Un día como hoy pero de 2011, Peñarol recibía a Santos de Brasil en el Estadio Centenario, por la ida de la final de la Copa Libertadores de América, realizando el mejor recibimiento de la historia.

A lo largo de la Copa Libertadores 2011, siempre que el decano jugó de local se llevaron a cabo increíbles recibimientos para el equipo. Los parciales aurinegros colmaron las tribunas en los 7 encuentros como locales (más varias ‘copadas’ en el exterior), agotando las localidades y haciéndose presente en la lista de los 10 partidos con más entradas vendidas en competiciones Conmebol durante el año, con los 7 encuentros en el Centenario.

Ya en el cierre de la fase de grupos ante Independiente, se vio el despliegue de La Bandera Más Grande del Mundo, que emocionó a todo el pueblo carbonero y enseñó mundialmente la pasión del hincha mirasol. Siguieron los partidos, con las agónicas clasificaciones y cada vez se veía más humo, más papel picado, más fuegos artificiales y cada vez se escuchaba más fuerte el grito en la tribuna. No solo por copa, en cada partido por el campeonato local, una vez se finalizaba el encuentro la hinchada le dejaba en claro al equipo la necesidad de ganar internacionalmente. En más de una ocasión, una vez finalizado un choque local, la hinchada se quedaba cantando en la tribuna pidiendo por la copa.

El 15 de junio del 2011, fue el día más especial. En la mañana, el hincha fue a su trabajo, al liceo o a la escuela, como los días anteriores, pero esta vez existía una distracción muy importante. Se miraba el reloj constantemente y la charla en el recreo o descanso no era otra que el partido. Desde muy temprano en la tarde, apenas pasado el mediodía, ya había gente en los alrededores del mítico Centenario, con la camiseta de Peñarol puesta, su entrada bien guardada y lo que sea para colaborar con el recibimiento.

A varios kilómetros del recinto donde se jugaría el partido, mientras el plantel concentraba por última vez, grandes grupos de hinchas aurinegros despedían al equipo en Los Aromos, algunos formaron una «Caravana» hacia Parque Batlle, otros acompañaban hasta donde pudieran, y varios otros salían de su casa para ver el recorrido en vivo y cantar, aunque fuera por segundos. Arriba del ómnibus, los jugadores tambien cantaban y comentaban sobre lo que iban observando del hincha.

Considerables horas antes de iniciarse el partido se abrieron las puertas del estadio. Algunos hinchas ingresaron apenas abiertas, para fijar su lugar y repetir las cábalas de partidos anteriores. Otros esperaban en las inmediaciones del Parque Batlle, cantando y compartiendo el momento entre hinchas, y esperando la llegada del ómnibus con los jugadores, los cuales salieron más de una hora antes y fueron trancados en más de una oportunidad debido a la cantidad de gente que acompañaba a la par.

Con miles de hinchas dentro del estadio, cuando todavía faltaba para el encuentro, ya se empezaba a prender humo y diferentes fuegos artificiales, probando un poco lo que se vendría. De repente, tanto en la Ámsterdam como en la América se ve a los hinchas juntándose en su respectivo costando, donde ambas tribunas se conectan, mientras se escuchaban sirenas de fondo: llegaba el plantel al estadio. El canto de la hinchada no cesaba, «Volveremos volveremos, volveremos otra vez» y «Esta noche cueste lo que cueste» se escuchaba con mucho furor. Iban pasando de a uno todos los integrantes del plantel mientras eran brevemente ovacionados antes de ingresar al vestuario.

La hora anterior al partido fue la hora más lenta en la vida de muchos. Los que estaban en el estadio, ansiosos, cantaban, o iban de aquí para allá, encontrándose con un conocido para acelerar el momento o simplemente perdiéndose en la mirada al resto de la gente. En ese momento, se empiezan a entregar globos, amarillos y negros, dependiendo dónde estés el color que te tocaría.

Faltan minutos, ya no se mira el reloj, ¿para qué? El tiempo corre de la misma manera sin controlarlo. El estadio lleno, tribunas populares, Olímpica, plateas, talúes, todo lleno. En los palcos, diferentes figuras y autoridades del país, pero robó totalmente la atención la presencia de Diego Forlán, junto a varios compañeros de la selección que conquistarían América próximamente.

De repente, se encienden los humos en las tribunas. De a poquito se va perdiendo la visión, no se ve lo que está adelante. De pronto se ven luces entre el humo, sumado a los globos. Las autoridades dan una orden, demoran la salida de los equipos por la poca visualidad en el terreno de juego. Sale el rival a la cancha, ni ellos ocultaron lo que sintieron al entrar, no podían hacerlo. Cada vez iba aumentando el colorido, el canto cada vez era más fuerte, hasta que, finalmente, Darío Rodríguez encabezando la fila declara la salida de Peñarol por el túnel local. En ese momento, la hinchada hizo su trabajo.

«Y dale alegría, alegría a mi corazón, la Copa Libertadores es mi obsesión», la canción que tanto se cantó en el año, sonaba con más fuerza que nunca. El humo invadió el campo, el cielo era testigo de las explosiones de los fuegos artificiales, las bengalas cubrían la visibilidad, al hincha aurinegro lo rodeó un colorido encierro, perdiendo por momentos la orientación, apenas se veía al parcial de al lado y poco más. El papel picado iba cayendo por la tribuna y los globos aurinegros comenzaban su viaje con el viento. ¿Cómo se puede explicar ese momento en un texto? No se puede, es imposible. De a poco se iba recuperando la visibilidad, se observaba el resto de la tribuna, colmada de emoción, pasión y folclore, mezclado con nerviosismo y ansiedad. Padres con hijos en sus hombros, ancianos de bastón parados para no perderse nada, más de un adolescente con amigos, una que otra pareja compartiendo su cariño, miles de ojos con lágrimas y voces roncas, y de seguro mucho más para ver tapó ese humo amarillo.

Los jugadores salieron, saludaron a todo el público presente y se ubicaron en sus puestos mientras se hacía el sorteo de la cancha. Todos calentaban mirando a la tribuna, algunos más disimulados que otros, pero ninguno pudo resistirse. Los árbitros charlaban de lo que veían, era imposible no hacerlo, ¡cómo iban a ignorar ser rodeados por la mística del hincha! Los comentaristas de televisión fueron sinceros, se sensibilizaron con el recibimiento y quisieron compartirlo con el resto del continente, hasta reflexionaron con lo que el fútbol significa, juntando a todas las clases bajo el fanatismo con el Club. El mundo era testigo de un recibimiento nunca antes visto, inolvidable para cada carbonero presente, e igual de emocionante para el que por cualquier razón no pudo estar.

El resto de la historia ya es más que conocida, se igualó en Montevideo y no se pudo ganar en Brasil. Después de tanta fiesta, no se pudo brindar con la copa deseada. De igual manera, fue una edición muy especial para más de una generación, con más de una historia para destacar.

Se comparó con cenizas volcánicas, con el infierno mismo, pero simplemente fue, la hinchada de Peñarol realizando el mejor recibimiento de la historia. Un día como hoy pero de 2011. Vale la pena recordarlo.