El árbitro Daniel Bello llevó el silbato a su boca y levantó el brazo izquierdo apuntando al cielo; el otro directo al arco que defendía Gerardo Rabajda. Pasados los 90 minutos del Peñarol 1 – Cerro 1 de la última fecha del Campeonato Uruguayo 1993, y ante la derrota de Defensor Sporting frente a su clásico rival que ya era un hecho, el pueblo peñarolense no se contuvo un segundo más en saltar de las tribunas del Centenario a la cancha para gritar campeón y dar por terminado el partido y el campeonato, cuando en realidad el juez estaba cobrando una falta a favor del equipo villero. Esa tarde del 5 de diciembre sería recordada como la de la ansiada vuelta olímpica que no pudo ser, pero en la que los manyas festejaron como más nos gusta: todos juntos en un vigoroso y pintoresco descontrol.

Hacía siete años nuestro presidente era el Cr. Carlos Lecueder y nuestro director técnico el arquero campeón del mundo en el Maracanazo del ‘50, Roque Máspoli. En ese 1986, Peñarol obtuvo el célebre campeonato «por una firma», en el que terminó con menos puntos que Nacional, pero los segundos fueron ellos. Un año después nuestro flamante presidente era el Cr. José Pedro Damiani y nuestro director técnico el Maestro Tabárez, y con un equipo joven –aunque nada inmaduro– levantamos la quinta Copa Libertadores con el agónico zurdazo de Diego Aguirre, en el querido Estadio Nacional de Santiago de Chile.

El poderoso Peñarol; decano del fútbol uruguayo, primero y pentacampeón de América, y tricampeón del mundo, vencedor de mil batallas imposibles contra el Santos de los dioses y el rey Pelé, contra el gran River Plate argentino, contra el imbatible Real Madrid en el Santiago Bernabéu o contra el Flamengo de Zico; ganaba mucho y dejaba huella por donde pasaba. Peñarol resonó ganador en los cinco continentes y, sin embargo, le llegó su mala racha.

Entre el ‘88 y el ‘92 tuvo una discreta performance a nivel internacional, en la que no clasificó a todas las ediciones de la Copa Libertadores o quedó eliminado en las primeras fases que disputó, y tuvo la misma suerte en la Supercopa Sudamericana (copa de campeones de la Copa Libertadores), en la que incluso fue eliminado por Nacional en la edición de 1992. En el plano local fue testigo del recordado «quinquenio de los chicos» entre el ‘87 y el ‘91: Defensor, Danubio, Progreso, Bella Vista y Defensor Sporting; y del campeonato de Nacional en el ‘92, que aumentó la presión por volver a ser campeón de algo.

Durante esos seis años, los hinchas aurinegros se debieron conformar con solamente una Liguilla Pre-Libertadores y algunos torneos internacionales oficiales de preparación, lo cual era igual a nada para el palmarés del gigante. Morena, Roque Máspoli, Mazurkiewicz, Walter Roque, Roberto Fleitas, el «Flaco» César Luis Menotti, Juan Duarte, Ricardo Ortiz, el yugoslavo Ljupko Petrović (que había sido campeón de la Champions League –en ese entonces Copa de Clubes Campeones Europeos– con el Estrella Roja en el ‘91), Roque Máspoli –otra vez–, el «Indio» Olivera y Juan Ricardo Faccio completan la lista de 12 entrenadores que dirigieron al equipo en ese lapso. «El vestuario cambiaba mucho, se quedaban los gurises del club y venían los mejores de los cuadros chicos, pero no se vendía a nadie porque no ganábamos», recuerda Gabriel Cedrés, que defendió la de oro y carbón entre el ‘88 y el ‘93.

Pero la disputa por subirse al primer vagón de la locomotora y conducir a Peñarol de vuelta a los triunfos era incluso más arriba en la escala jerárquica: entre «campeonatos o balances». A pesar de la obtención de la Copa Libertadores de 1987, el hincha quería más resultados y en las elecciones del ‘90 votó la vuelta de Don Washington Cataldi, de quien no es necesario repasar su trayectoria encabezando la institución, por sobre el entonces actual presidente José Pedro Damiani.

