La fuga contada por Mundo Uruguayo

PEÑAROL  SIGUE INVICTO, SU SENSACIONAL CAMPAÑA

Una decisión desafortunada de Nacional impidió que terminara el clásico, que iban ganando bien los aurinegros por dos a cero.

Por Carpentier
Hemos pasado por otro match clásico accidentado. Y sin duda que éste que jugaron el domingo los conjuntos de  Peñarol y Nacional entrará en la historia como uno de los más ingratos y que será agregado a los que se recuerden con verdadera tristeza por los buenos aficionados.

Dejemos para el final, el comentario de los cuarenta y cinco minutos que tuvo el encuentro y detengámonos primero en lo fundamental que no fue precisamente el juego, la acción, el desarrollo técnico y la parte central del tradicional espectáculo. Porque, para nosotros ha sido tan grave la medida tomada por los dirigentes de Nacional, que preciso es que el primer plano sea ocupado por una actitud a todas luces antideportiva, injustificada, digna de reproche y reñida con el mismo aspecto profesional del programa.

Nacional basó el retiro de la cancha de su equipo aduciendo falta de garantías. Esto es nuevo en Nacional. Precisamente ha sido el viejo club quien ha hecho escuela en eso de jugar con garantías o sin ellas, con once hombres o con nueve hombres. Y la parte grande y casi heroica de su nueva historia se basa precisamente en eso; en haber ganado o empatado o perdido en inferioridad numérica, accionando con tesón arrollador que había hecho escuela ya en todos los planteles de la entidad. Nacional tenía garantías. Que un árbitro se equivoque no implica que le falten a un club garantías. El club podrá creer que el juez se equivoca a sabiendas pero hay demasiados intereses en juego para abandonar la lucha; el equipo se debe a los aficionados y aun mismo a su núcleo partidista que estamos seguros habrá tomado la decisión con verdadero estupor. Abandonar la cancha por la calificada mala disposición de un juez no es razón de peso. Son contingencias muy comunes en las luchas del deporte;  son muchos los clubes perjudicados por los errores de los jueces que desgraciadamente en el momento son casi todos realmente malos; todas las semanas, alguna entidad tiene reproches serios contra un referee y no hace quince días Central no ganó un match precisamente por los desaciertos del conductor del lance. Y Central no abandonó la lucha y por el contrario retempló y a la manera del mismo Nacional de cercanas épocas, puso el corazón en la lucha y hasta con rabia casi, se hizo merecedor del elogio general.

El público, ese público de setenta mil almas, merecía otro trato. Aguardó varios días este partido. Pasó “las de Caín” para sacar entradas. Hubo aficionados que llegaron desde muy lejos para estar presentes en el estadio. Bajo una lluvia fría y pertinaz, estuvo allí entusiasmado y anhelante, viviendo su día, su máxima fiesta, vivando a sus favoritos, gritando su entusiasmo, alargando un historial magnifico que viene desde muy lejos y que nadie -ningún dirigente- tenía el derecho de empalidecer con una actitud de tal naturaleza.

Ese espectáculo era un espectáculo profesional. Entradas “de ópera”, perfectamente reglamentado por disposiciones municipales regido por una cadena de leyes que tienen que ser respetadas. Cuando se entra a presenciar un programa así -único en nuestro medio- y uno de los más hermosos, impresionantes y famosos del mundo deportivo, no tiene el derecho de frustrarse porque creo que “no hay garantías”, porque el juez “se equivoca para un solo lado”, porque se cree ver cosas que están más allá del deporte honesto y entran ya en las trastiendas de las cosas privadas. Nacional no podía hacer eso. Se debía a su público, a los aficionados, a los reglamentos, al régimen. Una decisión así, no se puede tomar a tambor batiente y en un momento que creemos fue de ofuscación. Habría estado mejor el club tricolor, argumentando, lisa y llanamente, que el juez Bochetti no era de su agrado, recusándolo antes como tantas veces se hizo. Y si ello parecía absolutamente imposible, no haber entrado a la cancha. Después de entrar, tácitamente se aceptaba todo. Y tal vez no tenga gracia retirarse cuando se va perdiendo. Era mejor, más justo, más serio y mucho menos atacable que Nacional no hubiera aparecido por el túnel, expresándose con su ausencia que efectivamente tenía reparos serios contra el árbitro y su trabajo.

