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Cerrar los ojos. Abrir las pestañas de la imaginación. Mezclamos el coctel mental, agregando una medida de nostalgia copera, junto con una pizca de aliento frenético de cuando somos pocos. Las ventanas de la pasión se me abren, y sobrevuelo una Ámsterdam matizada con los rojos de las bengalas de amor, junto con los globos amarillos llenos de aires de pasión. La combinación explota un naranja intenso, que deriva en aquellas espesas viejas latas de humo; arropadas con nuestra remera rayada oro y carbón, para no triturar nuestras valientes manos.

Los pesos de la colaboración, reflejados en las gargantas sin compasión, revientan todas las cuerdas vocales, que sin lugar a dudas, el lunes padeceremos. Anhelamos una voz ronca, camuflada con una sonrisa que se columpia de oreja a oreja; dejando en evidencia una victoria clásica. De ser al revés, nuestros ojos perdidos en el trabajo, junto con nuestro estático esqueleto, delatarán un domingo negro.

De todos modos, me divierto sumergido en las tribunas. Palpando la adrenalina previa al clásico. Donde las agujas se diluyen, casi como aquella delirante obra de arte de Salvador Dalí. Espero que el domingo a las 16 horas, el salvador de mi pasión, sea ese recibimiento, que enturbia mi vista, como no sabiendo a qué mirar. Papel picado de un lado, un globo que acaricia mi frente, el humo que corta mi respiración, y el empujón de un hermano, gritándome ‘’¡Canten putos!”. El mejor de los insultos; una flecha directa a nuestra motivación por alentarte.

Me imagino la alegría compartida por no importa cual edad, casi como ahora mismo, esboza mi boca, recordando esas emblemáticas salidas. También, dibujo las corridas por los pasillos, de aquellos soldados de la pasión, queriendo ver la mejor coreografía oro y carbón. Una organización artesanal, que parece nunca buscar ser perfecta. Siempre nos identificó un poco el descontrol. Un poco mucho quizás. Y es ahí, cuando caigo tres escalones por delante, sintiendo la hilera de los bombos catapultar este cuerpo hecho fuego.

Colabore para no desaparecer, canta la Vela en mis auriculares. Colaboremos para que esta pasión no desaparezca, canta mi corazón, y pide por vos. Una chispa hecha moneda, en cada corazón solidario, genera el mayor de los incendios. Y decime vos, ¿quién no quiere estar ahí, cuando ese fuego crezca? ¿Quién no quiere compartir esa fotografía de nuestra tribuna ardiendo? ¿Quién no quiere poner play, a este infierno tan encantador?

Hay un partido paralelo, que denuncia nuestra inocencia. Como delatando nuestro patriarcado de amor. Ese que anuncia: ‘’les ganamos en el recibimiento’’. Ese orgullo, del cual nos sentimos mucho más participe, que si le ganamos 5 a 0 en la cancha, a los de enfrente. Ese mismo orgullo, es un costal enorme de arena, que solo se forma, si tu grano está ahí.

Es por eso que te anuncio, un vendaval el domingo que viene. Es por eso que te exclama mi deseo, el más hermoso de los desórdenes. Normalmente anormal; siempre fue nuestra tribuna. Donde conviven un millar de voluntades, unidas casi únicamente, por cada recibimiento elaborado, la canción de ocasión y el grito de gol tan ansiado.

Aunque usted no lo crea, me rodea un paisaje de película. El desierto de Atacama chileno, me mima la vista, y me aclama que guarde estas imágenes en mi baúl más preciado. La camioneta nos trae de vuelta a nuestro querido Uruguay. El avión parte en 3 horas, pero mi locura y mi realidad, ya están paradas en el lugar de siempre, con la misma pasión y con la misma gente.

Las escamas de mi demencia, me susurran ser escuchadas; es por eso que mi pluma vomita este redactado. Como mal agradeciendo la oportunidad de visitar un sitio único, el corazón me arrebata la razón, y la encarcela. Solo piensa en ese domingo lleno de ilusión, incendio y pasión.

Un domingo, seguramente, cargado de miedo reciclado en fervor. En temor, transformado en canción. En desatar ese nudo en la garganta de una supuesta derrota, y convertirla en esa mandíbula casi descolocada, escupiendo las mejores oraciones de amor por Peñarol. También por qué no, trocando lágrimas de tristeza, por aquellas de felicidad. Esas que dejan al desnudo, nuestro más puro anhelo por ver a nuestro Peñarol, nuevamente campeón.