Si bien eran rivales en las urnas, la relación entre Cataldi y el Cr. Damiani era cordial, y el ambiente, más allá de los malos resultados deportivos, era de celebración y camaradería porque el 1991 fue el año del centenario del Club. Los festejos por los 100 años de gloria comenzaron con una caravana desde la Estación Central del Ferrocarril hasta la Villa Peñarol días antes del aniversario, siguió con una cena protocolar la noche previa, a la que asistieron representantes de la política uruguaya, de organismos del fútbol nacional e internacional y dirigentes de diferentes clubes de la AUF. El 28 de setiembre se realizó la histórica Asamblea Representativa que presidió el Dr. Julio María Sanguinetti y designó como presidente honorario al Cr. Damiani, previo a un almuerzo multitudinario que reunió a más de 3000 personas en la Estación Central de AFE, y siguió con una extensa, bulliciosa y descontrolada caravana por todo Montevideo, que se estiró con la Barra Amsterdam como protagonista hasta la madrugada, en una fiesta peñarolense que invadió la calle 18 de Julio.

El ambiente de celebración continuó hasta el 2 de octubre, cuando la hinchada desplegó la famosa bandera de los 100 años en la tribuna Ámsterdam, la más grande del mundo hasta el momento, de 60 por 40 metros, en un partido contra Racing de Avellaneda por la Supercopa Sudamericana, que terminó con victoria del decano por 3 a 2 y coronó el centenario.

Pero la fiesta no taparía los fracasos deportivos. Como afirma Cedrés, «todo era más leve porque Nacional tampoco ganaba», pero en 1992 no se ganó ningún clásico, el rival salió campeón y terminó con el pasajero predominio de los cuadros chicos. Para enero de 1993, se juega la Liguilla, Peñarol pierde un nuevo clásico y llegan las elecciones, a las que Cataldi decide no volver a presentarse y deja el camino libre para que su colega vuelva a la presidencia. El 30 de enero, con una crisis financiera latente y una deportiva ya insostenible, sin campeonatos ni tampoco balances, gana las elecciones el Cr. José Pedro Damiani y asume nuevamente como presidente de la institución aurinegra. «Aquella fue la peor crisis financiera del club, porque ni siquiera se contaba con jugadores para transferir. Empezábamos prácticamente de cero, pero tuvimos una definición que fue muy provechosa: la designación de Gregorio Pérez como entrenador», confesó el propio Damiani.

«Bienvenidos. Juntos, con trabajo, sacrificio, responsabilidad y humildad vamos a recorrer el camino que nos llevará al éxito. Mucha suerte.

Cuerpo técnico».

Gregorio Elso Pérez Perdigón fue un volante que recorrió su carrera como futbolista íntegramente en las filas de Defensor, en donde fue campeón uruguayo en el histórico campeonato del ‘76 que rompió con la hegemonía de los grandes en la era profesional. Estuvo cerca de cumplir su sueño y el de su familia en el ‘78 cuando entrenó por casi un mes en Peñarol, pero no se dio, y un año después colgó los botines. Como entrenador, comenzó su carrera en Progreso en el ‘81. Estuvo al frente de algunos equipos uruguayos hasta que en el ‘88 dirigió la selección uruguaya Sub 20, donde conoció al «Gaby» Cedrés. Enseguida pasó a ser ayudante técnico del Maestro Tabárez en la selección mayor, con la que viajó a Italia para la Copa del Mundo del ‘90. Allí estuvo con el «Tano» Gutiérrez, el «Pato» Aguilera, el «Chueco» Perdomo, el «Profe» Bengoechea, entre algunos otros que después cruzaría en el decano. Y a los últimos dos también los tuvo en Gimnasia y Esgrima de La Plata, que dirigió entre el ‘91 y ‘92. El 8 de febrero de 1993, posterior a algunas reuniones y negociaciones con el Cr. Damiani y la directiva de turno, llegó a Los Aromos junto a Alejandro Botello (ayudante técnico) y Luis Betolaza (preparador físico) para cumplir el sueño, y escribió esas palabras en un pizarrón para recibir a su nuevo plantel. La tiza se borró al poco rato, el mensaje quedaría grabado en la memoria de aquellos futbolistas por un tiempo más.

«Cedrés va a ser el nueve», le dijo el técnico al presidente en su primera decisión firme al frente del equipo, aunque viniera de un año sin jugar por haberse roto los ligamentos cruzados. Aún así, los refuerzos llegaron: «muy inteligente, Gregorio logró una mixtura de jóvenes del club con futbolistas ganadores de clásicos, de cosas importantes en Peñarol y que eran hombres. Quería ponerle voces de peso al vestuario y que los jóvenes tuvieran espejos en los que mirarse», recordó José Batlle Perdomo, que vino junto a él de Gimnasia porque confió en su proyecto. A ellos se le sumaron jóvenes prometedores como Darío Silva, Marcelo «Marujo» Otero, Nelson «Canario» Olveira y viejos referentes como Daniel «Pollo» Vidal y Mario Saralegui. Y, también, un fichaje estrella que llegaba por tres meses: Pablo Javier Bengoechea.

