Los incidentes ocurridos en la previa del partido entre Flamengo y Peñarol el pasado 3 de abril en el Estadio “Maracaná” tuvieron varios responsables. Entre los principales, las fuerzas de seguridad brasileñas, que no cumplieron lo acordado con la dirigencia de Peñarol. Las consecuencias fueron muy graves: un hombre en coma y tres uruguayos detenidos en suelo extranjero.

Todo comenzó en horas de la tarde del miércoles 3 de abril, cuando los parciales carboneros se encontraban en el punto de encuentro fijado por el club. A la seguridad de Peñarol se le había comunicado que en el lugar de concentración de la hinchada aurinegra se haría presente un número importante de efectivos de la policía local, pero sin embargo sólo había un patrullero.

Cerca de la hora 16:30, dos ómnibus con fanáticos del Flamengo arribaron al lugar donde se encontraban los fieles mirasoles. Las provocaciones y agresiones de los brasileños derivaron en una gresca generalizada entre los manyas y los locales. Claramente los primeros se defendieron del ataque, sin dejar de mencionar que algunos hinchas de Peñarol se excedieron en su defensa. Producto de esto, un parcial del “Fla” está en coma inducido a consecuencia de varios golpes en su cabeza. Si bien esto es injustificable, el hincha no era ajeno a las agresiones hacia los uruguayos. La ineficacia y complicidad de las fuerzas del orden de Río de Janeiro fue tan grande que parecía una película. Desde permitir una salvaje golpiza a un hincha de Peñarol en el piso, hasta apuntar con armas de fuego a cualquiera que visitiera una camiseta amarilla y negra.

Muchos de los ómnibus con fanáticos de Peñarol fueron parados con la excusa de buscar a los responsables de la pelea. Mientras eran agredidos verbal y físicamente, y tras algunas detenciones, la policía permitía que los transeúntes insultaran a los hinchas carboneros que habían sido forzados a bajar de su locomoción.

Por otro lado se esperaba la escolta para la delegación de Peñarol, pero sólo llegó un patrullero que fue incapaz de llevar con tranquilidad a los jugadores hasta el estadio. Un efectivo policial le recomendó a los encargados de la seguridad aurinegra que cerraran las cortinas del ómnibus por si las ventanas recibían pedradas.

Así Peñarol llegó sobe el límite de lo permitido al Maracaná, dónde el martes en el reconocimiento del campo de juego, misteriosamente se habían apagado las luces. Una chicana vieja y a la postre inútil.

Casi 900 hinchas de Peñarol debieron esperar cerca de cuatro horas dentro de los ómnibus y camionetas contratadas, sin explicaciones y siempre bancando los malos tratos de la policía. En este enorme grupo de hinchas había desde Dirigentes de Formativas y Deportes Anexos hasta familiares de los jugadores y de otros funcionarios de la institución.

Recién para el segundo tiempo pudo ingresar ese enorme grupo de parciales aurinegros para alentar a su equipo. Mientras tanto, la cónsul uruguaya en Río de Janeiro, María Noel Reyes, intentaba comunicarse con el coronel encargado del operativo, que optó por desaparecer. Hay que destacar que Reyes estuvo en contacto todo el tiempo con la dirigencia de Peñarol.

Luego del gran triunfo de los orientados por Diego López, cerca de 150 aurinegros quedaron detenidos en el calabozo del Maracaná. La gran mayoría de ellos sin ningún motivo. Muchos denunciaron que la policía les robó los teléfonos celulares y pertenencias personales de los ómnibus.

Pero el desastre no había terminado. Cerca de los hoteles de la costa, donde se alojaban la mayoría de los hinchas carboneros, grupos de parciales de Flamengo atacaron a todo aquel que hablara en español. Atques con armas de fuego, golpes a mujeres y hasta un dirigente de juveniles fue salvajemente golpeado por una patota. Hasta la policía intentó sacar a varios hinchas de Peñarol de su hotel, sin importar que afuera estuviera la turba de Flamengo dispuesta a volver a atacar. Un hotel sufrió roturas en las puertas de entrada por parte de los enajenados brasileños.

Así se desarrollaron los acontecimientos en Río de Janeiro, con la grave consecuencia de un hincha de Flamengo (Roberto) de 54 años debatiéndose entre la vida y la muerte y tres uruguayos detenidos, aún sin acusaciones formales. Cabe destacar que en todo momento la cónsul Reyes estuvo pendiente de los tres hinchas detenidos. Además, el Dr. Juan Susena (consejero) se quedó un día más en Brasil para tratar de ayudar. El club sigue de cerca los pasos del caso.

La dirigencia aurinegra evalúa presentar una queja ante la Conmebol (ya se habló con el presidente del ente rector del fútbol sudamericano) y también ante las autoridades por el nefasto operativo policial.

Varias conclusiones que quedaron del lamentable episodio de Río de Janeiro:

  • En Uruguay se trata a los visitantes mucho mejor que en cualquier otro país de Sudamérica, sobre todo en tierras norteñas.
  • Los brasileños gozan de una impunidad casi absoluta para incumplir las normas de seguridad de la Conmebol.
  • Los hinchas de Peñarol se defendieron de una agresión local, no la provocaron, pero tampoco “pelearon por el club”. Intentaron salir de un ataque, punto.
  • Nada justifica dejar a un hombre en coma. Ojalá se salve.
  • Los tres detenidos en Brasil no son barras, no se sabe si son culpables o no y debería dárseles el beneficio de la duda antes de juzgarlos.
  • Ningún dirigente debe tomar este episodio para obtener réditos políticos y mucho menos darle “me gusta” a publicaciones insultantes contra los uruguayos detenidos.
  • La seguridad de Peñarol fue traicionada en su buena fe por las fuerzas del orden de Brasil. Para mejorar en el futuro; poner locomoción (paga por los parciales que la utilicen) para los hinchas que no viajan en grandes grupos. Hay que cuidar a los hinchas en el exterior.
  • La dirigencia de Peñarol mantuvo contacto con todos los hinchas que sufrieron agresiones en Río de Janeiro, no abandonó a los parciales a su suerte.
  • Producto de la enorme politización de la institución, existe una grieta entre la masa societaria. Muchos apurándose en fustigar a quienes se defendieron de un ataque en el exterior y otros quejándose de los que no viajan y opinan sin haber estado en el lugar de los hechos.