Diego Forlán escribió una columna para The National donde repasa su momento en Peñarol, el campeonato que se viene, y recuerda momentos de su infancia ligados al club. A continuación la transcribimos:

Recibí el balón en la banda, justo fuera del área. Iba a regatearlo o centrarlo pero el defensa se apartó y me dejó espacio. Detrás de la portería en el histórico Estadio Centenario, escenario de la primera final de la Copa del Mundo, había miles de hinchas vestidos de amarillo y negro, los colores del equipo del que he sido hincha toda mi vida, Peñarol. Es el equipo en el que jugó mi padre, el equipo que ha sido campeón de Sudamérica en cinco ocasiones, y siempre con todos los jugadores de Uruguay, un país de tres millones de habitantes. Ningún equipo de Brasil, un país con 200 millones de habitantes, cuenta con mejor historial que Peñarol.

Cuando era niño quería jugar en Peñarol e iba a ver los entrenamientos pero a los 18 años dejé Uruguay para ir a Argentina donde empezó mi carrera profesional. Nunca jugaría un partido de fútbol profesional en mi propio país, hasta ahora.

Cuando me fui de Japón hace poco tuve varias ofertas para jugar en EE.UU., Australia, los Emiratos Árabes Unidos y Europa. Algunas eran muy tentadoras y lucrativas, pero yo quería jugar en Peñarol. Quería volver a casa y vestir la famosa camiseta mientras todavía estoy en buena forma. La gente tiene grandes expectativas puestas en mí y no quiero defraudarlos. Quería jugar el clásico de Montevideo contra Nacional, considerado uno de los mejores del mundo. Quería jugar en el nuevo estadio de Peñarol con capacidad para 40.000 espectadores cuya inauguración está prevista para dentro de unos meses. Quería estar cerca de mis amigos y familia sin tener que estar pendiente del reloj porque tengo que tomar un vuelo al otro lado del mundo.

Así que fiché. Ahora entreno a diez minutos de mi casa, en un moderno campo de entrenamiento en el que pernoctamos antes de los partidos. El domingo fue mi debut y presentación oficial ante la afición en un amistoso contra Wanderers, un equipo joven y fuerte.

Es invierno en Uruguay y la semana pasada hizo mal tiempo, con frío y lluvia, pero con un alto porcentaje de humedad. El Centenario es un estadio muy abierto y me preocupaba la gente en las gradas pero el tiempo mejoró drásticamente el domingo.

La mayoría de mis amigos y familiares vinieron a verme, menos los hinchas de Nacional. Corrí a lo largo del césped con mis dos sobrinos saludando a los aficionados y mi padre me presentó vistiendo su vieja camiseta con el número cuatro.

Jugaba en Peñarol cuando el equipo ganó la Copa Libertadores en 1966. Primero eliminó a Nacional, luego jugaron contra River Plate del otro lado del Río de la Plata en Buenos Aires. Peñarol ganó 2-0 en el partido en casa y perdió el partido fuera 3-2. Ahora los goles marcados fuera de casa contarían pero en aquella época se requería jugar un tercer partido de eliminatoria directa.

El encuentro se disputó en Santiago, Chile. En el descanso River ganaba el partido 2-0. Pensaban que ya habían ganado y empezaron a fanfarronear ante Peñarol. Lo hizo el portero al parar un tiro con el pecho cuando pudo haberlo hecho con las manos. A los jugadores de Peñarol les pareció una falta de respeto. Esto les incentivó y marcaron dos goles llevando el partido a la prórroga, durante la cual Peñarol anotó otras dos veces proclamándose campeones. Hasta el día de hoy, llamamos a River Plate los “Gallinas” por eso. Peñarol venció al Real Madrid en el trofeo Intercontinental, un mejor equipo batiendo al club más rico.

Yo tenía tres años cuando Peñarol consiguió su cuarta Libertadores. Casualmente la final volvió a disputarse en Santiago, ya que uno de los equipos era chileno, y se sentenció con un gol en el minuto 89, el único en los dos partidos. Imagínate lo que debió de haber sido marcar en el último minuto ante 70.000 chilenos apoyando a su equipo.

Recuerdo perfectamente el quinto título de Peñarol en 1987. Mi padre me llevó a ver los últimos grupos de liguilla contra River Plate e Independiente. Recuerdo el ruido en un Centenario lleno hasta arriba. Todo el mundo llamaba a mi padre pidiéndole entradas, pero no quedaba ni una.

Al día siguiente llegué a la escuela orgulloso de ser de Peñarol, como cuando ganamos la final, que se decidió de nuevo en una eliminatoria en Santiago, el lugar de la suerte para Peñarol. En esta ocasión el favorito era el equipo colombiano América de Cali. Hicimos una fiesta en casa y vimos el partido en televisión. ¿Y qué pasó? Cali pensó que ya había ganado. Sus fans cantaban victoria cuando Peñarol anotó otro gol de último minuto, esta vez en el último minuto del tiempo añadido, en la misma portería que la victoria anterior. Fue un gol muy parecido, también.

Ahora soy un jugador de Peñarol y el domingo, los aficionados entre una multitud de 35.000 espectadores aclamaron mi nombre “¡Diego! ¡Diego!” Veo caras en el campo de entrenamiento que jugaron con mi padre. Me encanta, pero me contrataron para jugar bien y marcar. Así que cuando recibí el balón, vi mi oportunidad y chuté con el pie izquierdo desde el borde del área. El balón subió con efecto entrando por la escuadra superior de la portería. Fue un momento muy especial para mí.

La liga arranca este fin de semana; la Libertadores, en febrero. Es una liga difícil, no hay más que ver cuántos jugadores uruguayos van a Europa. Los terrenos de juego no son tan rápidos como en Europa y la hierba es más larga lo cual ralentiza el juego. Todo el mundo quiere vencer a Peñarol, es como estar con el Manchester United de nuevo, pero nuestro objetivo es ganarlo todo. Y es maravilloso jugar de nuevo en casa.