Con 28 años y un contrato a prueba, de romperla en el Sevilla de España, ser campeón de América con Uruguay en el ’87 y jugar el mundial de Italia ‘90, llegó el «Profesor» a Los Aromos a cumplir el sueño de jugar con la camiseta de sus amores. Igual que Perdomo, siguió a Gregorio desde Gimnasia porque confió en el entrenador y su proyecto, y porque tenía un anhelo: salir campeón con Peñarol.

El primer partido de la era Gregorio Pérez fue el 14 de marzo, en un amistoso de pretemporada contra Lanús. «El primer gol de la era Gregorio lo hice yo, frente a la Ámsterdam llena de gente -expresa, orgulloso, José Enrique «Caballo» De Los Santos- en un córner desde la Olímpica, en el que la peina Darío Silva en el primer palo y yo, que cerraba en el segundo, le pego con la derecha». El partido fue el debut de varios futbolistas en Peñarol, además del de Gregorio en el banco, y terminó con un contundente 6 a 0 y un hattrick de Bengoechea, en un partido que ilusionó a los hinchas de cara a lo que se venía. En el debut en el Campeonato Uruguayo, sin embargo, no repitieron tal efectividad y terminaron empatados a cero contra el que sería el rival directo hasta la última fecha, pero la pelota empezó a entrar en los partidos siguientes.

Llegada la sexta fecha, el equipo todavía no conocía la derrota. Al empate con Defensor Sp. en la primera fecha lo siguieron cuatro victorias consecutivas a Danubio, Huracán Buceo, Racing y Bella Vista. El cuadro funcionaba bien, parecía aceitado y los nuevos hacían goles y agarraban confianza, pero llegaría la piedra angular de todos los campeonatos: el clásico. Primero para varios jugadores y para el DT.

En rendimiento y en el campeonato, Peñarol llegaba notoriamente mejor que Nacional, que venía con una racha de cuatro partidos sin ganar en el plano local y de quedar eliminado de la Copa Libertadores. En materia de clásicos, la situación era inversa: hacía más de un año que Peñarol no ganaba y había perdido el último hacía pocas semanas. Como casi todos clásico, fue un partido cerrado y reñido, que solo pudo abrir una falta de Hugo De León sobre «Marujo» Otero dentro del área, que Bengoechea cambiaría por gol en el final del primer tiempo. Fue el debut en cancha y en redes del «Profe» en clásicos, que definió abajo a la derecha mientras Seré se tiró para el otro lado, sobre el arco de la Ámsterdam -ese día con los hinchas de Nacional-.

En un clásico del año anterior, el delantero panameño de Nacional, Dely Valdéz, dejó a tres defensas tirados adentro del área e hizo un golazo para darle la victoria a su equipo. Cuando iban 86 minutos de este clásico, el mismo panameño picó solo contra el arco de Rabajda buscando el 1 – 1. «Se me vino a la mente esa jugada y ganar ese clásico era muy importante para nosotros, y pensé: ‘antes de que lo haga de vuelta, lo bajo’». Roja para el «Caballo» De Los Santos a tres minutos del final, cuarta expulsión del partido y quedaron nueve contra nueve. Con juego y también con carácter, el carbonero ganó el partido que tenía que ganar y se afirmó en lo más alto de la tabla con un empate y cinco victorias en las primeras seis fechas, y la era Gregorio Pérez empezó a insinuar que estaba para cosas serias.

De 24 fechas, Peñarol ganó 16. A partir de la mitad de la primera rueda, con más partidos, pero sobre todo más días de entrenamiento y concentraciones juntos, el equipo empezó a jugar mejor y a conseguir resultados más abultados, y las nuevas figuras a consolidarse cada una en su rol. Le ganamos 7 a 0 a River Plate, 4 a 0 a Huracán Buceo y a Rampla, 3 a 0 a Cerro y a Bella Vista. Los tres meses de prueba de Bengoechea pasaron a ser seis, después 12 y después la historia que todos conocemos. El «Caballo» De Los Santos se volvió inamovible en la zaga, el capitán «Chueco» Perdomo a liderar el grupo desde la mitad de la cancha y los pibes de arriba, «Marujo» Otero y Darío Silva, a correr y hacer muchos goles. A mitad de año llegó Nelson «Tano» Gutiérrez directamente desde Europa a reforzar la defensa.

