Copa Intercontinental 1982

Medalla de la Copa Toyota

Peñarol siempre fue pionero en las consagraciones y es así como en 1982 se convirtió en el primer Tricampeón del Mundo al derrotar 2 a 0 al Aston Villa en Tokio, Japón. Era la primera vez que Peñarol disputaba la competencia en el continente asiático, donde la definición era a partido único. A su vez gana la Copa Toyota, marca que comienza a sponsorizar el torneo en la década del 80.

El encuentro se disputó el 12 de diciembre en el Estadio Olímpico Nacional ante un marco de 62.000 personas. Aquella tarde, Peñarol formó con Gustavo Fernández, Victor Hugo Diogo, Walter Olivera, Nelson Gutiérrez, Juan Vicente Morales, Mario Saralegui, Miguel Bossio, Jair, Venancio Ramos, Fernando Morena y Walkir Silva. El entrenador era Don Hugo Bagnulo.

A los 27 minutos, el brasilero Jair abrió el marcador tras un tiro libre donde la pelota fue hacia un palo, el portero la tapa de forma extraña y la pelota realiza una parábola extraña hacia el interior del arco. Por las dudas, Morena se tira hacia el balón para asegurarla, pero choca con el zaguero inglés. De todas formas, ya era un hecho, Peñarol marcaba el primer gol en Japón.

El partido estaba parejo, pero Peñarol comenzó a jugar con el hecho de ir en ventaja y de a poco dominó las acciones. En el segundo tiempo, llega el tanto definitivo a los 68 minutos. Venancio Ramos disputa un balón en la mitad de la cancha con un jugador del Aston Villa, y cuando parece que lo va a perder, le mete un notable pase a Walkir Silva, quien se escapa rumbo al arco rival. Éste es perseguido por cuatro jugadores ingleses, y cuando ingresa al área remata. La pelota es tapada por el portero, pero el delantero carbonero arremete y logra capturar el rebote para sentenciar el pleito.

La marca Toyota además elegía al mejor jugador del encuentro, y el brasilero Jair fue quien recibió dicha distinción. Peñarol volvió a Uruguay con la copa de campeón y tras una emotiva caravana desde el Aeropuerto de Carrasco hasta el Parque Batlle, la hinchada más grande del mundo recibió a los jugadores ante un Estadio Centenario que se desbordaba de gente.

Crónica El Gráfico
Hay instantes donde los equipos que se abandonan a sus destinos, que se entregan al genio de algunos hombres o perecen, como siguiendo una ley misteriosa que les ordena trascender o destruirse. Así­ le ocurrió a Peñarol. Las oleadas de atacantes ingleses iban a sucumbir ante el sólido peñón aurinegro, comandado por el glacial coraje de Gustavo Fernández, y la resistencia de Saralegui, Bossio, Olivera y Gutiérrez.

Y el ataque de Peñarol, mutilado en el deambular ineficaz de Morena, parecí­a depender de otro acierto personal, como aquel tiro libre de Jair ante Flamengo en Maracaná. Aston Villa tiene en su médula el fútbol inglés de siempre. La lucha como emblema, la carrera como axioma, el juego aéreo como sí­ntesis ideal y el pase de lí­neas rectas, como si se movieran siguiendo los dictados de la geometrí­a de Euclides. En la cancha prevalecí­a ese estilo, ante la espera de Peñarol que naufragaba en la otra mitad del planteo, porque adelante nadie era capaz de retener la pelota. El corpulento Peter White parecí­a convencido de que también podí­a definir la Copa Intercontinental, como ganó la Europea ante el Bayern Munchen en mayo. Fuerte, fortí­simo, se elevaba y desde allá arriba, donde llegaba siempre solo, bajaba la pelota que afortunadamente para Peñarol nadie recogí­a. Rotó por todos lados, tocó, forcejeó, anularlo era el problema aurinegro.

A los tres minutos, Cowans reventó un pelotazo en el poste cuando la estirada de Gustavo Fernández no alcanzaba. Y recién a los diecisiete minutos aparecí­a Morena maniobrando en el área chica y rematando débil de derecha. Pero cuando el partido se balanceaba en ese entregarse al destino de los equipos, apareció Juan Vicente Morales cortando un pase de White a Morley, un diestro que se mueve en general por la izquierda y salió jugando lentamente, apelando a quién sabe qué ancestral señorí­o de algún campito perdido en su infancia futbolera. Pasó de largo Shaw, levantó la cabeza y cortó para Jair. El brasileño la pasó por encima de Mortimer. Allí­ apareció un Peñarol comenzando a trascender alejándose de la destrucción que le arrastraba el dejarse llevar en esa competencia que imponí­a el Aston Villa: una lucha fí­sica. Entonces el asombro de los japoneses que explotaban con los larguí­simos saques voleados de Rimmer o la fuerza inglesa en todo el campo, cambió de tono. En vez de asombrarse por la exhibición, comenzó a cautivarse por la sutil elegancia de Jair, el toque preciso de Morales, el esquivo imprevisible de Walkir Silva.

