El 28 de marzo de 1946, en un emotivo evento en la vieja sede de la calle Maldonado, un grupo de ex alumnos de la Escuela de Artes y Oficios de Villa Peñarol le entregaba a la institución, por medio del Presidente Dr. Turturiello, la icónica bandera que les fuera brindada por el club en el año 1906.

Se trató del primer grupo organizado de hinchas del país, y por lo tanto, la primera hinchada de Uruguay. Por sus características de club de origen obrero y popular, Peñarol se transformó desde el primer momento en el equipo más representativo de nuestro deporte. Y dentro de su muchedumbre, destacaba la barra de aliento conformada por los muchachos de la Villa. En reconocimiento a ellos, a su pasión inquebrantable y a su admirable fidelidad, es que en el año 1906, Peñarol decidió obsequiar a esta muchachada con una bandera institucional. Desde el principio, los responsables comprendieron el valor afectivo y emocional de esta insignia, y lo hicieron valer (valga la redundancia) no solo con su presencia en las diversas canchas que tocara visitar, sino también con el cuidado a la misma.

Pero el tiempo pasa para todos, y ese grupo de niños y jóvenes se transformó en un grupo de hombres, cada cual con sus responsabilidades. La muerte de Aldama, el encargado de custodiar la bandera, en 1933, generó la necesidad de que la insignia aurinegra pasara a estar en manos de Juan Román, otro de los miembros de aquel grupo de hinchas que marcó un camino. Finalmente, por iniciativa de éste último y en una moción apoyada por el resto de los viejos alumnos, se decidió entregar la bandera al club, recaudar fondos para la compra de una vitrina donde la enseña reposara eternamente y donar el saldo restante a la campaña para la compra y construcción del Palacio Peñarol.

La revista partidaria «La Voz de Peñarol» en su número 36 del año 1946 brinda una espectacular cobertura del evento, del cual participaron no solo el grupo de hinchas y autoridades, sino también emblemáticos ex futbolistas de la institución decana.

Es indiscutible que la falange de peñarolenses ha demostrado en múltiples ocasiones su devoción por la institución que los cobija en su seno. En las horas malas, la misma fe anida en todos los corazones y podría afirmarse, que es precisamente en la mala racha, cuando se manifiesta esa devoción. De ahí, que no sean extraños en nuestro campo, gestos extraordinarios que han causado asombro a propios y extraños.

No hablemos de la colecta, que eso escapa a toda ponderación. Vayamos al registro de asociados, que en plena debacle presentaba una magnifica y prospera situación sin que se produjeran esos desbandes tan comunes en clubes de football cuando la victoria se da vuelta.

Pero ahora, acaba de producirse un hecho que refleja honor sobre sus autores, y que habla elocuentemente del permanente cariño de un núcleo de peñarolenses.

Los hombres que peinan canas saben bien que hace muchos años, funcionaba allí, donde hoy está la Universidad del Trabajo, la Escuela de Artes y Oficios, donde se cobijaban jóvenes que deseaban aprender un oficio por cuenta del Estado.

En esa escuela, es donde se encontró de inmediato adeptos al football que recién hacia su aparición en nuestras canchas de la primera hora. Peñarol,  que entonces se denominaba Central Uruguay Railway Cricket Club, pero que todo el mundo conocía y llamaba Peñarol, fue el que concitó el mayor numero de simpatías entre esos muchachos, que aprovechaban el franco de los domingos para largarse hasta el lejano field de los ferrocarrileros.

Y allí, un poco a pie y otro caminando, promovían sus naturales algarabías, festejando el éxito del equipo de sus simpatías. El triunfo los enloquecía, pero la derrota no los vencía y volvían al centro, cansados pero cantando sus canciones de guerra.

Tanta consecuencia tuvo su recompensa y un buen día, los jugadores del viejo Peñarol, resolvieron obsequiar con una bandera los muchachos de la Escuela, por su entusiasmo. Ese acto dio lugar a diversas manifestaciones de regocijo. El suceso fue comentado en la época por lo poco común, pero los acontecimientos siguieron su curso normal. Uno de ellos, de acuerdo con todos, se llevó la bandera,  y la guardó como preciada reliquia.

Pasaron los años; Peñarol fue creciendo, cubriéndose de gloria, y metiéndose cada vez más en el corazón del pueblo. Los hombres de la primera hora fueron dejando paso a otros nuevos, hasta el cuadro de los ingleses se ciudadanizó y pasó a la ciudad, sostenido por otras  manos, tan entusiastas como las anteriores. Los muchachos de la Escuela de Artes, se fueron haciendo hombres y cada uno marchó buscando distintos rumbos. Lo único que se mantuvo firme, inmutable, fue el cariño a Peñarol.

Y es así que cuarenta años después, esos muchachos de otrora, muchos peinan canas ahora, vuelven a encontrarse bajo la misma bandera aurinegra, con el mismo entusiasmo de aquellos tiempos, sin haber perdido la fe. Recuerdan el episodio de la bandera y resuelven, tras breve deliberación, devolverla al actual comando, para que la guarde como preciada reliquia. Se reúnen, circulan citaciones, y comprueban que todavía quedan muchos de la primera hora. Algunos se marcharon en el viaje sin retorno, pero los que quedan, siempre, como siempre.

