Somos campeones una vez más. Yo, que soy bastante conservador a la hora de apostar resultados, tenía la convicción de que todo se terminaba el martes y con luz. Me imaginaba el día después escribiendo una columna para todos ustedes. Una columna para mí, para poner en renglones tanta alegría. Quizás un gol del Tony –hombre de poca fe resulté- quizás al Hormiga entrando en muletas para recibir el cariño de la gente. Pensaba que en este momento, me iba a estar divirtiendo en una hoja en blanco divagando sobre lo importante que es llegar antes que otros a la copa número cincuenta. Me imaginaba escribiendo que ese cincuenta vale lo que un tercer quinquenio, proponiendo cincuenta verticales con el número de los años, pensando que a otros se le iban a ocurrir cosas mejores. Lamentablemente, no es así. No me puedo despegar de un montón de cosas que vi ayer.

Sufrimos un año entero y también gozamos, la vida del hincha es así. Hasta que no se levanta la copa, todo es ausencia de alivio, tensión y matemática. Sufrimos la fractura del Tony, los momentos en los cuales los jugadores no honraron la camiseta metiendo como se debe. ¿Y por qué sufrimos? Para festejar después. Para quedarse ronco, para abrazarse con desconocidos, con amigos, con padres, hermanos, hijos, para mandarle un buen mensaje a los nietos…

Pero no, no ocurrió. Desde antes de empezar el partido todo fue tensión con la gente que se colaba de Olímpica a Amsterdam. A esta altura, es una cuestión tristemente folklórica. Durante, quizás porque el trámite nunca se nos fue de las manos, no sentí el rugir de la gente como en otros partidos. No parecía una final. Quizás porque los veteranos no cantan que van a “matar al tercero”, porque muchos de los que hablan de “Maldonado” tenían cinco años o menos cuando eso ocurrió y conocen la leyenda y algún video colgado. Y así no hay fiesta. Si los bombos y las banderas no matan a nadie y son la fiesta. Si queremos que las autoridades nos devuelvan ese derecho, también tenemos que saber qué cosas que nos pertenecen como colectivo, NO hacen la fiesta.

Una cosa lleva a la otra y la Policía no sabe qué hacer, nunca sabe qué hacer. Es una cadena de improvisaciones que puede generar tanto o más caos del que intenta prevenir o erradicar. Pero hubo gente en la Olímpica que aplaudía a la Policía, eso tiene que hacer ver algo. Y, en tensión constante, se fue el partido. Se levantó la copa con los goles del Tony y una sensación de alivio sobre el final. Alivio que no es la alegría de todos los campeonatos que vi en estos años. Simplemente, la gente pareció respirar aliviada, pero nadie sintió lo que estamos acostumbrados a sentir.

Claro que no se podía, cómo me puedo dedicar a festejar si por delante de los jugadores, hay un policía disparando su escopeta. Si le están tirando piedras. ¿Quién puede sentir una felicidad completa entre tiros y pedradas? Ni siquiera pudieron los jugadores quedarse ante la Amsterdam a cantar con la gente. No se cumplió el ritual de comunión y tuvieron que seguir de largo antes que la cosa se pusiera peor. Es decir, a la derecha, hubo disturbios. A la izquierda, con la gente de Defensor, hubo violencia. En el medio, se dispararon tiros. Por arriba, nos echaron (cantando bajito) los gases lacrimógenos. Claro que no, así no se puede festejar. Algo tiene que cambiar y es hora de empezar a doblar el codo a la hora de señalar.