Estoy en Cali, ciudad sin cuadros en la Copa y el famoso América de Cali jugando en la segunda división «B». La gente que tengo más cercana no es muy interesada por el fútbol, se habla de mucha violencia y muertos en los partidos. Por lo que palpé, la gente del América inspira cierto miedo, no puedo decir qué justificación real hay para eso.

La ciudad es enorme, en general casi de estilo centroamericano. Se ve la pobreza a diario y se intuye que hay super ricos escondidos por algún lado. La gente, amable, hasta demasiado para lo desconfiado que es el uruguayo de gente así. Pero acá no es broma, hay que andar con pies de plomo, porque el problema está a la vuelta de la esquina.

Mucha policía, que parecen niños, y cuentan casos de todo tipo, así que habrá que creer. Por lo menos hay que respetar que el guardia de seguridad privado del Pepe Ganga de la esquina (comercio de baratijas varias tipo Tata chico) tenga revólveres varios, y un superfusil más grande que él, pronto para la guerra, sin duda.

Dentro de ese panorama de pobreza y violencia latente, son super católicos, en todo está la Iglesia y Dios. Una mezcla complicada de digerir, por ejemplo, misas con policías custodiando afuera y adentro de la iglesia.

Arranco mañana para Salenco, típico pueblo cafetero en las montañas, y después a Medellín. En la tele se habló tanto de los liberados por las FARC, como de la «crisis» del Atlético Nacional, que no para de perder por el torneo local, y se dice que el técnico depende del partido del sábado contra Envigado, y del partido con Peñarol. Espero que no seamos salvadores de nadie y cerremos nuestra participación ganando los dos últimos partidos.

Diego F. G.