Machaco el lomo número 252. Con cara larga, apagada. No sé cuándo juega Peñarol. Me preocupo. En el fondo me siento culpable. No sigo al día de la actualidad del club. Menos aún de la tribuna. No sé quién fue y quién no. Me entero de muchas prohibiciones increíbles. Me parece más increíble la justificación a toda costa de toda prohibición. Me gano la antipatía de muchos iguales. Separamos. Dividimos.

Somos los desencantados. Los que perdimos el encanto del folclore. Nunca tiré una piedra, ni recibí una entrada. Sigo laburando para pagar mi cuota anual, o para pagar la rifa de la hinchada. O viajar una vez más. Por hinchada no comprender barra. Por barra tampoco comprender asesinos seriales. Por dirigentes no entender señores educados que no cometen errores perjudiciales para el club. Por hinchas de otras tribunas, no olvidar errores que nos costaron suspensiones. Con este razonamiento segmentado que te propongo, date cuenta que, resulta algo totalmente infantil, utilizarlo como argumento: o blanco, o negro. Si van a este lugar son todos así. Si no van a ese lugar, son ‘asa’. Por favor: desarmar esta forma de razonar.

Los desencantados estamos entre la espada y la pared. Si defendemos el color, pecamos de violentos. Si guardamos los argumentos apagamos el fuego. Si recordamos con nostalgia, se nos retruca ‘pero ahora estamos mejor’. Si cuelgo una bandera 2 horas antes, merezco estar en una lista indeseada. Si cargo con un inflable de mis colores, voy para el mismo sitio de aquel que realmente hizo daño al club. Estamos ahí, caras largas. Nos juntamos en una plaza o en un bar para intentar recordar eso que creíamos no iba a desaparecer, que ni siquiera le dábamos el lugar que le damos ahora mismo.

Los desencantados perdimos la fuerza de juntarnos en pos de adornar nuestra pasión. De pensar cómo adornar lo realmente importante, el partido. Porque también, entre tantos motes que nos adjudican, está el de creernos más importante que el partido o que el equipo. En absoluto. La semana se canaliza en esos 90 minutos.

La charla del lunes por WhatsApp de cómo canto la gente. El agite del martes para juntarse en la semana. La birra del miércoles armando las banderas. La juntada del jueves para planear el viaje al exterior. El asado del viernes para adobar la previa del clásico. El insomnio del sábado, esperando que llegue el tan ansiado domingo de partido. El domingo sólo olvidarse de los días de la semana, para llevar a cabo todo lo deseado en la semana.

Los cánticos que más nos gustan, las banderas a la hora indicada, el colorido arquitectónicamente presentado, y sí, también los fuegos artificiales, tan penados por un escritorio de 10 personas, pero tan aclamados hasta por el corazón más parco y sereno de cualquier carbonero. Respetar la ley sí, condenar al odio y lista negra por continuar con ese ritual de 30 años, no. No veo tanto fervor cuando un dirigente aprueba una contratación de U$S 500.000, por un jugador que a los 6 meses es dado a préstamo.

Ahí estamos, desbaratados, condenados, y maltratados por los mismos que festejaron año tras año lo que se hacía en pos de un bien común: darle color a la pasión. Hoy nos congelaron, nos separaron, y nos desencantaron.

Quien lo siente lo sabe.

Foto: Martín Escafandra