Foto extraída de artículo "Barrio Peñarol - Patrimonio industrial"

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Amanece, y con esa belleza cotidiana, mis ganas afloradas por un día libre. El final de la semana oculta el porqué de los avances de los días. El sonido del gallo atraviesa la dulce calma y me cuenta que hoy pasara el milagro atado al almanaque. El milagro aglutinado en un domingo perfecto.

La imaginación pinta el día, y me levanto para ver qué ocurre hoy en Barrio Peñarol. Salgo al patio y el bullicio es mayor que de costumbre. No son las fábricas y menos el ruido del tren. Cercano al andarivel se escucha al alto parlante que indica el despertar de sonrisas: ‘’Hoy, match en el Field de Villa Peñarol, El Peñarol recibe al River Plate, en una amigable tarde primaveral’’. 

El obrerio en las calles se afinca en los bares, y las esquinas olvidadas tanto como los días de semana, son punto de encuentro y abrazos. Me tiño a mi amigo John, que me espera con el sonido rasgado de la silla al correrse, y la chapa girar y acompañar la charla de ocasión. La cerveza llena la dicha y vacía la rutina. 

El Centro Artesano está a tope, y los muchachos preparan los estandartes. Todos queremos ver a nuestro Peñarol acojonado y rodeado de almas abrigando ese field. Nuestro field. Todos queremos ver los anillos populosos dando un empujón al wing ‘Isabelino’ para que tire el centro, y el foward ‘Jose’, con picardía criolla y fineza inglesa, empuje el balón para el delirio mío y de mis iguales.

Ir a Villa Peñarol es todo un desafío. El pueblerio es fiel al tren y parece replicar su poder con canticos y empuje terrible. Los mismos vagones sufren esta especie de simbiosis, cada vez que la barra del Centro Artesano invade otros fields montevideanos. Parecería ser que adoptaron las características innatas que un ferrocarril refleja: tenacidad, empuje, unión, y resistencia. 

Al cierre del match, los almacenes felices y las plazas acompañadas. La venta crece y el pueblo celebra la gesta de un partido más. O la gesta de la identidad. Yo, sinceramente, no lo sé. Pero siempre me gusta jugar a lo que no veo pero veo. En eso, mi amigo John se da una vuelta por mi hogar, y lo felicito por su gran match. Él, como pudo, me agradeció en nuestro idioma, y admirado quedo.

Viene de un pueblo obstinado, cuna medieval de guerreros incasables. Me cuenta que acá somos corajudos; pero que hace falta mayor precisión en pases y un balón más amigo del field  y menos del viento. Sin embargo, afirma que nuestro CURCC PEÑAROL posee cualidades inexplicables. Cualidades que solo se dan por fortuna, azar, o magia.

Él me susurra que nunca vio algo igual, que nunca creyó sentir el poder del Railway encarnado en cada habitante de la Villa. Él, culto escoses, me vaticina que si la identidad es defendida a capa y espada, ellos, los players,  entran ganado uno a cero. Mi mirada descreída, asintió con la cabeza, pero negó tal revelación.

Nos despedimos y confundido, me escabullí en mi cama. Cierro los ojos  y el sueño me atrapa. El sonido de la sirena marca el pitido del inicio del día y todos volvemos a la fábrica a trabajar. Entre vagones, me encuentro con el Sr. Harley reparando un asiento. Concentrado, obstinado y pletórico, observo su rostro sudado y motivado. En eso, me doy cuenta que en su rostro veo mi rostro. En su reparación, veo mi aliento, y en su juego observo mis sueños. 

Él, hablando sin palabras, me observa y con una vaselina extraordinaria, deja en offside toda mi antecesora negación. Derriba mi incapacidad y, nuevamente, se ofrece mejor que nunca. En eso, sus palabras sentencian: ‘’Si ustedes están, nosotros podemos brillar’’. Y remata, con su particular inglés: ‘’Who feels it, knows it’’.