integraron los jugadores en el camino hasta el estadio, hace sentir el partido como que fuera una final, merecen llevarse algo grande.

Morena me presentó a todos, como que yo fuera un héroe y él no fuera campeón de Copa e Intercontinental. De una humildad increíble, es una explicación más para lo que fue la Copa 2011, y un ejemplo que se nota asimiló este grupo de jugadores.

Además, ver trabajar a Germinal, una gloria a esta altura de Peñarol y la selección; la onda que pone Miguel Santos, y también cada uno del cuerpo técnico dentro de su rol, llena de optimismo. Porque, en sus jugadores y sus técnicos, que pasarán pero se contagian, y el apoyo incondicional de la hinchada, que sí permanecerá y se siente desde acá, está la grandeza de Peñarol.