Ni bien llegué de nuestra casa luego de lo que fue el empate en el clásico, me dispuse a responder la que debe ser la incógnita más grande de mucha gente que no le entra en la cabeza lo que 22 tipos y una pelota pueden generar.

Deben caber muchas respuestas a la pregunta, dictadas por el partidarismo, por la sensibilidad de cada uno o por la elaboración mental que se haga. Pero de lo que nadie duda es que “ser” de Peñarol, es más, mucho más que ser solo hincha de un club, vibrar con una camiseta y enloquecer con un gol.

Peñarol no admite oportunistas, allegados ocasionales que esconden su partidarismo cuando las cosas van mal y –dicen- apenas son simpatizantes. Hay hasta un orgullo lacerante y lacerado en esos domingos de derrota que hacen sentir todavía más los colores. Lo demuestran las estadísticas en cuanto a venta de entradas, Peñarol es el cuadro del pueblo y pertenece de raíz, de alma, de sangre, no lo conmueve la derrota y hasta podría prescindir de la victoria para sentirse –todavía- más cerca de los colores gloriosos.

El pueblo aurinegro atraviesa los años en un movimiento incesante de crecimiento y mantiene en alto el pendón con una fervorosa adhesión que no claudica ni conoce ni admite comparaciones. Y esa pasión baja a la cancha como una catarata y se envuelve con el partido en una madeja intrincada que termina desequilibrándolos a su favor.

¿Cuántos, cuántos partidos se ganaron así, “a lo Peñarol? ¿Cuántas veces un resultado fue inexplicable si no se tenía en cuenta el poderoso mandato de la historia popular más apasionante, más conmovedora, más real y más soñadora a la vez que conoce nuestro pueblo? ¿Cuál es el misterio de esta camiseta? Misterio para sociólogos, enigma para eruditos en las ciencias sociales, pero, aun así, el hecho tiene la fuerza de una verdad revelada. No necesita explicaciones, existe. No exige interpretaciones, es. No reclama el reconocimiento científico, nadie lo niega porque tiene el poder del avallasamiento de una pasión por encima de todos.

“Ser” de Peñarol es ser solidario, sentir la fuerza de una hermandad popular que reúne desde el talud al palco a todos cuantos vibran con el amarillo y negro. Es tener un don y no permitir que nadie lo vulnere ni ataque ni menos lo profane. Es poseer la fuerza capaz de transformar una frustración en motivo de orgullo al vencerla. Es un nudo en la garganta, es un corazón latiendo más de prisa; es una boca abierta llena del grito sagrado ¡Peñarol Peñarol! Un poco religión, pasión, acto de fe, eso es “ser” de Peñarol.

Vartan Tchekmedyian.