El 28 de marzo de 1946, hace ya 75 años, un grupo de ex alumnos de la Escuela de Artes y Oficios de Villa Peñarol, decía presente en la vieja sede social aurinegra para hacer entrega de la primera insignia bajo la cual se agruparían las masas fervorosas que acompañarían a Peñarol a lo largo de su vida. La primera bandera de una hinchada que ha hecho historia desde principios del siglo XX.

Nacido entre rieles y locomotoras en la primavera de 1891, Peñarol logró consolidarse rápidamente no solo como potencia deportiva de nuestro país, sino también como la entidad de mayor arraigo y popularidad. Envidiada, respetada, elogiada y criticada al mismo tiempo, la hinchada de Peñarol no le es ajena a nadie. Y la historia de la hinchada de Peñarol, la primera del país, es demasiado rica y extensa. Gracias a las encuestas y los estudios sociológicos existentes, cuando decimos “la hinchada de Peñarol” hablamos del movimiento social más grande del país.

Para quienes creen que el fútbol se limita a once futbolistas atrás de una pelota, tal vez esta nota no tenga mucho sentido. Aun así, está hecha la invitación para repasar algunos de los principales hitos en la historia de una hinchada reconocida dentro y fuera de fronteras, pero especialmente, una hinchada que ha sabido dar la cara por su club desde los hechos y no desde el relato.

El nacimiento de la primera hinchada del país

El origen del primer grupo organizado y su bandera datan del año 1906, cuando los alumnos de la Escuela de Artes y Oficios fueron invitados a un gran asado de camaradería brindado por el club y tuvieron la oportunidad de jugar un partido informal con el primer equipo de Peñarol, en aquel momento campeón vigente del futbol local. Como reconocimiento a la adhesión a la causa demostrada por este grupo estudiantil, el club le obsequió a este grupo de muchachos una bandera, que desde ese momento acompañaría al equipo en cada partido que le tocara jugar.

El encargado de la custodia de la preciada insignia fue Alberto Aldama, quien al día siguiente también se ocupó de presentar la bandera a sus compañeros de la Escuela. Pidió no romper filas en el recreo y ante más de 350 alumnos presentó la preciada bandera, motivo por el cual sus compañeros podían “sentirse orgullosos de su amor partidario porque hemos sido estimulados en nuestra fe de Peñarolenses, tanto por nuestros viajes a pie hasta la cancha como por las luchas con nuestros adversarios”. El discurso terminaría  dando lugar al grito de “¡Viva Peñarol!”, tal como se llamó a la institución decana desde sus inicios, y la bandera se había transformado en el emblema del colectivo mirasol.

Aldama murió el 20 de marzo de 1933, dejando la bandera en manos de su amigo Juan Román hasta el año 1946, cuando un grupo de sobrevivientes de aquella bullanguera muchachada de la Escuela de Artes y Oficios decidió entregar la bandera al club para su custodia.

Así nació el primer grupo organizado de hinchas del Uruguay. En Peñarol, una hinchada que diría presente en todas las páginas de historia del club.

La reestructuración necesaria

Para el año 1913, la relación entre el club y la empresa del ferrocarril se encontraba en un momento crítico. Las autoridades desde el exterior exigían recortar gastos, aumentar ganancias y solucionar los -varios- problemas generados por el equipo de fútbol, desde incidentes entre hinchas, hasta las faltas a trabajar debido a choques deportivos. Es en este punto donde la participación de la masa social del club Decano se transformaría en un pilar fundamental para la continuidad y la reestructuración del mismo.

No hay testimonio de la época que no destaque la enorme importancia que tuvo el involucramiento de los llamados “socios no empleados” en la administración y el manejo del club. Resumiendo un poco la historia: fueron estos quienes, después de reiterados e insistentes pedidos, lograron destrabar una solución de conflicto que no auguraba nada bueno para la institución, forzaron elecciones y consiguieron la aprobación de la vieja Comisión Directiva para hacerse definitivamente con el control del club.

Personalmente desconozco en cuantos clubes del mundo ha sido necesaria la intervención y el enfrentamiento de sus hinchas más genuinos con las autoridades empresariales que lo vieron nacer, pero algo tengo claro: no son muchos y ninguno de ellos logró, después de semejante cruzada, seguir adelante con una vida deportiva tan exitosa como hasta ese entonces.