Después de algunas deliberaciones, se concreta el pensamiento general, se hace una colecta con cuyo resultado se confecciona una vitrina donde se coloca la vieja y querida insignia, que cuarenta años después se sigue cubriendo de gloria. Pero como sobró dinero, los veteranos de aquellas cruzadas resuelven cooperar a la gran obra moderna de dotar a Peñarol de un Palacio y entregan el remanente. Ochenta y cuatro pesos, cuyo recibo quedará en la vitrina conjuntamente con la bandera, como testimonio de devoción peñarolense.

Noches pasadas se efectuó la entrega de la bandera y la ceremonia constituyó un acto en verdad emocionante. Casi todos los ex alumnos estaban allí presentes. Apretones de manos, abrazos, recuerdo y reminiscencias del pasado, matizó la reunión, grata por tantos conceptos.

Alberto Macció, el viejo y querido compañero, fue el encargado de entregar la ofrenda y lo hizo con palabra certera, emotiva, recordando épocas que causaron gran impresión. Le contestó el presidente de Peñarol, Dr. Turturiello, agradeciendo el obsequio que quedará en las vitrinas del Palacio, como uno de los más preciados trofeos. El público aplaudió a los oradores, y luego se entregaron por largo rato a demostraciones diversas.

Damos a continuación la nomina, un poco incompleta, de los amigos que formaron en el comité que nos ocupa: Alberto Macció, Francisco Airaldi, Valentin Digiorgi, Rodolfo Larrosa, Joaquín M. Royer, Gilberto Laguna, Santiago Torre, Enrique Martens, Julio Rodriguez, , Domingo Paiz, Evaristo Grillo, Luis Predriel, Juan Román, Felix Cardozo, José E. De Leon, , Eusebio Ferreira, Enrique Tapia, Luis Archia, Roberto Pisón, Julio Bostica, Andrés Palenzona, Hector R. Cesio, Antonio Ferone, Raúl Gómez, Florentino García, Bartolomé Galli, Adolfo Lamberti, José D. Montañez, Juan Montaldo, Evaristo Marcheti, Antonio Tortorella, Heldelberto Warne, Leopoldo Vásquez, Carlos Rolando, Mariano Villagrán.

Entre los asistentes al acto, pudimos advertir la presencia de los señores Leonard Crosley, que fuera brillantísimo arquero; Mañanita, puntero de rapidez formidable y dribling endiablado; Don Juan Pena, formidable artillero, precursor de nuestros shoteadores; Don Juan Lamothe, Pastor Echenique, Tomas Lewis y algunos otros. Guillermo Dewis, imposibilitado de concurrir, envió un telegrama de adhesión.

Un acto que quedará en el recuerdo de cuantos asistieron, y que ojalá estimule a las nuevas generaciones. En otra pagina publicamos la colaboración que nos envía el señor José Pedro Quiñones, que siendo hoy partidario de Nacional, formó en las viejas falanges de los muchachos de aquella época.”

José Pedro Quiñones no era hincha de Peñarol, era hincha de Nacional. Pero como la historia de Peñarol es auténtica y fidedigna, también vale la pena citar las palabras de este ex alumno de la Escuela, que vivió los hechos muy de cerca.

El hecho de ceder una Bandera tiene el reconocimiento pleno de un valor, de una primicia. ¿Qué valor podría representar para Peñarol aquellos pobres muchachos de la Escuela de Artes, colocados algo así como a un costado de la sociedad, para admitirles ventajas y excelencias que justificaran ese honor, el honor que significaba recibir una Bandera? Había una cosa en el ambiente que ni el frio de la orfandad ni el relego del encierro podrían refrenar, porque como el pensamiento y como la inteligencia, no hay barreras capaces de oponérsele: era el amor, el afecto cálido a la insignia querida que levantado como en una pira, supo hacerse ver y sentir y obtener personería como para que mereciera el honor de recibir esa Bandera.

Y si da para senpar y meditar que la obra de un grupo chiquito de muchachos, con el solo calor de su corazón constituyó entidad en un recodo del camino, aparentemente sin ninguna perspectiva, más se presta para hacerlo la visión de los que supieron captar aquella onda de amor deportivo, para premiarlo con la luz de una Bandera, iluminada para siempre con estrellas.

Por eso es emotivo el recuerdo de hoy y por eso es más emotivo el acto que hoy se realiza. Son dos potencias que se encuentran, pero no para chocar, sino para confundirse. Al gesto de ayer, se responde con el gesto de hoy. Si en el ayer hubo un caballero del pensamiento, hoy otro le sale al paso. El de ayer cumplió con un acto de justicia, el de hoy, reafirma y confirma aquel acto.

La Bandera que fuera entregada como signo de primicia, ahora está cargada de glorias y su peso no puede ser resistido por hombros débiles y con el mismo gesto de hidalguía con que fuera recibida, se entrega. Pero en ella hay algo más que una bandera, hay un símbolo: es la imagen de una época que debe quedar en las vitrinas y en el historial de Peñarol, como un verdadero ejemplo de consecuencia y amor deportivo.

Hoy en día la bandera se encuentra en el Museo del Club Atlético Peñarol, al igual que sus trofeos, ya que como bien decían las crónicas de la época, este es uno de sus trofeos más preciados. Porque Peñarol, además de ser el club deportivo más grande del Uruguay, también es el fenómeno social más abarcativo de nuestro país.