Walkir Silva, Mario Saralegui, Fernando Moren, Jair y Venancio Ramos

Entre ellos empezaron a ponalter las cosas en su sitio y desde allí­ arrancó el sensacional triunfo aurinegro, porque todo se centraba en establecer claramente las diferencias. De un lado, el fútbol de las Islas, que se empecina otra vez en marchar contra la historia al no adaptarse al ritmo de los tiempos y sus cambios, como si en sus vestuarios se oyeran todaví­a los himnos con que Rudyard Kipling cantaba las glorias del Imperio. Habí­a oí­do maravillas de Mortimer, de Shaw, pero sólo son magos entre sus pares.

Del otro lado, el ingenio latino, que es capaz de oponerse a la velocidad y al espí­ritu de reacción. Por ejemplo, la habilidad aún inexperta de Walkir Silva, que llegó hace cinco meses desde Rivera y ni siquiera soporta un entrenamiento porque jamás lo conoció, pero que puede volverse inalcanzable para los adversarios. Así­ se balanceaba el partido cuando a los 27 minutos Ken McNaught empujó a Morena siete metros del área, de frente al arco de Rimmer. Jair, que ya dominaba buena parte del partido, le pegó por encima de la barrera. Allá fue Rimmer, la manoteó, dio en el poste, se elevó y giró hacia el medio del arco, por el efecto que llevaba al picar y traspuso la lí­nea antes de que legara la zurda de Morena. Si algo faltaba era ese toque de subyugante precisión, que apartó al partido del fragor de un combate medieval y lo llevó a donde querí­a Peñarol: a jugarse en el terreno dispar de las habilidades. El público reaccionó ante el impacto del gol. La victoria y la derrota hasta ese instante, rayos de una misma luz, se apartaron para siempre. Saralegui, Bossio, Olivera y Gutiérrez se erigieron en columnas que evitaban llegar a pelotas comprometidas a Gustavo Fernández, que apenas bajó algunos centros como para decir quién era el arquero.

Se fue el primer tiempo. Regresaron, y monótono, monocorde, impasible, vayan como vayan las cosas, el Aston Villa seguí­a lanzando sus oleadas ofensivas y regresando vencido. A Peñarol le faltaba quien adelante fuera capaz de seguir lo que dictaban Morales y Jair. Apareció entonces el estilo imprevisible de Walkir Silva, y esa maquiavélica elegancia de Venancio Ramos, que retrocedió hasta el Mundialito, para reencontrarse con aquel fútbol. A partir de ahí­, los diez minutos del segundo tiempo, en Peñarol recién coincidieron las aptitudes con las funciones. Los que desarmaban atrás, los que hací­an en el medio, los que ridiculizaban a los rivales sin proponerse ridiculizar en las puntas.

Ramos llegó con la pelota en sus pies y pareció haber asestado ese toque de malicia que termina en una sonrisa. Silva arrancaba sin saber él mismo dónde podí­a terminar, y en un arranque así­, terminó el partido. Iban 67 minutos cuando recibió de Ramos entre Williams y Evans, arrancó derecho al arco con esa «insensata ingenuidad» que trae bien de adentro y lo lleva a desafiar a los guardias de Su Majestad, aguantó el desesperado foul de Mc Naught y remató sobre la salida de Rimmer, rebotó en la recarga, se halló con la pelota, el arco libre y un partido del tamaño del mundo definido…Siguió la más dramática parte del encuentro. Los ingleses, inclaudicables en su carencia de imaginación, siguieron imperturbables atacando como al comienzo. Peñarol supo que estaba en los umbrales de la gloria y acomodó las cosas de tal modo que hizo del estadio un gran escenario para lo que estaban ofreciendo.
Silva perdió un tercer tanto en el que nadie reparó. Un Peñarol seguro en su destino de campeón quiso ofrendar al ambiente de teatro que son los partidos en Tokio, su parte de festival. Aportó los pasos sencillos y nostálgicos de los tangos, tan cerca y tan lejos del pueblo japonés. Su fútbol se hizo intimista, sereno, cadencioso. Hasta los hombres más «opacos» emitieron sus fulgores.

Y ese pueblo que está en nuestras antí­podas, en mil sentidos, que escribe y lee de derecha a izquierda y de arriba a abajo, que se saca los zapatos y no el sombrero a la entrada de las casas, donde las mujeres se apartan y reverencian a los hombres, entendió el mensaje final.Hacer las cosas estériles y complicadas fue la vulgaridad del Aston Villa; convertirlas en fáciles fue la lección del Campeón del Mundo.»

Diogo, Gutierrez, Bossio, Olivera, Morales, Fernandez, Silva, Saralegui, Morena, Jair, Ramos