La Intercontinental 1982 relatada por «El Gráfico»

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Peñarol y su admirable grandeza

Final Intercontinental 1982 - El Gráfico 3Jair y la consagración que le impuso Toyota en Tokio tras el triunfo de Peñarol frente al Aston Villa. Es la culminación de otra proeza. EL GRÁFICO realizó una cobertura especial para que pudieran llegar desde Japón las fotos-colores originales del partido, que estuvo a cargo de The Associated Press y la excelente producción periodística de Franklin Morales.

De esa forma se elaboró este “insert” que se agrega a la edición habitual de nuestra revista, razón por la cual los lectores que residen en el Uruguay verán reflejado el gran acontecimiento en dos partes: una corresponde a lo que podría llamarse “número normal” (páginas 10,11 y 12) con radiofotos en blanco y negro y el comentario analítico del encuentro; la otra, en este suplemento con fotos originales y en color. De igual forma, hoy por segunda vez consecutiva (la primera fue a raíz de la victoria en Santiago de Chile por la Copa Libertadores de América) EL GRÁFICO tiene dos tapas; una exclusiva para el Uruguay y la otra para la Argentina y el resto del mundo.

Nuevamente nos vimos obligados a efectuar un operativo exigentes. Pero valía la pena. La envergadura de Peñarol merece cualquier esfuerzo.

La gloria pasó por Oriente

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Medallas de gruesa cinta azul colgando de los cuellos, como un toque de nobleza, la Copa del Mundo de Clubes y la Copa Toyota. El delirio y las lágrimas. Hace apenas doce días Peñarol había dado la vuelta olímpica en el estadio Nacional de Santiago de Chile y ahora vivía el mismo desenfreno que crea la victoria lejos de todo. Peñarol se ganó el respeto de todos. Sabe que las copas sólo tienen guardianes y jamás dueños absolutos, pero ahí va, dando la vuelta a la cancha de pasto amarillento, aferrado a su pretensión.

Dicen que los triunfos sólo son grandes después de que han pasado los días, los meses, el tiempo, en suma, que es mucho más justo y más paciente que el hombre para otorgarle el auténtico valor. Dicen que siempre habrá alguien que subraye las debilidades de los triunfos de hoy y que sólo son imponentes los de ayer. Pero esta vez no hay necesidad de esperar el dictamen final de los días: esto puede llamarse hazaña desde ahora. No hay necesidad de esperar esa especie de “inauguración funeraria” del tiempo. La copa que acompaña al equipo será la misma hoy, mañana y siempre en la gloriosa historia amarilla y negra. Sé que este equipo está sometido al desgaste de la vida, pero sé también que ha llegado donde está y que nada ni nadie le quitará este derecho.

Por eso entiendo este instante fantástico. Hay un momento, un segmento de tiempo donde todo parece perfecto mientras se prolonga la vuelta olímpica. Son hombres de otro mundo, el mundo de los sueños, el de una alegría infinita e inabordable, no parecen tener cuerpo sino ser seres homéricos llegados vaya a saber de qué rincones remotos…

Final Intercontinental 1982 - El Gráfico 8Teófilo Salinas entregó la Copa Intercontinental a Olivera, el presidente de Toyota puso en manos de Gutiérrez la otra copa. Después, los colegas japoneses eligieron a Jair como el mejor y le otorgaron el Toyota Carina, que exhibía su elegancia detrás de uno de los arcos. Jair levantó la inmensa llave dorada y las diferencias entre los hombres regresaron, roto el hechizo de la vuelta inmortal. En la reunión previa al partido, el brasileño había sido claro: si se ganaba el auto, no aceptaba dividir su valor entre todos y dejaba su parte si lo ganaba otro. Eran 17, pero todo quedó en claro antes de que empezara el partido de manera que no hubo sorpresas aunque se hubiera preferido la división. Los dirigentes entonces resolvieron que el club aportaría el valor del auto y que lo dividirían entre los 16, pero los días de Jair están contados, incluso porque uno de los principales jugadores lo reclamó a voz en cuello desde la cancha hacia donde estaban los técnicos, jugadores y dirigentes: “Si se queda Jair, no juego más en Peñarol”.

Un festejo sin “ruido”

El camarín (Bagnulo fue a saludar a Tony Barton, técnico rival) era un gran abrazo entre jugadores, dirigentes, técnicos y aficionados que necesitan pellizcarse para saber si es cierto, aunque temían hacerlo por si no lo fuera. Morena, Bagnulo y Olivera fueron a la reunión de prensa, en un salón con asientos rojos para 72 personas, con ceniceros individuales calefacción, pizarrón, refrigerio y parlantes que funcionaban sin chillidos inoportunos. Para hacerlo, debieron primero atender a cientos de niños que en la política de puertas abiertas que imperó en todo el estadio circulan como en su casa. Niños de 10, 12 años, que abandonaron la gloria de los batazos de béisbol para agitar banderas de Peñarol que se vendieron con cada entrada.

Nada de particular en la reunión de prensa. Sólo las preguntas de rigor y las respuestas de rigor.

Después, el camino al ómnibus y la despedida emocionante. Cientos de niños corriendo al lado del vehículo saludando a los jugadores, la policía tratando de abrir paso, la intervención de Bagnulo pidiendo calma. El cassettero del ómnibus para tratar de seguir manteniendo la cábala de Montevideo, el cassette de Bossio con mezcla de canciones brasileñas y americanas que el plantel oye cada vez que salen para el estadio. Falero, rigurosamente rapado, sacó por la ventanilla una bandera uruguaya, propiedad de un compatriota que llegó desde Canadá para ver el partido, y así, agitándola, recorrieron el trayecto.

El almuerzo llegó a las cinco de la tarde, ya plena noche en Japón. En el mismo salón comedor del Tokio Prince, donde se alojó el Aston Villa. Las delegaciones estuvieron separadas por un pequeño grupo de plantas sin que mediara ninguna anormalidad. Surgieron brindis, saludos y el recuerdo para Washington Cataldi, que se quedó en Montevideo. Pronto comenzaron a llegar los primeros llamados desde el lejano Uruguay.

Tal vez el hecho de esta proximidad y la actitud de no molestar al rival con exceso de exteriorizaciones restó “ruido”, quizás la cercanía de lo anterior le haya quitado impacto. Pero lo cierto es que este Peñarol volvió a vestirse de gloria en Oriente. Los hombres que se la ofrendaron dormían con la placidez del triunfo a las doce de la noche. Sobre ellos aún pendía el hechizo de otra vuelta olímpica inmortal.