El señor Carlos Amorín es gerente de la Dirección De Casinos del Estado. Sin mejores cosas que hacer durante el último partido por la Copa Libertadores que jugó nuestro Club, decidió tomar experiencia en las redes sociales a costa de la derrota del quíntuple campeón de este certamen. Lo hizo, no cabe otra chance, convencido de que su querido Club Nacional es serio candidato al título esta vez. Envalentonado por el resultado escribió lo que todos podemos ver si entramos al perfil twitter de @amorincarlos o leyendo la nota que valientemente publicó Subrayado.

Para quien no pueda acceder a la misma, basta con decir que se refirió al presidente Juan Pedro Damiani como “prestamista”, que se refirió a la parcialidad de Peñarol como “cagoneros”, y al Club Atlético Peñarol como “Penadoy”. Luego de este derroche de originalidad lingüística más propia de un Ni Ni consumidor de estupefacientes que de un funcionario estatal, el señor Amorín descansó y seguramente pasó un buen momento con su esposa Mabel, la más linda. No lo digo yo, lo dice él en su cuenta de Twitter.

Con rotar un poco por las páginas de Internet, puede leerse en la visión de los Casinos del Estado su compromiso para “ser líderes en la explotación y administración de Juegos de Azar, Casinos y Salas de Esparcimiento, con la finalidad de contribuir a la mejora directa y/o indirecta de la calidad de vida de la sociedad”. La pregunta es muy sencilla: ¿qué compromiso puede tener este buen señor con la mejora directa y/o indirecta de la calidad de vida de la sociedad con este tipo de aportes? No sé usted, pero lo veo muy comprometido con la violencia. Esa misma que se condena desde todos los sectores de la sociedad. Flaco favor le hace a la lucha por el deporte con sus comentarios.

Según informa Subrayado, Amorín es un funcionario de carrera, por lo cual inferimos que hace años que se encuentra en esta labor. Será por eso que se ha olvidado de quienes pagan su salario. Señor mío, todos los uruguayos pagamos su sueldo y ni unos ni otros merecemos este tipo de trato. Y aquí es donde empiezan las teorías y las explicaciones. ¿Lo hizo a título personal? Es cierto, pero un cargo de gerencia no solo representa beneficios extraordinarios para el señor y, por transitiva, para su bellísima esposa Mabel (de nuevo, lo dice él), también representan responsabilidades extraordinarias para el uruguayo promedio. En un país serio, este tipo de actitudes terminarían con el jerarca comprando los clasificados el domingo para conseguir un nuevo empleo desde el cual, ofender twitter mediante, no menosprecie a quienes le pagan el sueldo.

Es cuestión de seguir mirando en Twitter porque aparte de esposo, el señor Amorín aclara que también es abuelo. Además, que ha publicado solamente 42 tweets, que sigue a 63 personas y que solamente a 65 le interesan las cosas que usualmente publica. Alguien podría decir que esta mezcla de desfasaje tecnológico entre su etapa de abuelo y su poca experiencia en las redes sociales fue lo que lo llevó a ofender a los hinchas de Peñarol y a las jerarquías de la institución. No lo comparto, la tercera edad se puede llevar muy bien con las nuevas tecnologías. Otros harán cálculos de edad y caerán en cuenta de que allá por los sesenta cuando Peñarol escribió las primeras páginas de la historia de esta Copa Libertadores, el señor Amorín era un joven torturado por las constantes vueltas olímpicas continentales y los Quinquenios. Seguramente fue hincha de Olimpia, de Palmeiras, y se río cuando Amadeo Carrizo la paró con el pecho. Claro, luego lloró. En los setenta también lloró y maldijo a Fernando Morena. Y así la historia continúa. Alguien pensará que estos eventos, para él traumáticos, desembocaron en la pasión por la victoria de un cuadro colombiano. No lo comparto y defiendo a capa y espada al señor Amorín. Muchas personas han vivido una juventud traumática y siguen adelante con sus vidas de manera normal.

La explicación real para este tipo de expresiones solo las tiene el señor Amorín. Eso sí, haciendo gala de su tan mentada “cultura”, sería bueno que pidiera las disculpas del caso. Las alternativas a eso serían: admitir que se trató de un exceso de adrenalina y endorfinas generadas en un abuelo chocho con las nuevas tecnologías o la de un traumado que ha visto en un triunfo de la envergadura del colombiano el sitial donde tomar asiento y pasar un buen momento. Si no fuera eso, seguramente no tendrá problemas de proferir estos insultos frente a cualquier hincha de Peñarol que se le pare en frente. Eso sí sería una timba.