Quiso el destino que, en las tempranas horas del 8 de septiembre, mes por antonomasia para todo carbonero de ley, se verificara la desaparición física del Dr. Luciano Álvarez.

Me he de referir a él de esta manera por última vez pues recuerdo con extremo cariño que, en alguna oportunidad, cual Maestro de la vida llamó mi atención por no presentarlo como Doctor, título en comunicación obtenido por su pasaje por la Universidad Católica de Lovaina, en el Reino de Bélgica.

Esa reivindicación no respondía a enaltecer un prurito personal ni a alimentar el ego, encerraba en su ser una forma de vida, una concepción de la sociedad y una visión del hombre.

Entendí con el tiempo que, el ahora Luciano, luchaba contra una degradación social y cultural ostensible, la misma que allá por 1930 Enrique Discepolo en forma exagerada para la época y tristemente ajustada para la actualidad resumía en “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor. Ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador ¡Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor!”.

El Gran Profesor Luciano lograba cosas mágicas, tenía el don de la palabra y la virtud de la escritura, con tiempo -pues debemos reconocer que sus intervenciones por lo general eran extensas- su auditorio quedaba embelesado con sus homilías.

Tuvimos la suerte de escuchar muchas y de variados temas, pero nobleza obliga y en lo que atañe a nuestro querido Peñarol y su fecunda historia, a través de sus relatos permitía un viaje en el tiempo, prácticamente vivir los hechos y sentirse partícipes de los mismos, estar allí y lograr emocionar hasta al más irreductible de los escuchas.

Su prosa era exquisita, profunda y emotiva. La alquimia de su “pluma” lograba convertir textos que a priori no tendrían ninguna apetencia para el lector en apasionantes relatos que atrapaban al punto tal de querer ampliar su lectura.

Su legado carbonero nos sitúa con obras que por su capacidad evangelizadora deber ser consideradas sagradas escrituras.

Su obra “Peñarol y siempre Peñarol – La transición de 1913 y la cuestión del decanato” desde una necesaria honestidad, pone una lápida a toda discusión que se eriga sobre las raíces del fútbol uruguayo, las diatribas en sentido contrario quedan inertes y su lectura debería ser un mensaje “urbi et orbi” para echar de bruces toda tímida intentona de ensayar una posición en sentido contrario.

Su posterior libro “Historia de Peñarol” es un texto de culto, la cabal demostración que las cosas hechas con amor son infinitamente mejores, por sus párrafos se derrama pasión y gloria, emocionan, reviven y cautivan.

Conocí a Luciano en los primeros hervores de una manifestación políticamente genuina que se gestó en la querida Tribuna Olímpica del mítico Estadio Centenario. La génesis del “Movimiento 28 de setiembre” nos encontró encolumnados en lo que parecía una lucha quijotesca contra Molinos de Viento, todo conjuntamente con un grupo de grandes peñarolenses que se fueron yendo o que a la postre crearon otros espacios que enriquecen la arena política de nuestro querido Club.

Éramos soñadores, de integración variopinta y de una gran riqueza derivada de su diversidad que, aunados a una ya lejana juventud, generó un espacio fecundo de intercambio y prolifera actividad. Luciano fue una pieza fundamental en esa construcción. Su experiencia política, su bagaje cultural y su visión holística representaba un aporte sustancial a la erección de ese espacio, que hoy es una realidad en el club y seguramente, para su orgullo, será motivo de abordajes de los nuevos historiadores y escribas que relataran sobre el particular.

Allende los avatares del mundo Peñarol, tuve el honor de ser convocado por Luciano para ejercer su defensa y la de otro gran e íntegro periodista y escritor Sr. Leonardo Haberkorn, en forma conjunta con el, ahora, presidente de nuestra Institución, Dr. Jorge Barrera.

Fuimos honrados para defenderlo por una ruin denuncia que les presentara el periodista deportivo Morales, por la autoría del Libro “Relato Oculto. Las desmemorias de Víctor Hugo Morales”.

El resultado del proceso fue una anécdota; en forma ignominiosa perdió la contienda judicial por “walkover”, al no presentarse y dejar, innecesariamente, a su excelente letrado, Dr. Pablo Donnangelo, ensayando excusas al viento intentando justificar una actitud procesal que importa algo más que una mera inasistencia. En ese periplo judicial aprendí y aprehendí (con h y sin ella) muchas cosas, de mi colega en la co-defensa y, sobre todo, de nuestros clientes.

Advertí que lo que se dirimía en esos estrados judiciales no era la comisión o no de un reato, era la lucha de dos visiones de la vida, de la sociedad y de la cultura. Una lección de integridad y convicción de incólumes principios, sin travestimos motivados por el mero afán económico, era la incansable lucha para recuperar la república, la sociedad de bienestar y una concepción de un Uruguay de connotados rasgos culturales, de disquisiciones elevadas y debates enriquecedores. Un Uruguay del que Luciano se despide posible y lastimosamente, con el sin sabor y pena, de la labor no cumplida.

No siempre coincidimos, su rictus principista y su apasionado encare de ciertas cuestiones, lo vio, en alguna huérfana ocasión, involucrado en desbordes contra compañeros de fe, de los cuales, a posteriori, se sentía profundamente avergonzado y arrepentido. Peñarol y la inescindible pasión con la que se abordan los temas, logra, mágicamente, extraer lo mejor y lo peor de cada uno.

Empero lo anterior, aún en la disidencia, en una sociedad donde estamos imbuidos de indefiniciones y relativismo, intercambiar con Luciano era una actividad tan desigual como profundamente enriquecedora.

A través de su noble literatura logró enaltecer hechos, dirigentes y jugadores de nuestra querida institución, es ese derrotero y por la generosa exquisitez de su pluma, sin darse cuenta, sin haber sido partícipe de las gestas de las que nos ilustraba, sigilosamente se fue colocando también en un sitial de privilegio, creando obras perennes. No deberemos esperar el transcurso del tiempo para justipreciar su aporte cultural a la construcción de la mejor y rica historia de nuestro glorioso club, dentro de 5 o 10 años no escribirá mejor, ya era un maestro de la escritura, un excelso comunicador.

Para los feligreses de la iglesia carbonera, la presencia terrenal de Luciano claramente ensanchó atemporalmente nuestra visión del mundo Peñarol, su aporte cultural merece que, para despedirlo, los fieles hagamos lo propio, abramos el alma y el corazón, y que no sea necesario el transcurso del tiempo para aquilatarlo y sentirlo presente, tan cercano como prójimo.

Hasta pronto amigo Luciano, DOCTOR LUCIANO ALVAREZ.

Dr. Juan Antonio Rodríguez – Abogado
Delegado del Club Atlético Peñarol ante la AUF