No hay que ir tan lejos. Apenas un año atrás. Sabíamos a qué jugábamos. El primer acierto de Aguirre. Ya no estoy hablando del rápido acople que el joven que nos dio la última Libertadores supo realizar con sus dirigidos. El equipo ya sabía a qué jugaba al tercer o cuarto partido. Eso es bueno. Muy bueno. Hoy, con Gregorio primero y con Da Silva después, nuestro equipo se desdibuja constantemente. Mucha responsabilidad del primero, menos del segundo. Y en esto, no está en discusión el gusto futbolístico, que podrá ser, subjetivamente, de mayor o menor agrado en cada caso. Recordemos que nuestro anterior entrenador colocó más adelante a Joao Pedro que, excepto los dos primeros encuentros con Gregorio, bajó sensiblemente su rendimiento, y luego del receso por los Panamericanos, el equipo se cayó a pedazos. Convengamos que el clásico fue una fatalidad y el análisis global, a grandes rasgos observa claramente un rendimiento físico bajísimo, una capacidad futbolística llamativamente deficiente y lo peor, poco contagio a la hora de enfrentar partidos claves como Liverpool y Wanderers.

Después de la pesadilla del segundo semestre, y luego del golpe de la final de la Copa, creíamos que –nuevamente con tiempo de trabajo- el equipo iba a responder. El susto fue grande en el inicio de la Copa, para luego pasar tranquilamente el mano a mano con el Caracas. La serie y algunos partidos del inicio del Clausura nos bajaron nuevamente a tierra. Por momentos el equipo presionaba en los costados, jugaba con delanteros que les gusta el juego en corto (Pérez, Zambrana), otros en largo (Estoyanoff, Mora). Aguiar que lanza, Cristóforo que la espera corta. La línea defensiva ha cambiado mucho, excepto Darío, se manejaron demasiadas variantes. Y jugaron tres arqueros en cuestión de 20 días. Esos no fueron buenos síntomas.

Si algo tenía el equipo del año pasado, era que Corujo, Mier, Freitas, el propio Aguiar, sabían qué esperar el uno del otro, y mas aún, sabían qué darle a Martinuccio y a Olivera.

Muchos jugadores nuevos, incluso algunos jugando demasiado rápido con un plantel que ya estaba con cierto rodaje (Novick en Caracas, “Milito” Silva en Mendoza). No hay que ser el Barcelona para saber a qué jugar. El ejemplo más cercano es la selección uruguaya. 7 laburantes para 3 fenómenos. Así Brasil ganó su último mundial, así el Santos ganó la Copa. Si dará resultado saber a qué jugar. El partido en Chile contra la U, tapando los costados, con Cristóforo por la izquierda de volante haciendo el recorrido aunque sin perfil, evidenció que con poquito podemos dar pelea. El problema, afuera de la Copa, es que hay varios nenes para el trompo del Uruguayo, y a mi juicio, futbolísticamente, estamos debajo de los tres potenciales rivales, un Liverpool enchufado, un Defensor armado y el clásico adversario que tiene un gran plantel. Pero más allá de los rivales, entiendo que ni siquiera estamos dando el primer paso, porque básicamente, aun no sabemos a qué jugamos.

Ese es el primer inconveniente. Futbolísticamente, un problema anterior a cualquier otro. En el fútbol de hoy, de tanto vértigo en el campo, en el banco y en los escritorios, tener claro ese concepto, termina siendo un arte.

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