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Tiempo atrás, hace ya algunos años, tuve la ingrata revelación de ver cómo varias personas  inteligentes (no tanto como yo creía), del entorno cercano que significan las redes sociales en las que participo, se referían, sin criterio ni distinción de tipo alguno, al colectivo de los hinchas de Peñarol como «Matafamilias».

A causa de un homicidio perpetrado por individuos identificados con los colores que visto a diario, supe ser rotulado como asesino. Mi padre, mi madre, mis hermanas, mis primos, mis amigos, compañeros y conocidos… sin importar género, edad, nivel educativo, oficio, profesión o perfil socio-económico, todos fuimos identificados como inadaptados capaces de quitarle la vida a un prójimo por la filiación deportiva que expresara.

No fue cuestión de fanáticos o fundamentalistas. Varios conocidos con los que tenía cierta relación o empatía, a quienes consideraba seres pensantes y con cierto volumen de razonamiento, repetían semejante generalización atroz.

A partir de ese y otros hechos lamentables, “Hincha de Peñarol” comenzó a ser un agravante de cualquier acontecimiento. Diversos episodios de violencia entorno al deporte y de la crónica policial se ilustraron con imágenes alusivas a nuestra parcialidad o tuvieron espacio para rememorar instancias en las que se pudiera recordar e identificar a sujetos identificados con Peñarol como generadores o culpables. Una mochila pesada para la institución, su identidad e imagen. Una etiqueta injusta y para nada representativa que afectaba al total de los parciales (con excepción de la fracción insignificante que significan los artífices, claro).

No pretendo insultar la capacidad intelectual de nadie. Tengo casi 20 años de ir al Estadio de forma ininterrumpida y conozco con determinada cercanía la realidad del colectivo que integro en muchas de sus variantes. Del mismo modo que estoy atento a las novedades que surgen respecto al núcleo duro de la ‘barra brava’, sigo de cerca el trabajo silencioso de las Peñas y sus más de setecientas acciones sociales que no obtienen difusión más allá de sitios partidarios.

Pero no voy a perder tiempo en un reclamo infructuoso o la pretensión utópica de que se muestre algo que no vende ni ofrece réditos a las mentes mercantiles de la información.

Prefiero volver al tema incómodo y afirmar que no se puede negar lo evidente ni ocultar lo que ha generado un cambio en parte del espectáculo, perjuicios a nuestro Club y una sensación indeseable para cualquiera que ame el fútbol y disfrute de vivirlo con sus seres queridos.

Suscribo que no deberían ser parte de esto y las responsabilidades son compartidas entre quienes se benefician y los protagonistas centrales de la gestión del deporte más popular del país. Lo tengo claro; todos -en mayor o menor medida- lo sabemos pero, quién sabe por qué, no conseguimos decodificar qué intereses impiden terminar con una realidad que trasciende a la tribuna.

Dicho esto, retomo la temática con la que inicio estas líneas para denunciar y dejar en evidencia una política pseudo-institucional, premeditada, orquestada, malintencionada e innegable.

Mediante los métodos goebbelianos que acostumbran utilizar para otros asuntos triviales y a través de comunicadores y medios cómplices, obsecuentes y serviles a sus causas, el mayor colectivo social que existe en Uruguay ha sido y es señalado y perseguido por hechos de violencia o situaciones particulares de diferente índole y magnitud, cuando nada tiene que ver Peñarol ni su masa social.

Sobran los ejemplos en los que el tratamiento de acontecimientos transformados en noticia no guardaban el mínimo rigor periodístico y procuraban sentenciar causas asociadas a Peñarol para obtener la difusión que hechos similares y habituales no lograrían.

Cualquier persona con un mínimo de sentido común sabe que, salvo que el acto cometido esté vinculado a un espectáculo deportivo o directamente a la actividad institucional, a nadie debiera interesarle de qué equipo es hincha el autor intelectual o material de la falta o el delito. Es más, jamás he leído o escuchado qué religión practica un estafador, qué grupo de música le gusta a un menor infractor o a qué partido político vota un contrabandista.

