Paciente. Un equipo paciente. Si algo caracteriza a este Peñarol, entre otras cosas, es en tomarse su tiempo. Cosas que da la experiencia, la inteligencia aplicada al juego, el entender los conceptos. En una noche de clima perfecto, en la temperatura y en las tribunas la premisa era ganar.

Como algunos de nuestros jugadores lo dijeron, la merecida e inolvidable noche del Mario Filho encajaba perfecta y necesitaba un cierre ideal, consiguiendo los tres puntos en nuestra casa, para completar seis en seis días y dar definitivamente el golpe en la mesa.

Escuché horas antes del partido que quien necesitaba ganar era la Liga, no tanto Peñarol que seguiría bien posicionado aún sumando de a uno.

Nada más distante de mi pensamiento; la victoria en Brasil nos llenaba de responsabilidad y de hacernos cargo de la noche del martes, de conseguir una victoria impostergable y mandar en el grupo, algo impensado para muchos una semana atrás.

Vayamos al partido. La Copa muchas veces se juega como un partido de ajedrez, o mejor aún, como una pelea de boxeo, donde tenés noventa minutos para hacer un gol, y sobre todo, cuidar el cero. Aunque no guste, se juega así.

Y así se jugó. Por lo menos en el arranque. Con un rival fuerte en lo físico, veloz, muy veloz sobre todo por las bandas, no podíamos recibir de nuestra propia medicina.

Recibir un gol en el primer tiempo, nos hubiese obligado a marcar dos, con toda la presión y el nerviosismo que eso conlleva.

Entonces, si bien no fueron 45 minutos vistosos, esa parte del guión fue bien resuelta. Entiendo que esa fue la idea que quiso expresar López, en conferencia luego del partido, cuando se le preguntó por el primer tiempo.

Con nuestros volantes algo imprecisos en la salida, -que la Liga no supo aprovechar- de mitad de cancha hacia arriba pudimos generar poco, con Brian posicionado por la izquierda como de costumbre, con el Toro fijando los centrales en su acostumbrado trabajo y Darwin (que llamativamente arrancó por Canobbio y salió bien la idea) moviéndose cerca de Fernández o por derecha intentando alguna sociedad circunstancial con Giovanni, la Liga no tuvo mayores problemas para controlarnos y hasta por momentos circular con criterio el balón.

Hasta tres cuartos de cancha, está claro. Peñarol nunca lo dejó “correr”, solo en alguna de aquellas malas y puntuales salidas del Mota y Guzmán.

Con los centrales y los volantes siempre bien parados, resignamos presión alta para controlarlos, de hecho no tuvimos remates al arco en ese primer tiempo, y prácticamente ellos tampoco.

Sin mucho más, y con un cerrado primer tiempo, vino el complemento. Los primeros 15 marcaban un panorama similar; si bien intentamos desde la posesión y la posición adelantar algunos metros las líneas, llevando sobre todo al Cebolla más cerca del área rival, con el Toro ya cansado por los veinte días de inactividad, otra vez nuestro entrenador mostró por qué ocupa ese lugar. Acertó de nuevo, como la mayoría de las veces, en qué hacer con el partido.

Entonces, el minuto 66 lo cambió todo. Darwin a hacer el laburo del Toro y Viatri más suelto, en lo que mejor hace, moverse atrás de los últimos volantes rivales. El currículum de Lucas dirá que juega de nueve, pero creo que no debemos tener un jugador más inteligente para leer el juego en los últimos 30 metros de la cancha.

Además, su entrega por el equipo es directamente proporcional a cómo entiende el juego. En la primera, sin mirar, como dicen los libros, pone una pelota perfecta para quien entrara por el centro de área, y el cabezazo del Cebolla da en el palo y se lo pierde Lucas Hernández en el rechazo (de buen partido en Río y el martes).

Cuatro minutos más tarde, recibe con derecha un pase largo de Dawson y con izquierda habilita al jugador más desequilibrante en el uno contra uno que tiene el equipo.

Grave error de la zona derecha de la defensa ecuatoriana, ambos miran a Viatri y la pelota, el lateral no sigue a Brian y el zaguero (Carlos Rodríguez) peor aún, sale a mitad de cancha a atorar al argentino dejando el hueco, cuando los volantes blancos estaban retrocediendo.

Todo el callejón es aprovechado por Rodríguez que cachetea sobre la salida del arquero para que el cebolla asegure y abra el marcador.

Minutos después, por izquierda, otra situación que nuevamente da en el palo, otra vez del Cebolla; esta vez entrando por derecha.

Coherentemente con la idea inicial, el equipo controló el partido luego del gol, excepto los últimos cinco y los descuentos, que por lógica Liga tiró el equipo adelante y estuvo cerca de nuestro arco sin ninguna situación clara.

Los cambios lógicos de Rojo por Brian y Canobbio por Darwin entraron bien ya en el cierre y le dieron menos espacio aún a los ecuatorianos.

Como en aquella noche contra este mismo rival, y contra Vélez en semifinales, en la última gran Copa de nuestro Peñarol, se repitió el uno a cero.

Pero sobre todo, conceptualmente, volvimos a ver, jugando en casa, una pelea de boxeo… Porque así se juega la Copa, a 12 rounds, a 90 minutos, con jugadores hechos y de los que le ponen vértigo, con la táctica bien clara de mantener al cero, de las líneas juntas y de atención a cada pelota, a cada detalle, qué opciones íbamos a tener.

En esos 15-20 minutos de audacia, buen juego y sobre todo determinación para ir a campo contrario y de intentar lastimar, se dieron las chances.

Era partido de uno a cero, y así fue. Nadie bajó de los 6 puntos, y eso en la Copa es indispensable. Y varios, como Lema, el Cebolla o Brian, redondeando una gran noche.

Este Peñarol tiene paciencia; intenta generar circuitos mucho más que dividirla o lanzar sin sentido; a veces sale mal, pero con una idea y buenos jugadores, generalmente sale bien.

Una victoria sufrida, justificada por esa intención y ese juego en el segundo tiempo, pero también por ese saber esperar, dentro del partido, de nuestro momento…

Una victoria que nos acerca a la clasificación, nada más que eso, nada menos…

Y para eso, lo mismo….

Los de afuera, también tengamos paciencia.  

 

Escrito por Federico Porras