Algo nunca visto

El 18 de julio de 1926 Peñarol ganó uno de los partidos amistosos más importantes en la historia del fútbol uruguayo. El Deportivo Español, equipo más que prestigioso por aquel entonces, se encontraba de gira en Sudamérica para enfrentar a los principales equipos de la región. Lógicamente, su visita al Uruguay no pasó inadvertida, ni para nosotros ni para ellos, que venían con la idea de “vencer en el país de los campeones olímpicos”. Y lo hicieron, a medias, porque el primer partido que jugaron en nuestro país fue contra Nacional, y ganaron los españoles.

Así las cosas, el partido con Peñarol se presentaba como una cuestión de honor para el fútbol uruguayo y recaía en el club Decano la responsabilidad de vengar la ofensa y reivindicar los honores de nuestro deporte. No es de extrañar que aquel día la hinchada de Peñarol se transformara en un jugador más del equipo, con un aliento ensordecedor como, según palabras de los españoles, nunca habían visto.

Pedro Colls, miembro de la delegación del R.C.D. Español declararía en una entrevista recogida por “La Comarca Deportiva” en su edición del 15/11/1926 que “el partido jugado contra el Peñarol fue una cosa nunca vista. Durante todo el encuentro millares de voces no cesaron de gritar ¡Peñarol!¡Peñarol! aquello era ensordecedor. Al marcar el gol, hubo tres jugadores que se desmayaron y la muchedumbre invadió el campo para estrechar al autor del tanto”.

Otro testimonio destacado de la época es el de Pedro Bru, entrenador del equipo europeo, quien en una carta citada por la prensa española el 4/9/1926 notifica a sus compatriotas sobre el éxito en recaudación que supone la gira por el Río de la Plata. No es de sorprender que la recaudación del partido con Peñarol sea bastante superior a la del partido con Nacional.

Esparza y Urquiza, también parte del equipo extranjero, fueron otros que declararon en la mismo sintonía (La Voz de Menorca, 19/10/1926):

“Se notaba en ellos y en el publico, que gritaba desaforadamente, el deseo de ganar a toda costa. Se venían en cuerpo y alma, y el entusiasmo que demostraron era excesivo. Bueno, aquello ya no era futbol. No se podía jugar con el griterío que armaban” sostuvo Urquiza, quien agregaría además que “cuando Piendibene metió el gol, había que ver al público saltar a la cancha como fieras, atropellarnos sin miramiento para abrazar a Piendibene. ¡Era un espectáculo que nos chocó! Si chistamos creo que nos linchan”. Por su parte, Esparza afirmaba que “a los gritos de ¡Peñarol! ¡Peñarol! Nos ensordecían y empezamos a desanimarnos.” La mística de Peñarol y su gente había ganado un partido irrepetible por el honor del fútbol uruguayo.

La sentencia final la dicta la propia prensa española:

“La excesiva importancia que la prensa había dado a este match presentándolo como una cuestión de vida o muerte para el futbol nacional, unido al hecho de ser el Peñarol el club eminentemente popular aquí, dio por resultado el estado de nerviosismo y vehemencia que hemos reseñado en el público. Los nuestros jugaron magníficamente y llevaron las de ganar durante el primer tiempo, luego el público ejerció una influencia decisiva en el juego y los amarillo y negro se impusieron. Creo sinceramente que Nacional es más equipo que Peñarol, ahora que carece de la masa de supporters que anima a este en sus luchas.”

Poco para agregar a lo dicho por las protagonistas, la hinchada de Peñarol dejaba su huella en la delegación española y no dejaba de sorprender.

Una muestra de fidelidad que se transformaría en un impulso

En 1944 saldría a la luz el único caso de corrupción comprobada en la historia del futbol: la peluquería Pissoni. El “affaire del peluquero”, como lo llamó la prensa de la época, revelaba que el Club Nacional de Football a través de sus gerentes, sobornaba jugadores rivales de forma constante. Hasta ese momento, el club que arreglaba partidos encadenaba cinco títulos de campeón al hilo, algo que no volverían a conseguir nunca más en su historia.

