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Bueno, tomé el coraje. O el coraje me tomó a mí. Para escribir estas líneas truncas. La tinta de mi lapicera, sale parca, lenta y se entrecorta. Vuelvo y me tiro en mi cama. Cierro los ojos; hoy la inspiración está rara. Generalmente me brota la alegría y el borbollón de sensaciones que me empujan a gritarlas en versos hechos oración de amor.

Hoy está topada esa fluidez. El amarillo y negro de mi piel, están desteñidos, apagados. No brilla, y eso me da prisa a la preocupación. Razón, siempre tan realista, y poco sentimentalista, me reordena el cerebro, y guarda el corazón. Estamos primeros, no rompas las pelotas.

Los gritos de goles, se guardan cuotas de aliento, frustrados por el juego en el terreno. La frustración recoge las ilusiones por semejante plantel, y se vuelve un superhéroe de mi emoción. Destilo negatividad, contagio errores, y desprecio el actuar. Me percato, de esta aurora tóxica, que no coincide con el placer inocuo de siempre venir a la Ámsterdam, a sembrar y cosechar una parcela de felicidad para el resto de la semana.

Hoy, es distinto, las flores no tienen pétalos. Están bien erguidas, las más altas de todas. Pero nadie las quiere mirar. Nadie las comparte, y nadie les canta. Sigo esperando el cántico que enuncie la coherencia de lo que indica la punta y la idolatría de quien nos dirige. ¿Por qué nunca se oyó ‘’y de la mano de Bengoechea todos la vuelta vamos a dar?’’

Mi partido entra en el plano idealista, utópico y delirante, que resulta recurrente en mis líneas. Pido disculpas por mí aflorado romanticismo y me cuestiono: ¿La realidad es las más preciada de todas, o la interpretación de la misma es quien nos da el brillo a nuestro rostro? En términos Peñarolenses: la punta es nuestra, pero la interpretación de cómo estamos, parece generar una distorsión cognitiva más que evidente: no sacamos a relucir el orgullo de ser los mejores del campeonato.

Da para meditar, si realmente lo que nos enaltece es exclusivamente el resultado. Da para pensar si solo ganar, es la cuestión que hace que vibremos este corazón aurinegro, incapaz de empalagarse de gloria. Da para pensar, si también pedimos una cuota de buen juego, una retribución, a la contribución anual social que hacemos los simples engranajes de este circo llamado futbol.

Da para soñar, no abrazar exclusivamente la bandera del triunfo como la que engendra el motor del hincha. Hoy miramos por el retrovisor a todos nuestros rivales. Venimos en punta, y vemos al frente la bandera a cuadros blanca y negra, que indica que estamos por llegar primeros. Sin embargo, tenemos un tembleque, de que la maquina se destartale por completo. Las piezas no están firmes, la carrocería aparentaba ser mejor de lo que terminó siendo. Y el conductor, respetado e idolatrado, parece ser fruto de un éxito casual, más que de un sabiondo que brinde tranquilidad.

Quizás no es mi habilidad, ser punzante, deliberante y arrogante. Quizás no nací para tirar y matar a quienes concedo que cometen errores. No me sienta bien. Sin embargo, sí me gusta cocinar reflexión de canción. Sí me gusta sembrar, el cuestionamiento, y el chequeo de incongruencias más que evidentes: La frustración de ir primeros. Una realidad que ensalza a nuestra razón, y desespera a nuestro corazón.