El dirigente debe dar la medida de cordura, el ejemplo de corrección y de serenidad. ¿Qué quedará después de este episodio para el jugador ofuscado por la lucha y generalmente de menor cultura, para el aficionado pasional, para el hincha incontrolado?

El paso dado por Nacional ha sido pues desgraciado. Nosotros lo decimos con la franqueza con que exponemos todos nuestros pensamientos y agregamos que se cierra -o a lo mejor se abre- un capítulo de peligro para la estabilidad del régimen y de las mismas instituciones. Falta seriedad y falta cordura. Falta dirección en la cosa del fútbol. Lo acontecido el domingo lo está gritando fuertemente y el hecho en sí nos exime de seguir con una serie de razonamientos que están respaldado nada más que con una postura ingrata y desgraciada de los dirigentes de Nacional.

El Partido

El partido se inició con una comprobación sorpresiva. Nacional aguantaba a un Peñarol mejor en el Campeonato y lo aguantó bien. Y por espacio de veinte minutos estuvo allí tieso y fuerte, desafiante y tesonero, accionando magníficamente con su dispositivo de defensa y haciendo todo lo posible por empujar hacia adelante a una falta de ataque, falta de cohesión y vacilante siempre en sus entradas. Frenada la delantera del decano, las acciones se circunscribieron al terreno tricolor, pero en un duelo parejo entre ataque y defensa. Un tiro de Laña sacudió el poste. Rodolfo Pini dominaba el medio del field. La pareja ofensiva de la zurda estaba detenida por Santamaría. Nacional estaba creciendo de acuerdo a sus posibilidades.

Pero, poro a poco, el quinteto de Míguez ganó en trabazón al tiempo que la defensa tricolor sentía el peso de la batalla. Hubo algunas salvadas milagrosas de Paz, Raúl Pini y Cruz. “Milagrosas” en el término que usamos los cronistas, porque el milagro, era simplemente el de la calidad de los defensas del Parque Central. Insistió Peñarol al tiempo que los relojes llegaban a la media hora. Pasó por momentos críticos la valla de Paz y vino el tanto de Ghiggia, concertación perfecta de la línea, con un trabajo maestro de Schiaffino. De ahí en adelante, Peñarol atacó profundamente y se vio claro que el desenlace sería uno solo: la derrota de Nacional y la imposición de una lógica que esta vez no podía ser rebatida. Así llegó el penal de Tejera a Míguez que el juez sancionó bien pero en cambio se equivocó al ordenar el puntapié cuando Vidal y otros jugadores estaban dentro del área. El shot partió y estirándose Paz, rechazó la pelota. Vidal, a pocos metros tomó el rebote y envió la pelota a la red. Fue el principio del fin. Tejera ya había sido expulsado y después el mismo camino le fue ordenado a Walter Gómez. Ya la presión de todos era visible desde las tribunas, como había sido visible un afán desmedido de algunos defensores de Nacional por jugar reciamente y sin duda al margen del reglamento. Después, lo ampliamente conocido y que ya relatamos al principio de esta nota. Nacional fue a los vestuarios y ya no volvió.

El juego había sido técnicamente bajo. La defensa de Nacional, pesada y fuerte, se adaptaba mejor al terreno que un avance ágil, que se sabe escurrirse y jugar alto fútbol sobre piso seco. Durante este time los mejores fueron los hermanos Pini y Paz, mientras Hohberg y Ghiggia se llevaron las palmas en el quinteto de los aurinegros. En el otro campo hubo poca cosa. Ausente prácticamente la delantera de Nacional, por su total divorcio y falta de practicidad, los defensas del ganador, supieron jugar cómodamente destacándose todos, pero muy especialmente Hugo Possamal y Varela.  Eso fue el partido técnicamente visto.

El Árbitro

El árbitro, por la incidencia del gol de Vidal, estuvo mal. Y como resultó a la postre una incidencia capital, su gestión resultado aun peor. No se apercibió de la falta que trajo un tanto, estuvo indeciso en otras situaciones, cobró mal algunos fallos leves y en cambio, penó bien el penal y también no otorgó penales en el campo de Peñarol por que no los hubo. Y eso sucedió en las incidencias que protagonizaron Hugo y Varela.

Un clásico pasado por agua, ardiente en su punto final, jugado nerviosamente sobre barro muy liquido, una gestión infeliz del árbitro, un absurdo final por la decisión tricolor y un triunfo perfectamente justo.