Todavía nadie hablaba de la cuarentena, cuando descubrí que en YouTube estaba el partido completo de la semifinal de vuelta 2011, contra Vélez, en Liniers.

Verlo sería un plan ideal para estos días de encierro, pero yo pude verlo un viernes cualquiera, de madrugada. De ese 2 de junio me acuerdo de todo: cómo llegué a Buenos Aires, dónde dormí, lo hecho mierda que estaba el baño del «hotel», lo que almorcé, lo que hice antes de llegar al Amalfitani.

Me acuerdo todo con lujo de detalles, como quien se acuerda de su primer día de facultad, de trabajo. De casi todas sus primeras veces.

No era la primera vez que iba a ver a Peñarol al exterior, pero ciertamente era la primera vez que me quise meter por la tribuna equivocada; de eso tampoco me voy a olvidar jamás. Ese puñado de hinchas de Vélez no me lo van a permitir.

Mientras veía el partido, casi nueve años después, me sorprendió que no me acordaba de casi nada de lo que pasó en el encuentro. Obvio, recuerdo los goles, el penal, el tiro por arriba del travesaño de Juan Manuel Olivera. Pero de muy poco más

Me acuerdo con quién me abracé durante cada festejo de esa noche (que fueron pocos, pero intensos), me acuerdo donde me ubiqué, con quiénes, cómo respetamos y deshicimos decenas de cábalas. Pero de fútbol, casi nada.

No recuerdo con exactitud cómo atajó Sosa aquella noche, pero me sé de memoria en qué pizzería revivimos las emociones, minutos después de clasificar a la fina. Con quién, cómo y qué tan fuerte canté que era un sentimiento que no podía parar.

Entonces comprendí, que Peñarol está mucho más allá de lo que pasa adentro de la cancha. Que lo importante es las relaciones que vamos tejiendo alrededor del club, más que la institución en sí misma.

El amor no nació con el Tito Goncalves, sino con la mano del abuelo que nos llevaba al cuartito del fondo a mostrarnos las más gloriosas fotos.

No nos enamoramos de los goles de Morena, si no de los cuentos del viejo, que siempre tenían un final feliz. No fue Bengoechea, ni Pacheco. Fueron los festejos con los amigos de siempre y los amigos de la cancha, esos con los que en un abrazo de gol sellan algo que va a quedar para siempre.

No, no fue la gloria lo que nos enamoró de este club. Es lo que está alrededor. ¿Quién no forjó amistades, amores, con Peñarol en el medio? ¿Qué hincha puede estar libre de eso?

No, no fueron las Libertadores, ni los Quinquenios. Fue la vida. Es la vida. Es Peñarol.

Un hincha más