Pero lo que recordamos hoy no es esta historia manchada en las oscuras paginas del futbol uruguayo, tampoco la finalísima de 1944 que el Decano terminaría ganando 3-2 de atrás para evitar el Sexenio de su rival. Hoy recordamos a la maravillosa hinchada de Peñarol que en pleno Quinquenio de Nacional, llevo su registro social de 4.924 afiliados en 1939 a 11.459 para el año 1944, superando incluso a Nacional que contaba con 10.459 asociados. Si, en plena racha adversa, Peñarol había aumentado su padrón social en más del doble. Y eso solo lo logran hinchadas de verdad, como la nuestra. A partir de allí se edificaría el bicampeonato 1944 – 1945 y el famosísimo equipo de La Maquina del 49 que se consagraría campeón de forma invicta en los tres torneos del año: Competencia, Honor y Uruguayo.

Palacio Peñarol, el hogar del pueblo

El Palacio Peñarol es el estadio cerrado con más historia en este país. Inaugurado en 1955, el edificio donde hoy encontramos la cancha de basketball, la sede social y el museo de Peñarol, además de ser el hogar de múltiples consagraciones y espectáculos destacados de nuestro deporte, también ha sido el escenario de varias muestras de nuestra cultura. Pero además de todo esto, la construcción del Palacio Peñarol es historia pura de por sí. Historia del club y de su hinchada, una vez más.

La historia se remonta al año 1945, más precisamente al 19 de octubre, cuando la Asamblea de Socios decide apoyar la idea de la Comisión Directiva y adquirir el predio de la manzana delimitada por Galicia, Cerro Largo, Magallanes y Minas, con una superficie de 3896 metros, por un costo total de $148.067. El siguiente paso, lógicamente, era pagarlo. Y acá es donde hace su aparición por primera vez la hinchada aurinegra, logrando recolectar más de $100.000 en la famosa y recordada “Campaña del metro cuadrado”. Básicamente, el hincha tenía la posibilidad de comprar un metro de terreno y donarlo al club.

Luego llegaría la construcción del Palacio, construcción durante la cual se hallaron durmientes y vías en el predio. El guionista de Dios le guiñaba un ojo al club del pueblo y Peñarol, nacido en los talleres del ferrocarril, edificaba su nueva sede social en un terreno donde la vida ferroviaria había dejado su huella. Sin embargo, el dinero para la construcción era una cifra exorbitante para Peñarol en aquella época: se necesitaban $ 2.000.000 y el patrimonio del club estaba valuado en apenas $ 500.000. Finalmente se decidió aumentar el valor de la cuota social en $ 0,50 y de esta forma no solo se financiaba gran parte de la obra, sino que se accedía también al crédito necesario.

La construcción avanzaría de forma propicia y al día de hoy, son realmente llamativas las fotos del Palacio Peñarol sin techar. Aquí, una vez mas, dijo presente la maravillosa hinchada de Peñarol, esta vez a través de la Campaña Pro-Techo del Palacio Peñarol.

Hoy no existe montevideano que no conozca el Palacio Peñarol. Edificio emblema de la ciudad y del deporte oriental, y propiedad del Club Atlético Peñarol. Es responsabilidad de todos recordar cómo se llegó a él, las dificultades que tuvieron que sortear los hombres de la época y el invaluable aporte de una hinchada que seguía escribiendo la historia junto a su insignia.

Un club que tiene eso, no puede morir jamás

Peñarol se había coronado recientemente como campeón uruguayo de 1949 tras vencer a Nacional por 4-3. La caravana de festejos fue monumental, emocionante. Pero más emocionante aún es la crónica de Davy en El País, en su edición del 20 de diciembre de 1949, recordando una caravana igual de intensa de los hinchas del club del pueblo, pero no en una jornada de triunfos, sino de derrota. Más precisamente, después de la caída clásica 0-6 apenas unos años atrás.

El pueblo estaba de fiesta y la columna, ebria de entusiasmo y de copas, llegó hasta nuestra casa. Venían los viejos hinchas y los jóvenes cadetes. Nosotros los vimos encaramados en las columnas agitando las banderas aurinegras y los nombres de los once campeones. Y las expresiones gráficas que la muchedumbre dice con chispazos de ingenio. Y la orden urgente de sacar la foto, para que la historia recogiera uno de los momentos más emocionantes de una caravana que llegó aquí otras veces también, en parecido trance, pero que también llegó una tarde y nos asombró.

