Anoche soñé contigo. En realidad no sé si eras vos o era yo, pero creeme que soñé contigo. De repente te abrazaba una vez más, hijo querido. No sé si el abrazo era mío o de mi padre, pero el mensaje es el mismo. Lo que sí sé, es que ese abrazo no era uno más. Dejame explicarte…

A tu edad descubrí que hay distintos tipos de abrazos. Hoy, ya más grande, hasta los podría catalogar. A muchos de ellos no podrías encontrarle diferencias más allá de los matices. Pero hay algunos abrazos que son únicos e irrepetibles. Son  mojones que marcan tu vida de la forma más implacable. Tenía la misma edad que tenés vos hoy. Por eso no sé si en mi sueño vos eras vos o era yo a tu edad. Y no sé si era yo quien te abrazaba o era mi padre que me abrazaba a mí.

Y no pude saberlo porque el sueño terminó justo en ese abrazo, porque tenía que terminar ahí. Es otra de las cosas que aprendí a tu edad. Que las cosas terminan en cierto punto. Ni antes, ni después. Y que hay un poder superior, algo abstracto y poderoso, que no permite que la cuenta regresiva llegue a cero con un desenlace distinto al que esa misma fuerza ya tiene preparado. Algunos la llaman destino. Yo la llamo de otra manera.

Fue un sábado de octubre cuando recibí de mi padre un abrazo distinto y único. Como si sus brazos fueran de fuego y todavía sintiera, tantos años después, el calor de aquel momento. Nos contaban los segundos en forma regresiva. Como si fuéramos un boxeador tumbado en la lona. No era la primera vez, ni sería la última. Pero siempre volvimos a levantarnos. ¡SIEMPRE!

Y entonces ocurrió la magia. Un despeje, la baja la “Fiera”, pelota por un lado y él por el otro, remate cruzado y un colombiano que se tira adentro del arco con sus manos tapando su cara. La pelota que da su último baile contra las redes y mi casa que explota.

Y ahí, entre todo ese caos de gente que gritaba desaforada con lágrimas en los ojos, vino ese abrazo. Inigualable, único, perfecto. Y lloré de alegría unos centímetros por encima de la alfombra. Mi viejo me levantaba en el aire y yo me sentía flotando. Sin saber cómo hacer para retribuir tanto, solo atiné a un tímido “Gracias por hacerme de Peñarol”.  Mi viejo me soltó y volví al piso, solamente para agarrarme la cabeza con sus dos manos. Se acercó hasta que nuestras narices se tocaron y me dijo algo que recién entiendo hoy. “Ojalá puedas vivir esto con tu hijo”.

Por eso no sé si soñé contigo, ¿entendés? No sé si el botija del sueño eras vos o era yo. Y no sé si ese padre era yo o era tu abuelo. Pasaron los años y más allá de aquella final aislada contra Santos, parece cada vez más difícil. Pero acordate que siempre volvimos a levantarnos, ¡SIEMPRE! Y acordate que hay algo caprichoso e impredecible. Eso que muchos llaman destino. Yo lo llamo PEÑAROL. Porque tengo la ilusión de que los del sueño hayamos sido nosotros dos. Porque hay pocas cosas en esta vida que desee más que un abrazo como aquel.

Escrito por VikinGol