1891_Amarillo

Yo sé que ahora vendrán caras extrañas…

Dr. Luciano Álvarez

Miembro de la comisión honoraria de historia peñarolense.

Es probable que nuestros nietos se vean obligados a reafirmar que Peñarol salió campeón de América en 1982 y 1987, so pretexto de que a alguien se le ocurra en el futuro que los goles sobre la hora no cuentan, o el segundo quinquenio porque dar vuelta dos clásicos seguidos es abuso o porque el gol que Carrasco le hizo a Defensor no vale, por ser un acto de “traición” o por exceso de deportividad.

No hay caso, no podemos disfrutar tranquilos nuestros logros y siempre tenemos que soportar en la “Liga” los cuestionamientos sobre lo ganado en la “cancha.” Nunca falta alguna voz proveniente de nuestros históricos y eternos rivales destinada a  impugnar o al menos menospreciar nuestra historia y nuestros triunfos.

El método es siempre el mismo.

En primer lugar es necesario convencer a sus propios hinchas, socios y dirigentes. Ud pensará que esto es fácil. No lo crea. El tema del decanato les llevó a sus impulsores más de diez años de amargas querellas internas.

En segundo lugar será necesario apoyarse en el viejo y discutible principio de las “dos bibliotecas” del derecho y encontrar argumentos jurídicos cuando no meramente jurisdicistas. Quiero ser bien claro en esto, no se me ocurriría remotamente menospreciar el conocimiento jurídico, pero al mismo tiempo creo que no hace falta ser abogado para poder decir algo inteligente sobre el mundo, ni es el único recurso para la búsqueda de la verdad.

Logrados estos dos objetivos es necesario el tercero: Hacerle ¡Buuh…! a los periodistas o a los dirigentes de la AUF para que se callen la boca y se guarden de legitimar las aspiraciones de Peñarol.

Debo reconocer que durante mucho tiempo por desidia o mal entendido orgullo de nuestras autoridades institucionales nos despreocupamos y esas prácticas fueron exitosas. No quiero decir que haya que preocuparse demasiado, pero tampoco dejarse avasallar.

La última novedad es que ahora parece que no hemos ganado 49 campeonatos uruguayos y antes de que lleguemos al 50, nuestros tradicionales adversarios se curan en salud y cuestionan la cifra.

Para entender el cuestionamiento debemos analizar los campeonatos según los siguientes parámetros: El primer ciclo amateur (1900 – 1922); El cisma y las dos ligas (1923 – 1925) La transición de 1926 y la nueva AUF (1927 a la fecha).

1. El primer período amateur (1900 – 1922)

En ese lapso se ganaron cinco campeonatos con el nombre oficial de CURCC y sólo dos bajo el de Club Atlético Peñarol.

Como se sabe Nacional cuestiona la continuidad institucional del CURCC y el Club Atlético Peñarol. Pero lo concreto y legal es que la Liga no solo nunca cuestionó dicha continuidad sino que la transición se produjo durante la disputa del campeonato de 1913. El hecho más interesante aun es que la nueva directiva que asumió el sábado 13 diciembre de 1913 debía afrontar un clásico, al día siguiente, con la mayor parte del plantel suspendido, por razones disciplinarias, por la directiva saliente. La nueva directiva –que era entonces la que  armaba el cuadro– ratificó lo actuado y Peñarol enfrentó a su rival de todas las horas con un equipo de reservistas, pese a las especulaciones de la prensa que suponía que para un partido tan importante como un clásico habría de levantarse la sanción.

El partido, jugado frente a siete mil espectadores, terminó empatado en dos goles y Peñarol le quitó el campeonato a Nacional en beneficio de River Plate. Si el CURCC y Peñarol no fueran la misma institución Nacional hubiese reclamado los puntos forzando una final con River Plate. No sucedió. Prueba contundente de que, más allá de toda discusión, reglamentariamente fue una misma institución la que comenzó el torneo y la que lo terminó.

De modo que no cabe duda alguna de que en este período deben contabilizarse siete campeonatos.

