Me ha sido particularmente difícil comenzar a escribir estas líneas sobre el entrañable amigo, por la conmoción emocional de la inesperada noticia, por el agolpado fluir de recuerdos y de adjetivaciones positivas, por sentir que no lograría plasmar en pocas frases todo lo que él merece.

Enrique tuvo la virtud de saber aplicar firmes parámetros de solidez, equilibrio y estética, en todos los órdenes de la vida, y no sólo para sus obras profesionales que así lo demandaban. Poseedor de vastos conocimientos, transitó por áreas diversas, desde la propia de su profesión hasta las del Arte, pasando por la que nos dejó a los aurinegros una impronta inolvidable, la Historia de Peñarol.

Así, también supo aplicar las técnicas profesionales para una tarea de sempiterno resultado: determinó con precisión la ubicación geográfica de dos históricos campos de juego nuestros, el de Villa Peñarol y el legendario “Field de los Pocitos” donde se convirtió el primer gol del Mundial de Fútbol de 1930, y logró se evidenciara con sendos monumentos.

Además del formidable libro “Peñarol, serás eterno como el tiempo –el comienzo de la gloria-”, promovió homenajes a figuras de nuestra Historia (valga mencionar la del Arq. Juan Scasso) y colaboró siempre con el Club. Presidía la Comisión de Historia de la Asociación de Socios Vitalicios de la que fue Fundador. Pero también se destacó por la calidez de su trato en la concordancia o en la discrepancia, todo un caballero, al tradicional decir. Sólido y equilibrado en sus convicciones y en sus argumentos, con estética en su alto nivel en la forma y contenido de sus expresiones.

Nos honró con su amistad, y fundamentalmente honró a cabalidad a su Peñarol, nuestro Peñarol, como se sintió honrado por ser un adalid peñarolense.

Eterno agradecimiento al inolvidable Enrique,

¡Salve, querido carbonero!

Esc. Daniel Quintana.