Fue cuando Peñarol había caído seis a cero. Los jugadores vencidos en la cancha habían refugiado su dolor en sus hogares (…) Pero el pueblo, ese pueblo de enorme corazón y fibra santa, había salido a la calle furioso a gritar el nombre de Peñarol. Para ellos, Peñarol era tan grande entonces como siempre, como cuando la bandera de las estrellas ondeaba airosa azotada por los vientos de victoria y era siempre inmensa y bendita cuando era arriada en las tardes de caída sin levante. Ellos representaban auténticamente a Peñarol. Ellos eran, en ese instante, Peñarol.

Nosotros vimos, asombrados, aquella manifestación. Nos pegó un salto el corazón ante tanto coraje, ante tanta adhesión y pensamos que un club que tenía eso no podía morir jamás. Las viejas glorias volverían en tardes triunfales y un día esa manifestación (serían los mismos, sin dudas) volvería bajo nuestros balcones para gritar el mismo nombre pero con rostros alegres, el corazón henchido de optimismo, en las caras estereotipado el triunfo, con la marca de la revancha en alto, mostrándola todos, gritándola a todos, resonando los cantos y los gritos por la calle.

Y aquí estuvieron otra vez. Eran los mismos, si, el pueblo enloquecido, tremendamente desafiante, pero ya más manso y tranquilo por el triunfo final.

Ellos habían esperado la revancha y la tenían. Mostraron su emoción bajo los mismos balcones y en las mismas piedras rebotó el mismo grito de guerra y de triunfo: ¡Peñarol! ¡Peñarol!»

Peñarol y su gente, en cualquier momento y en cualquier condición.

A Morena lo trajimos todos

Sin dudas se trató de la operación más famosa en la que participó la hinchada de Peñarol. Fernando Morena había llegado al club en 1973 despues de cuatro años de fracasos, y volvería a poner a Peñarol en un sitial de privilegio en el fútbol uruguayo hasta se partida en 1979, siendo pieza clave de los cinco títulos de campeón uruguayo de aquel periodo. Como era de esperar, su salida a mediados de año fue un golpe duro para el carbonero que perdía a quien era desde hacia varios años el mejor jugador del futbol uruguayo, por escándalo.

La década del 80 empezó difícil, al igual que la anterior, y parecía que Nacional estaba decidido a intentar alcanzar el mismo nivel de gloria y títulos que ostentaba el Decano. Sin embargo, para  1981 se puso en marcha una campaña sin precedentes en nuestro país, y probablemente en el mundo entero: se solicitaba la colaboración económica del pueblo peñarolense para concretar el retorno de Fernando Morena. Si, la hinchada tenia en sus manos la posibilidad de repatriar al ídolo. Para esto, existían bonos adquiridos por los hinchas del mirasol que certificaban la participación en la Operación Retorno y a través de los cuales se aportaba de forma directa con la causa.

La campaña fue un éxito. Se logró recaudar un dinero más que significativo para concretar el retorno del Potrillo (por el cual debían pagarse USD 1.000.000) y, finalmente, el goleador de toda la historia volvía al Uruguay para estampar su firma e inmortalizar una frase que sigue emocionando hasta el día de hoy: “si hubiera sabido lo que me querían, no me hubiera ido nunca”.

El resto de la historia es conocida: Morena convirtió dos goles en su retorno clásico para ganar 3-2, se consiguió el Campeonato Uruguayo de 1981, se clasificó a la Copa Libertadores con un agónico gol del eterno número 9 en espectacular remontada clásica por Liguilla, y durante la temporada 1982 se consiguió la última Triple Corona (como se le dice ahora) del fútbol oriental al ganar Uruguayo, Libertadores e Intercontinental. Fernando fue el goleador del Campeonato Uruguayo y de la Copa Libertadores, y marcó el gol de la segunda final en el minuto 90 en Santiago de Chile.

De alguna forma, esos éxitos deportivos llevaban el sello de un pueblo alineado detrás de su bandera y su ídolo.

