Castronovo marca el segundo gol luego de eludir a Manga.

Para recordar el partido queremos dejar más crónicas sobre aquel encuentro, porque siempre es bueno mostrar lo que dijeron los periodistas en el momento. Son la palabra imparcial que muestran la real vergüenza que vivió el fútbol uruguayo con este abandono del tradicional rival. El técnico de Nacional Etchamendi no estaba dispuesto a permitir una goleada histórica. Entonces J.C. Blanco luego de recibir el segundo gol se hizo expulsar a pedido de su técnico. De esta manera se suspende el partido por estar en inferioridad numérica reglamentaria y evitan la goleada histórica. Nuevamente se cumple el «evitaras la goleada a cualquier precio».

El periodista Carlos Naya escribió lo siguiente para la Revista Deportes sobre este hecho sucedido el 6 de febrero de 1971 por la Copa Montevideo:

Hablemos del partido… ¿Qué partido?

HUBO, es cierto, un rato de partido en serio y sospechosamente en ese rato se jugó bastante bien. Y en ese lapso Onega hizo un gol, de tiro libre por mano de Brunel y Nacional en los pies de Cubilla y Morales logró la mejor jugada colectiva del certamen (dos tacos consecutivos, el segundo, del Nº 11 entre las piernas de su marcador).
¿Cuánto duró ese partido? Exactamente hasta la primera intervención fuerte de la línea de zagueros tricolor, o sea, algo así como a los veinticinco minutos.
Y en esos veinticinco minutos Peñarol hizo un gol. Muy poco más. Acaso la suficiencia para jugar de Figueroa dentro de su propia área, la persecución permanente de Caetano tras Cubilla por toda la cancha y la indeclinable lealtad y vehemencia de Mario González para jugársela siempre. El resto funcionó poco y mal. El mal corresponde al medio campo, donde Viera y Lamas fracasaron repetidamente en la obstrucción, permitiendo que los volantes rivales se adueñaran de la media cancha. El poco es para los que quedaban arriba, esperando el enlace que Onega, suelto, sin marcación encimada y sin la persecución a que es sometido en esta clase de partidos, intentó crear por la derecha, pero que la defección de Viera y Lamas obligó a perder muchos metros valiosos para el contragolpe. Entonces la suerte de Petkovich, Castronovo y Villalba quedó ligada a lo que pudieran hacer personalmente frente a sus jugadores, jugándose cada uno un partido aparte, cada vez que se hacían de alguna pelota.
Nacional como conjunto, otra cosa sospechosa, siempre fue más. La explicación puede estar en la disposición de Montero Castillo para jugar al fútbol, olvidándose de su dureza para la marcación. Puede, exagerando tal vez, decirse que Montero no marcó. Simplemente se paró, junto con Maneiro, en la mitad de la cancha de Peñarol y desde allí administraron el partido, de acuerdo con sus virtudes y sus fallas. Pero fue tal el fracaso de los volantes rivales que, sin mayor esfuerzo, todo lo que se hizo en el partido por el jugar al fútbol, como juego de conjunto, nació de esa disposición de los hombres del medio campo tricolor. En la izquierda, Maneiro. En el centro, volcado algo sobre la derecha de Nacional, o en la izquierda de Peñarol, Onega, claro que arrancando para el otro lado. Todos libres. Todos con mucho terreno para moverse. Los tres sirviendo de pivotes para el partido.
Nacional perdía uno a cero. No en juego, porque el gol de Peña había respondido a una jugada aislada, tiro libre, de Ermindo Onega. Perdía, simplemente en el tanteador. Y en el trabajo seguro y tranquilo del medio campo indicaban que el empate no podía demorar. Especialmente porque al no estar Cubilla y Ubiña en la derecha no se abusa del centro, cosa que hubiese facilitado enormemente la tarea de Figueroa. Otro factor que indicaba esa posibilidad latente del empate albo, era la buena actuación de Morales. Con luces para armar el juego, con rapidez e ingenio para desbordar la marcación de González y con visión para buscar a Artime y Mamelli, el Nº11 se había transformado en esos minutos en el mejor jugador de Nacional.

Pero ocurrió, allá por los veinticinco minutos, que Castronovo escapó a la marcación de Brunel y éste, de atrás, lo derribó. La pelota siguió en juego y Ancheta, ahora, liquidó la intervención de Petkovich con un fuerte golpe. Seis minutos después, Mujica fue el encargado de cortar tempranamente el partido de despedida del yugoslavo, cuando, nuevamente desde atrás, lo golpeó en forma alevosa.
El partido se había terminado. Para Nacional, para Peñarol, para el juez y para todos los que estaban en el Estadio.
Después de la expulsión de Lamas (justificada totalmente) y la de Ancheta, merecida por su intervención anterior pero no justificada en la ocasión.
Después Maneiro. Después Montero. Después Mujica y Blanco. Después el caos.

VER LA NOTA DE PADRE Y DECANO SOBRE EL PARTIDO