«Gregorio era muy frontal, hablaba mirándote a los ojos y te hacía sentir un aliado. En el plantel había códigos de familia, no nos podíamos fallar a nosotros», recuerda De Los Santos. «Era una figura muy paternal, llevaba los consejos de la vida al fútbol, y eso lo valoramos mucho en un ámbito tan resultadista», añade Cedrés. «Incluso en los asados que hacíamos no faltaba nadie, y eso significaba que el grupo que él había formado era espectacular», señala Darío Silva.

La impronta del técnico, si alguien quería definirla en términos futbolísticos, era la solidez defensiva, el despeje orientado al delantero de referencia o al puntero que picaba por un costado, o a Bengoechea, que era el que manejaba los hilos y por el que siempre tenía que pasar la pelota. Tenía tácticas en las pelotas quietas, en los movimientos de ataque y en los de defensa, jugaba alternando las posiciones atrás según la pierna hábil de sus jugadores para marcar y desorientar a los rivales, y tenía otras tantas mañas más, como todo técnico. Pero, como principal característica, era muy fuerte en las pelotas quietas. Es fácil decirlo y difícil de explicarlo, ¿cómo hacía que su equipo fuera bueno en la pelota quieta? «Pedía profesionalismo y exigía concentración —dice De Los Santos —, si recibíamos un gol de pelota quieta, incluso en los entrenamientos, se recontra calentaba, porque teníamos un cuadro fuerte por arriba, si nos ganaban era por estar despistados».
«En la pelota quieta buscaba la excelencia. Una vez desgarró al Bola Lima en una práctica de tanto hacerlo tirar centros», cuenta Cedrés. «También, más allá del poderío que teníamos por arriba, teníamos a un gran lanzador como Pablo», agrega el «Caballo». «El Profe es el Profe —dice Darío Silva —, te decía ‘vos ponete ahí, que la pelota te cae ahí’, y pasaba en los entrenamientos y en los partidos. Era muy fácil jugar con él».

En el segundo clásico del año Peñarol se sabía superior y, como en todo el campeonato, aparecieron sus figuras. Washington el «Negro» Tais llegó hasta el fondo por el lateral derecho, enganchó para atrás y metió el centro de zurda. «Vino el centro, yo estaba en el segundo palo, Seré salió a cortar pero la tocó apenas y me la dejó servida. Rematé casi sin ángulo y Canals casi la saca con la cabeza, pero satisfactoriamente el balón se mete en el arco», recuerda Darío Silva, que en ese clásico hizo dos y tuvo el hattrick después de un pase pinchado del 10 que lo dejó mano a mano con Seré. Bengoechea había puesto el segundo nuevamente de penal y, sobre el final del partido, ya 3 a 0 y con uno más en cancha a causa de la patada de Gutiérrez a un incontrolable Otero que corrió por todos lados, llega el descuento de Nacional tras un error en el despeje de un córner, para la furia de Gregorio y sellar el 3 a 1 definitivo.

Una mala racha de dos derrotas con Wanderers y Progreso, y un empate con River postergaron el festejo del campeonato hasta la última fecha, a la que llegó Peñarol puntero con 35 puntos y Defensor Sp. segundo con 34. Cuando los partidos ganados todavía valían dos puntos, una victoria contra Cerro o una no victoria del violeta contra Danubio le servía al carbonero para ser campeón uruguayo después de siete años y por cuadragésimo primera vez en su historia.

El pueblo peñarolense llenó el Estadio Centenario para ver a su equipo dar la vuelta una vez más. Más de 50 mil personas colmaron las tribunas, y un montón también adentro de la cancha -las mascotas- demoraron más de 10 minutos el comienzo del partido. El grito de gol se hizo esperar hasta el minuto siete del segundo tiempo, cuando Diego Dorta llegó hasta el área, bajó con el pecho un centro del «Pollo» Vidal y definió de zurda para salir a festejar sobre la Ámsterdam el gol del título. La hinchada de Peñarol estaba eufórica y comenzaba a celebrar cuando el partido se acercaba al final. Un penal del golero Rabajda en una pelota dividida faltando un minuto para el final le dio el empate a Cerro, que lo único que hizo fue extender más minutos la agonía de los manyas que se desesperaban por salir a festejar. Danubio ya le había ganado a Defensor Sp., y lo único que faltaba era que el juez pite el final, aunque el final llegó sin que el juez pueda pitar.

«No me encontré con ningún compañero hasta llegar al vestuario, todo dolorido porque la gente te saludaba y te zamarreaba», relata De Los Santos. Se cortó la sequía, llegó el desahogo. La casa se puso en orden: el primero y el más grande era otra vez campeón uruguayo.

Nota: Las citas de Darío Silva, Gabriel Cedrés y José Enrique De Los Santos fueron extraídas de entrevistas exclusivas realizadas por Padre y Decano.