Nuestro país tiene una característica que sobresale y lo diferencia de muchos otros países, futboleros también. Hay hinchas de un equipo en todo el territorio. Desde Artigas hasta Rocha, desde Rivera a Colonia.

-¿De qué cuadro sos?

-De Peñarol.

En Salto o en Cerro Largo, los niños nacen de Peñarol y deben lidiar con su amor a la distancia. Muchos de ellos, por el resto de sus vidas. Los hinchas en Treinta y Tres, igual que en Canelones, se desgarran las vestiduras cuando la pelota no entra, cuando se fue afuera, cuando el juez no pitó el penal. Los nervios, la pasión, el amor, a través de la televisión.

En Río Negro y en Flores se preparan los asados. En Lavalleja se hace la previa el domingo. En San José se junta la gurisada atrás del televisor o al lado de la radio. Fin de semana tras fin de semana. Sin entrada, sin olor a la pirotecnia, sin pisar la escalera del Centenario o pasar por los controles del Campeón del Siglo.

En Tacuarembó y en Durazno se cosen y pintan trapos que no conocerán el tejido jamás, que no se verán cara a cara nunca con los jugadores, ni saldrán por la TV. En Paysandú y Maldonado se confeccionan bombos que su sonido no retumbará en el cemento de los estadios.

Desde Soriano o desde Florida vienen una vez cada tanto, cuando se puede, y se elige con anticipación el partido en cuestión. Los nervios del viaje y la ansiedad de ver a Peñarol por primera vez no se puede describir con letras.

Ni más grande, ni mejor, sin diferencias. Se vive la pasión y el amor desde otro lugar, desde la distancia, desde la imposibilidad de viajar, desde el sillón de un living.

También están en Europa, en Asia o en otro lugar de América. El horario los hace madrugar a algunos, pero a oscuras, en silencio, cuando todos duermen, estallan en un ¡Peñarol nomá! gritado sin gritar cuando la pelota infla la red.

Otros en Oceanía y en África, cuelgan la bandera más hermosa e intentar contagiar de Peñarolitis a cualquier local que se cruce y se les infla el pecho cuando visten la casaca más gloriosa estando lejos.

Están los que un día la vida los mandó a Montevideo, desde el interior, a los 18 años. Cuando terminaron el secundario y les tocó elegir la carrera universitaria. Se iban a encontrar con la pasión, ahí nomas, cerquita, después de tanto tiempo. Los que lo vivimos lo sabemos muy bien, Peñarol pesa mucho en la balanza de la decisión. Dejar el pueblo, por amor.

Contándote esto te quiero decir algo a vos, que estás acá nomás. Acordate vos que estás cerca, a un ómnibus de distancia, acordate de ellos. Andá por ellos. Lo que sentis cuando el carbonero juega en Bolivia o en Brasil y no podés ir, lo sienten ellos todos los fines de semana.

Cuando hayas sacado tu entrada para algún partido y ya estés camino al estadio pensá en ellos, en los que no pueden estar. Rompete la garganta cantando en nombre de ellos, de los que tienen tu enfermedad, pero la vida los puso lejos.

Miguel Paulo
@MiguelPaulo94