El debut clásico de Pedro Virgilio Rocha, una remontada a lo Peñarol, el cuarto título del primer Quinquenio y la primera triple corona de un equipo uruguayo. Todo en una misma tarde.

El dominio histórico que ha ejercido Peñarol en nuestro país a lo largo de la historia es conocido por todos, tanto en clásicos como en campeonatos, pero la década del 60 no fue una más. Las diferencias fueron realmente absurdas, a tal punto que hacían dudar sobre si se trataba de un clásico o un partido más del campeonato, entre una potencia mundial y un equipo de relleno, que cumplía la función de animador en el segundo puesto.

El año 1961 trajo para las vitrinas del Decano la primera Copa Intercontinental, no solo de su historia, sino de todo el futbol uruguayo. Pero también merece ser recordado por el tetracampeonato que finalmente daría lugar al primer Quinquenio del cuadro del pueblo.

Con el bicampeonato en la Copa Libertadores y la Intercontinental en el bolsillo, Peñarol se disponía a obtener la Campeonato Uruguayo de 1961, cerrar lo que hoy los portales internacionales llaman “triple corona” (algo inédito hasta aquel entonces en nuestro país) y encadenar cuatro títulos locales al hilo.

El partido decisivo para lograr el Uruguayo sería el clásico del 26 de noviembre, correspondiente a la segunda rueda. Ese día, además, debutaba en clásicos un joven talento del manya: Pedro Virgilio Rocha.

El debut del joven Verdugo parecía ser amargo, ya que al finalizar el primer tiempo Nacional dominaba el partido y ganaba cómodo 2-0. Sin embargo, la historia tenía preparada una sorpresa para el salteño.

De cara al segundo tiempo, Scarone movió las fichas y colocó a Rocha en la posición que mejor le convenía a quien por entonces, con apenas 18 años, ya empezaba a jugar en el primer equipo aurinegro, algo que demostraba que se trataba de un futuro crack. Así las cosas, el joven valor pasó a jugar de entreala. En ese momento, con la batalla estratégica a favor del carbonero, se empezó a gestar la hazaña.

Según reconoce el propio jugador, en ese segundo tiempo le salieron todas. A los 8 minutos de reanudado el encuentro, Aguerre descontaba de tiro libre y ponía a Peñarol en carrera. De a poco empezaban a aparecer los fantasmas en la vereda de enfrente.

Faltando 15 para terminar el partido Nacional seguía en ventaja, hasta que Cabrera anotaba el segundo del mirasol y dejaba empatado el clásico. Se había transformado en un partido infartante, que Nacional ganaba con luz y ahora estaba para cualquiera de los dos, gracias a una  nueva demostración de carácter por parte del club decano.

Finalmente, a los 89 minutos, la mística aurinegra decía presente y la histórica remontada era un hecho consumado e inevitable. El guionista de Dios no tuvo piedad. Nuevamente Cabrera, que se vistió de héroe aquella tarde, ponía el 3-2 definitivo para desatar el festejo de la fiel y bullanguera. Como diría el propio Verdugo años después, «jamás me voy a olvidar del delirio de nuestra hinchada».

El Bien Público, en su edición del 27 de noviembre, nos regalaría las históricas imágenes del llanto desconsolado de los futbolistas albos, especialmente de Roberto Sosa, conscientes de que eran protagonistas, desde la vereda de los derrotados, de un nuevo clásico ganado a lo Peñarol.

Así, Peñarol se quedó con el clásico y con el Campeonato Uruguayo, dio la vuelta olímpica en la cara de su eterno rival, se llevó los tres títulos del año y le endosó a Nacional una mancha histórica, imposible de olvidar.