El reconocimiento mundial

En setiembre de 1961 Peñarol festejaba su 70 aniversario de vida de una forma muy especial: se coronaba por primera vez como campeón del mundo. Semejante hazaña motivaría la atención de la prensa deportiva de todo el globo. Cobertura de partidos, previas, análisis de jugadas, jugadores, campos y entornos. Y entre tanto análisis, la hinchada de Peñarol siempre lograba dar la nota. Jacques Ferrand, director de L´ Equipe de Paris fue contundente con respecto a la calidad del equipo decano y al ambiente vivido en el Estadio Centanario.

“Nadie podría ganarle a Peñarol en Montevideo. En este momento no hay ningún equipo europeo, entiéndame, ninguno que pueda aspirar a derrotar al campeón aquí en Montevideo. Es un equipo con técnica, con coraje, con disciplina. (…) Ese impulsar a su equipo de la parcialidad del campeón lo considero como de un tremendo poder psicológico. Es maravillosa esa forma de querer a una enseña”.

Apenas unos años después, seria Real Madrid el rival a vencer en la Copa Intercontinental. Y una vez más la hinchada de Peñarol sería motivo de envidia, admiración y hasta imitación. En la previa a la revancha jugada en el Estadio Chamartin el diario ABC en su edición del 26 de octubre señala que “el público de Madrid percibió a través de la televisión el apoyo que brindó en el Estadio Centenario de la capital a su equipo y es lógico que ahora quiera jugar su papel”.

Mas reciente en el tiempo tenemos otros casos fantásticos de rivales que han manifestado de forma publica su admiración por la hinchada aurinegra.

Jorge Sampaoli, ex DT de la Selección Argentina, confesaría que “de las rivales, es la mejor hinchada que vi. La de Peñarol, de las que enfrenté, es la más pasional. En el Centenario era impresionante lo que cantaban y gritaban”.

Tal vez, las palabras más resonantes son las de Neymar recordando la final de la Copa Libertadores 2011 en el Estadio Centenario. El astro brasileño recordaba su anécdota en el vestuario visitante del coloso de cemento, cuando se le ocurrió asomarse por una de sus ventanas para admirar el espectáculo que brindaba la hinchada más grande del país. El norteño simplificaría su reacción en una frase sumamente representativa: “¡Caramba! El infierno está allá”.

La hinchada récord

Además de los hechos históricos que no se explican con números sino con el corazón, la hinchada más grande del país también se puede jactar de ser récord en recaudación y venta de entradas. Esto aumenta su valor si tenemos en cuenta que a inicios del nuevo siglo y en medio de una crisis deportiva realmente profunda, la fiel y bullanguera siguió siendo la hinchada más taquillera de la República.

Según los datos proporcionados por la Asociación Uruguaya de Fútbol, Peñarol es el club que ha vendido mas entradas desde el año 2006 (año desde el que existen registros en AUF). Pero esto es algo normal si tenemos en cuenta que Peñarol es el equipo con más hinchas en el país, por lo que no debería sorprender a nadie. Lo que es realmente meritorio, es mantenerse a la cabeza en periodos de magros resultados deportivos.

Además de esto, la hinchada de Peñarol es récord en todo tipo de rankings que se puedan elaborar en nuestro país. El carbonero ostenta la mayor venta de entradas en un partido en la historia del fútbol uruguayo: 71.872 tickets el 3 de julio del 1960 ante el Real Madrid. Por si fuera poco, Peñarol dice presente en 7 de los 10 mayores ventas históricas.

La Copa Libertadores 2011 también encontró a Peñarol como el equipo con mayor cantidad de entradas vendidas, en total fueron 367.623 los boletos expedidos, lo que la transforma además en la campaña anual más taquillera de un equipo sudamericano en el periodo 2004-2013.

El país de Peñarol encuentra siempre a Peñarol como su fiel representante. Es por eso que la hinchada aurinegra es el representante local en el ranking de las mejores asistencias de público en la historia de la Libertadores, por país, con sus 470.883 entradas vendidas en la edición de 1966.

La hinchada de Peñarol es única. Es una frase que todos hemos escuchado alguna vez, pero que no siempre conocemos su origen o su fundamentación. Esto no es más que un repaso por algunos hitos, números y récords de una hinchada con historia verdadera y documentada, porque al igual que con la historia deportiva de nuestro club, la tinta nunca alcanza. Peñarol y su gente, lo más grande que ha dado el deporte oriental.