Entonces, ¿cuál es el criterio que lleva a un medio a publicar la filiación deportiva del implicado o investigado en la causa -no vinculante- que sea? Sólo quienes viven de vender publicidad y noticias lo saben. Repercusión, clicks, debate… rédito económico. Creo que va por ahí.

Jamás lo han hecho. Pero imaginemos que tuvieran la decencia de dar la explicación o un argumento válido… Será el momento en el que podamos demostrar la falta de ecuanimidad con la que -ante episodios similares- unos y otros somos tratados.

Es indignante. Existe una dualidad alevosa en cantidad, profundidad y tono a la hora de investigar o difundir actos protagonizados por parciales, según camiseta, con el agravante de ser particularmente benévolos con los hechos que se asocian a la institución cuyo eslogan supo estar estrechamente asociado a la palabra Cultura.

Entre otros: dos homicidios, una tentativa de homicidio con lesiones graves, incidentes dentro y fuera de escenarios deportivos (de varias disciplinas) a nivel local e internacional, amenazas, agresiones a particulares y periodistas, pedreas a hinchadas visitantes, hurtos varios, incautaciones importantes, destrucción de propiedades privadas y espacios públicos, golpizas a transeúntes…

La violencia es patrimonio de todas las barras bravas pero, como cualquier mercadería, vende más si se asocia a Peñarol.

Reza el dicho que “para muestra, basta un botón”. Previo al partido del domingo, se dieron -al menos- dos situaciones violentas vinculadas al clásico… en una de ellas, un hincha de Peñarol  que se dirigía al Estadio fue golpeado en forma consecutiva por dos patotas de parciales del tradicional adversario, ocasionándole lesiones que derivaron en la pérdida de uno de sus ojos. Ni una bandera, ni una camiseta o sus pertenencias; perdió la vista de un ojo para siempre. Nada se sabe de los autores y salvo por un informativo y un diario, la golpiza no tuvo repercusión. En cambio, el procesamiento de los 5 jóvenes identificados con Peñarol por violencia privada estuvo en todas las portadas y fue sujeto de comentarios en diversas audiciones.

¿Se imaginan el escándalo que se hubiese generado si el insuceso del vendedor de papas fritas golpeado y robado en la Colombes se daba en la tribuna Ámsterdam?

¿Casualidad? Sólo alguien muy ingenuo podría considerar esa hipótesis. Es causalidad. Resultado de un trabajo silencioso tan obsceno como efectivo de los que denuncian un ‘Sistema’, un complot, una conspiración que “los perjudica”. Tráfico de influencias, lobby, presiones ‘en todas las canchas’, sobornos disfrazados de publicidad y un largo etcétera de maniobras indecentes a las que se prestan -entre otros- quienes bastardean, corrompen y degradan una profesión que tiene entre sus valores fundamentales la objetividad, veracidad y honestidad.

Los mismos que se encargan de condenar determinados hechos y se rasgan las vestiduras con discursos altisonantes contra la violencia, deberían saber que muchos ya no creemos en su prédica barata y servil porque sabemos que, movilizados por intereses paralelos, manipulan la información y desnaturalizaron la esencia de su función. Dejaron de ser periodistas o comunicadores para convertirse en meros títeres de los ventrílocuos a los que responden.

Así, olvidados en la Universidad (si es que alguna vez pisaron una) quedaron términos como responsabilidad, rigor, coherencia y ecuanimidad. Palabras que deberían repasar y considerar ciertos formadores de opinión y otros tantos integrantes del “Cuarto Poder” a la hora de informar.

Si quieren al fútbol y van a “luchar contra la violencia”, háganlo. Pero, antes, sáquense la camiseta y olvídense del bolsillo.