Foto: MJ CQ – Martín ‘Escafandra’

Se perdió el arrabal. El vino en la placita. Las cervezas en el cordón. El camión como motor popular de la pasión. Todos vamos en auto. En lo posible, encerrados o para no sentir el frío, o para abrazarnos al aire acondicionado, que condiciona qué es lo que vamos a ver. Ir a la cancha, se redujo a entrar, pararse y ver. Y aburrirse de estar parado también.

Se perdió el ‘una chapa para la entrada’. Se perdió la caterva de personajes. Se olvidó la hinchada, esos que los periodistas titulan parcialidad. Se perdió el mostrador, el vozarrón a lo Canario Luna, intimidando a quien quisiera callar a nuestro Peñarol. A dónde fueron a parar los referentes veteranos que transitaron la tribuna 20 años seguidos con un anecdotario a cuestas, digno de serie de Netflix, o de libro betseller.

Crecí en la tribuna no dando bola al comentario cotidiano de la mella que hacían las redes sociales en la hinchada. Hoy lo asimilo en este escrito. El ego es más que el todo. La publicación de formar quien soy en las redes sociales, arruinó ese sentimiento colectivo de sentirse parte de algo heterogéneo y homogéneo a la vez. Soy de la hinchada de Peñarol. Esperar el minuto 15, para que entrara la samba era festejado hasta por la América. Hoy nos insultamos entre tribunas.

Los lunares que algunos cargaban en su prontuario no tenían asidero en ese colectivo donde cada uno se sentía cercano al otro. Defender a Peñarol, en nuestro rubro, es decir, defender a su hinchada, era algo que cargábamos con orgullo. Un estadio gris, es un puñal para mi derretida pasión. Referentes que cambiaron pasión por dinero, una señal que las canas de mi pelo vieron pasar.

Las infinidades de grupos barriales saliendo en caravana, una cotidianidad que se tornó excepción. Hacer la fila del estadio o la del cine, hoy por hoy, me despiertan las mismas emociones. Ayer una bengala era señal de audacia y fiesta. Hoy de castigo y de derecho de admisión. La ley escrita en fríos escritorios, congeló la pasión que calentaba el cemento, y nos convenció que el hincha que se sacrificaba por la fiesta colectiva, es una persona digna de exclusión.

Una bengala, ese objeto de luz y peligro. De adrenalina y calor, no tiene más lugar hoy. Hoy preferimos ser un cuerpo inerte, a un desorbitado corazón alentando a Peñarol.

Quien lo siente lo sabe.