Peñarol está enfermo de la cabeza hace años. Es una enfermedad que no permite que funcionen los brazos, las piernas ni cualquier otra región del cuerpo. Avanza lento pero sin pausa, y eso hace que de a poco se vaya aceptando una realidad que no debería ser. Está casi inválido, pero también desprolijo. Huele mal. Es una enfermedad que muchos creemos saber a qué se debe, que quizá tenga alguna posible solución, pero cada vez que tiene el remedio en la mano para intentar empezar a recomponerse, la rompe contra el suelo y sigue tan campante como antes, deteriorándose cada día un poquito más.

A Peñarol no le funcionan los gerentes, no le funcionan los técnicos y no le funcionan los jugadores. No es casualidad que en Peñarol cada 6 meses estamos pidiendo echarlos a todos, como si esa fuese la solución a todo. Repasen cada semestre de los últimos años, y salvo alguna fortuita excepción, notarán que esa situación se repite casi naturalmente.

La enfermedad de Peñarol está en la cabeza, que claramente está representada por sus dirigentes. Por ellos y por las políticas deportivas que año a año han venido llevando a cabo. Situaciones que se repiten en todos los periodos de pases y con todas las dirigencias que han venido guiando el rumbo del club en estos últimos años.

Peñarol incorpora antes de cada torneo corto alrededor de una decena de jugadores, de a ratos algunos más y de a ratos otros menos, pero el número siempre ronda los diez. En la gran mayoría de los casos, son futbolistas que ningún mérito han hecho para llegar, que arriban desde clubes de mitad de tabla donde son suplentes. Peñarol incorpora jugadores que llegaron a nuestro país por alguna situación personal y sin querer se encontraron la oportunidad cuando su claro destino era otro club local de menor envergadura. Peñarol incorpora jugadores representados por amigos de empleados del club, que vienen con el cartel de ser el mejor del país en su puesto pero desembarcan en nuestra institución e inmediatamente quedan relegados sin poder demostrar el supuesto talento antes mencionado. Con el pretexto de que para juzgar esas incorporaciones hay que esperar a verlas en la cancha para poder opinar, es que se han encargado de saturarnos a planteles perdedores. Seguramente me alcancen los dedos de una mano para enumerar jugadores que llegan sin la trayectoria y los méritos necesarios y terminan rindiendo, entre cientos y cientos de jugadores que hemos incorporado.

Incalculable cantidad de futbolistas que poco se han destacado y que hace que la inmensa mayoría desconozcamos el propósito ni las condiciones de sus llegadas.

Situaciones que rozan lo corrupto pero que al menos este humilde socio no tiene las pruebas para demostrar que así sea. Al menos para la vista del socio común, el beneficio es invisible. Quizá haya algún interés o conveniencia para quien se encarga de tomar la decisión.

Al día de hoy, Peñarol está pagando entre 40 y 50 sueldos profesionales de futbolistas. Sumado a este derroche injustificado, también debemos tener en cuenta cada una de esas negociaciones llevadas a cabo para el traspaso, se debe abonar a la institución de la cual llega procedente el jugador un monto de dinero correspondiente al préstamo o la ficha del futbolista, e incluir también la comisión que en sobradas ocasiones se lleva el representante de turno, que suelen ser hasta mayores que el sueldo del propio jugador. Un combo letal por donde se lo mire.

Esto no solamente hace que el club se desangre económicamente pagando una cantidad infinita de sueldos la cual no está en condiciones de afrontar, sino que además pospone a nuestros juveniles, que en su gran mayoría son los que más a la altura han demostrado estar. Tener que recurrir a ellos en último caso y como manotazo de ahogado, y que encima respondan con goles y rendimientos, hace que esa política quede evidenciada. Tristemente, nuestros juveniles terminan debutando cuando ya el resto de esas mediocres incorporaciones no rindieron. Que no sean la última opción es un mensaje que debería salir desde la cabeza.

Y aunque el socio y el hincha que no se preocupa o que no presta atención a las noticias diarias del club crea que poco tiene que ver éstas pésimas políticas de conducción con el funesto papel de Peñarol en competencias internacionales y en muchos campeonatos locales, todo está absolutamente relacionado. Urgidos de dinero por el constante despilfarro, no podamos mantener juveniles más de 6 meses y necesitemos vender a 2 o 3 de ellos por temporada. Cuando vendés desesperado, el comprador te ve la cara y generalmente terminás vendiendo mal.

Allí es cuando el círculo vicioso cierra perfectamente mal. Es el manual óptimo para hacer las cosas decididamente pésimas.

Sobre fines de noviembre o principio de diciembre volveremos a tener ese medicamento bendito en nuestras manos. Estará en nosotros tomarlo para intentar empezar a recuperarnos de ésta enfermedad, o no tomarla y continuar de ésta manera, sobreviviendo localmente y siendo un alma en pena en cada oportunidad que nos toca salir de paseo por otros países de América. Ya no me importa la marca del remedio ni de que médico la recete. De lo que estoy seguro es que algo debemos cambiar, y que ésta forma de conducción y éstas políticas llevadas a cabo no darán resultados. Ya no son necesarias más muestras. Ya jugaron a piacere con plata de Peñarol, no de ustedes. Hicieron y deshicieron a gusto. Si tienen autocrítica y realmente aman a Peñarol, háganse a un lado y den oportunidades a gente con nuevas ideas. Bajen a su propio vestuario y díganse “nuestro ciclo está terminado”.

Y que quede claro, aquí no se habla de nombres personales. Sí se critica una forma (nefasta) de conducir un club. Este descargo está más allá de los últimos resultados y del futuro en el campeonato, que obligatoriamente deberá ganar Peñarol. Es el deber mínimo exigible para un club infinitamente superior en historia, infraestructura y presupuesto al resto de los clubes. Ni siquiera el tradicional rival se acerca en cuanto a este último ítem, ya que manejan un gasto mensual que con suerte llegue a la mitad del nuestro. Que la mediocridad mostrada y gravemente aceptada por muchos, no nos prohíba de entender cuáles son los objetivos reales de Peñarol.

Peñarol debe levantarse, mirarse al espejo y reconocer que está deteriorado, viejo, rancio, sucio. Huele mal y cada día peor. Debe lavarse la cara, cepillarse los dientes, tomar un baño y empezar a caminar nuevamente. Sólo depende de él.

 Manuel Peñalva