La ansiedad al despertar. Buscar qué camiseta usar. Pensar quién será titular y quién reclamaremos que entre a jugar. Chequear si las cuerdas están okey. O si los ganchos de mi lienzo debería esconder. No se asusten doctores de la ley, no mataré a nadie esta vez.

A quién pasar a buscar. Stress por aquel que se mamó y le cuesta amanecer. Sonrisa cuando llega y Los Redondos parecen salvarlo otra vez. Una vez más acelero más de la cuenta y un semáforo en rojo casi jopeo esta vez. Monedas le dejo al limpiavidrios, alguna de más porque no mido cuánto afecto dar hoy. Jugás vos.

Estacionó y saludo a quien me cuida de buena gana mi auto hoy. Este no es de los tantos que odiamos todos. Dejo la llave olvidada, puesta, como evidencia de mi locura ardiente. La efervescencia sube a mis manos y no encuentro la entrada. Tampoco la tuya. ¿Donde mierda está?. Tranquilo amigo, me la diste hace 5 minutos. El atropello me gana otra vez, y silbar bajito parece ser una odisea cuando me arrimo a la fila.

Siempre buscamos el lugar más corto de las 4 filas. Esperar un minutos más parece ser no ver el primer gol, que llegará tirando el primer córner. La fila impaciente mantiene la cordura; peor sería quedarse sin saborear la locura de los 90 minutos.

Subo las escaleras sin atarme los cordones. Caerme es menor que llegar cuanto antes a ver el sol saliendo del túnel. Por suerte llego y saludo a los compadres de siempre. Todos en sus sitios, con su oficio bien claro. La ansiedad parece aflojar, el cuerpo olvida el temblor y el tiempo corre tranquilo a mi favor. El pitido está por llegar, me acomodo para ver un partido más, y despierto de mi soñar.

Extrañar en tiempos de confinamiento.

Agustín P. L.
Foto: Martín Escafandra