2. El cisma y las dos ligas

En 1922 el clima del fútbol sudamericano había llevado a sucesivos cismas dentro de las ligas. En particular el caso de la Argentina afectó a nuestro país y profundizó aun más las diferencias políticas internas. El 12 de noviembre de 1922, en plena disputa del campeonato uruguayo, se puso a votación una moción del delegado de Nacional por la que se proponía desafiliar a los clubes Peñarol y Central. Votaron a favor 16 miembros, de un total de 17 presentes. El campeonato de ese año terminó con la victoria de Nacional, ya sin el concurso de Peñarol y Central.

Pero para el año siguiente el cisma se profundizó: se creó  una nueva liga: la Federación Uruguaya de Football, que en el primer año reunió a 32 clubes y en el segundo a 50, movilizando unos 1.500 jugadores. Hubo pues dos ligas, una tan poderosa como la otra, es lo menos que puede decirse. Las cifras de recaudación muestran incluso que Peñarol continuó siendo el equipo que mayores espectadores atraía.

Por encima de cualquier discusión jurídica resulta indudable que hubo dos organizaciones paralelas durante los años 1923, 1924 y parte de 1925.

El Laudo Serrato que pone fin al cisma es concluyente en todas sus líneas al reconocer a “las dos instituciones dirigentes” y manifestando que “el primer principio que lo orienta es el de la fusión integral”, esto es la creación de una nueva Asociación Uruguaya de Fútbol que nada tenga que ver con la antigua Asociación, por más que por razones de conveniencia se mantenga la afiliación a la FIFA bajo la antigua denominación De modo que asistimos a una refundación que incluye la unión incluso de “los fondos de que dispone [cada institución], sus archivos y demás existencias”. Por resolución del 25 de octubre de 1925, el laudo Serrato estableció una nueva autoridad: Consejo Provisorio del Football Nacional, bajo la presidencia de los doctores Raúl Jude y Atilio Narancio, de la Federación y Asociación, respectivamente,

En este marco es de absoluta justicia medir con la misma vara. En ese lapso Nacional ganó dos campeonatos en la Asociación y Peñarol uno en la Federación. O se aceptan como legítimos los campeonatos de ambas ligas o se anulan parejamente. Siempre hemos entendido que lo más razonable era aceptar ambos, como un gesto destinado a superar las disidencias tal como lo hicieron, con grandeza y sin resquemores, los dirigentes de aquel tiempo que llevarían a obtener la segunda conquista olímpica (1928) y el primer campeonato mundial (1930).

De modo que contando ese período Peñarol suma un nuevo campeonato y llega a ocho.

La nueva AUF y el Consejo Provisorio

La primera tarea del Consejo Provisorio consistió en reorganizar los campeonatos de la nueva Asociación Uruguaya de Fútbol. En 1926 se jugaron dos torneos llamados «de Selección». Se organizaron dos grupos: uno (a) integrado por quienes formaban la antigua Asociación en el momento del Cisma y otro (b) por el resto de los participantes de las Primeras Divisiones de ambas instituciones.

Es cierto que se le llamó Campeonato Provisorio «Héctor R. Gómez» y no puso en disputa, oficialmente, la Copa Uruguaya,  pero no es menos cierto que fue un campeonato con todas las de la ley, el único importante del año, con diez equipos, a dos ruedas. Peñarol se clasificó Campeón con 30 puntos, seguido de Wanderers con 26 y 6 puntos encima de Nacional, que quedó cuarto.

No aceptar equiparar este campeonato con la tradicional Copa Uruguaya es un atentado al Fair Play y un chicana de escaso valor reglamentarista para no aceptar una realidad: Peñarol fue el campeón de 1926. No hubo otro y se disputó un campeonato de primera división a dos ruedas y 18 fechas, insisto.

Desde entonces ya no hubo problemas, salvo que algún nacionalófilo despistado ha sugerido que se le dé cómo ganador el campeonato de 1948, que quedó inconcluso por la huelga de jugadores, cuando Nacional le llevaba solo un punto a Peñarol y faltaban 8 fechas.

En conclusión, estoy convencido de obrar con ponderación y Fair Play al considerar que tenemos todo el derecho a festejar 49 campeonatos uruguayos. También soy consciente de que no podremos nunca convencer a los negadores contumaces.  De modo que habrá que seguir ganando campeonatos para mantener nuestra hegemonía histórica.