Hay un diario imaginario, un periódico. Ahí trabajan periodistas, cosa nada extraña, por cierto. Y ese diario tiene una sección deportiva, tema de interés general si los hay. Los periodistas no se creen el eje de la noticia ni juegan a ser creativos de poca monta con portadas que rozan la creatividad de un simio.

Tampoco bajan la cabeza para estar de acuerdo con la voluntad de los dueños de la publicación, menos que menos, por el puro placer de ser obsecuentes o llamar la atención. Y es que, claramente, los dueños nunca influyen en lo que publican sus periodistas porque la información y la opinión independientes están por encima de intereses económicos, políticos y hasta dictatoriales.

El humor es manejado con la sutileza propia de aquellos que quieren dejar en claro un punto sin herir la sensibilidad del lector ni aspirar a un premio Nobel de cotillón y entrecasa.

Ese diario un día circulará en las calles, como otros tantos que se le parecen, lo hacen hoy. Mientras tanto Mastandrea podrá seguir deglutiendo su frustrada vocación de cómico y literato, entre otras cosas.

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